Un completo desastre

 

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En el Sinaia viajaban los Bardem. Si unos 300.000 republicanos rasos (que no eran intelectuales ni artistas de nada) se quedaron varados en Francia y en el barco no iban más que tres mil y pico personas, por fuerza tenían que ir los Bardem. Los mandos comunistas estaban todos a salvo en la URSS, bien alojados y comidos. Negrín se compró una gran mansión en Inglaterra con dinero de la República, Prieto ya estaba en Méjico y Machado, que siempre se lo montó mal por no hacerse amigo de los Bardem, enterrado en tierra francesa.

La gente corriente no tuvo sitio en los barcos, qué digo sitio: ni opción a tenerlo pues la pacotilla debía ser salvada por encima de toda consideración. Por ello, menos leyendas, menos historietas penosas y más números.

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El mayor éxito del comunismo fue intentar aniquilar el cristianismo, primero, y después presentarse como alternativa religiosa cambiando los ritos. Eso le valió las simpatías de muchas almas cándidas y jóvenes generosos. Cómo no estar al lado del pobre, del que pide pan y trabajo.

Ganada esa batalla la siguiente era reescribir el guión. Y les salió estupendo. Por ejemplo vender la burra de que la Guerra Civil fue un enfrentamiento entre los defensores de la democracia y los totalitarios. Los demócratas, en este caso, eran los comunistas dirigidos desde Moscú, unos socialistas más cerca del comunismo que de la socialdemocracia, los poumistas y los anarquistas. Los últimos terminaron siendo inoperantes, a los poumistas se los ventilaron en buena parte -Trotsky por medio– y los comunistas, bien organizados y canalizando toda la ayuda soviética (fatiga un poco lo de ayuda pero vamos a dejarlo así), se hicieron dueños de la República entregada y dominada, gracias a los esfuerzos de Negrín,

La verdad es tan obvia que no sé si vale la pena molestarse: los demócratas –pocos– desaparecieron muy pronto y el resto fue una carnicería promovida desde las dos ideologías totalitarias del siglo XX: fascismo y comunismo.

Otro de los cuentos es el de que los fascistas ganaron la guerra gracias a la ayuda germano-italiana. Como si los comunistas no hubiesen recibido (y la República pagado) las mejores herramientas bélicas y mandos militares con que contaba Stalin, además del refuerzo de las Brigadas Internacionales, fundamentalmente comunistas de diversos países, dirigidas con mano de hierro por los soviéticos.

Ganaron la guerra porque, desbordados muy pronto los militares leales a la República por los comunistas, la estrategia bélica fue un sindiós, un desastre que repetía –dice Beevor, especialista en historia militar– modelos de la I Guerra Mundial completamente obsoletos cuando los sublevados fascistas, asesorados por los alemanes, ya estaban utilizando tácticas y estrategias mucho más eficientes. Buena prueba de ello es que –antes de que aparecieran los Messerschmitt– los aviones soviéticos eran más rápidos y maniobrables y, sin embargo, se hizo tan mal uso, se entendió tan mal el papel de la aviación en la guerra moderna, que apenas tuvieron un papel relevante (aquí viene el filocomunista y menciona Guernica, el profascista y nombra Belchite: ambos tienen razón porque los dos bandos bombardearon poblaciones que no representaban amenaza ni conquista de posiciones favorables o la destrucción de nudos de comunicación y fuentes de aprovisionamiento vitales).

Fueron peores, por eso perdieron, y si la carnicería se prolongó tanto tiempo –cuando ya era imposible que la República ganase la guerra– fue por empecinamiento de los comunistas y de su valedor principal en España, el presidente Negrín, cuya actitud criminal fue avalar el sacrificio, hasta el último hombre, antes que rendirse. Pensando mal cabe decir que se anticipó a la familia del tirano Franco cuando ordenaron prolongarle la vida para que les diese tiempo a llevarse el botín.

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La victoria fascista nos trajo 40 años de dictadura; de haber ganado los comunistas hubiésemos tenido lo mismo, más o menos. Hasta el hundimiento de la URSS no hubiéramos levantado cabeza. Por suerte para los españoles –a pesar del tirano– llegó la Guerra Fría y los Estados Unidos estaban muy lejos de querer una república balcánica en el Sur de Europa. El régimen fascista tuvo que hacer dos cosas: suavizar las formas y fingir que la guerra había acabado definitivamente.

No se me olvida añadir: la feroz represión llevada a cabo por los fascistas fue muy parecida a la que hubieran hecho los comunistas de haber triunfado. Si alguien ha sabido depurar han sido precisamente los seguidores de Lenin, esos artífices de paraísos tan extraordinarios que tuvieron que levantar grandes muros y cerrar las fronteras no fuera a ser que los ciudadanos del resto del mundo, siempre envidiosos, quisieran instalarse en masa en ellos y beneficiarse de las grandes ventajas sociales de las que disfrutaban rusos, chinos, cubanos y tal y tal.