Libertad con cargos

 

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En el campo, con el carbonero siempre.

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En los años 30 la gente razonable en Alemania pensaba que no habría para tanto con Hitler, que ya se le pasarían las tonterías cuando tocase poder.

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Es interesante ver cuántos herederos tienen los hombres célebres. A muchos ni siquiera los conocieron pero es morirse y empezar a salir deudos como hierba tras la lluvia. Todos reclaman la primogenitura aunque no estaban ni se les esperaba. Me gusta más la tranquilidad de quienes le atendieron de vivo y le siguen llorando de muerto: su secretario personal, quien le fotografiaba los cuadros, otro que vendía las entradas y los posters, la sirvienta que mantenía limpia su casa o aquel que tensaba los lienzos. Y unos cuantos, chavalillos entonces, que jugaban al fútbol mientras el artista tomaba apuntes de movimiento y terminaban el partido pidiendo helados. Ese sí era él.

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X se apartó para refugiarse en un concepto del arte completamente místico y luego se extrañaba de que sus contemporáneos no le hicieran caso.

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Místicos siempre los ha habido. Pontormo enfermaba si lo veían pintar, al punto de hacerse el taller en un desván al que sólo se podía acceder por una escalerilla que él se cuidaba de retirar. Le izaban la comida en un cesto y se pasaba semanas enteras sin dar otras señales de vida que el cesto vacío.

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La gata de L es asustadiza y llorona pero muy cariñosa a ratos, cuando ella quiere. Esta mañana, encolando lienzo en tablillas, cada vez que la prensa de calor daba un pitido salía como el canelo. Hace vida en mi estudio pues le he puesto una gatera de vaivén al ventanal y por él entra y sale camino de tejados y terrazas. Le gusta andar por los filos de barandillas y canalones. Tiene los ojos muy grandes y es de color gris atigrado, pura raza de gato pajarero.

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Cómo no me va a gustar Sargent. Pintó cuadros excelentes, haciendo parecer fácil lo muy difílcil, y si me dejaran escoger cincuenta obras te ibas a caer de espaldas. Pero pintó demasiado, tenía tanta facilidad que cansa. Se echa de menos algún error aunque se haya rectificado. Hasta Velázquez cambia de opinión sobre la marcha y esconde un perfil que el tiempo traiciona. El discípulo aventajado de Carolus-Duran y Bonnat terminaría por desarrollar un estilo personal, a medio camino entre la pintura tradicional y el luminismo, sobresaliendo de tal manera en el retrato que ganó una fortuna al tiempo que los encargos hacían en su obra serios agujeros de irrelevancia.

Una institución norteamericana ha editado su obra completa en muchos volúmenes. En algún momento he sentido tentación de comprarlos pero mi interés por Sargent no alcanza esa cota.

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Con todo es menos aburrido que Bonnat o el empalagoso Bouguereau. Cada tiempo tiene sus académicos y uno, entre el acaramelado William-Adolphe o su equivalente español de los 70, se queda con el tiramisú.

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A los turistas les molesta que el zaguán de casa no pueda verse desde la calle por los cristales de espejo. A veces oigo cómo protestan considerando seguramente que, pues se dignan visitar el pueblo, lo suyo sería que pudieran ver a los indígenas sentados a la mesa, durmiendo o bailando la danza del sol.

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Que esto se va al garete es una evidencia, tenemos delante todos los síntomas: cuando se quiere colar mercancía rancia por paradigma nuevo y salvador es que ya estamos en plena caída.

Los hispanista saben bien que los españoles nos volvemos locos al menos una vez por siglo. Nos desconcertamos, perdemos el rumbo y ansiamos caudillaje. Y nos fijamos en caudillos gangosos, mierdosos o de pecho hundido.