El titirimundi

 

Detalle retrato Carolus-Duran por Sargent

 

Al acercarse la muerte hay pintores que tienen la necesidad de hacer cosas muy grandes olvidando una ley no escrita según la cual puede haber más arte en un esbozo que en la obra terminada, en la sonata que en la sinfonía, en la pincelada rápida y amplia que en el rastro que deja un pincel de marta del doble cero.

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Tiziano resulta muy emocionante en sus cuadros de vejez… porque apenas veía. Fuerza tanto los golpes en medios tonos y oscuros para realzar el volumen anatómico que parece pintar a puñetazos. Es como la Pietà Rondanini, todo emoción e incapacidad para concretar de modo claro lo que el artista lleva en el alma. No me parece que sea, como decían los modernos, un atisbo de lo que llegará a ser un arte libre de la representación (¿qué significa exactamente eso?) sino el último grado de confusión al que todo artista termina por llegar, el lugar en el que las cosas ya no se pueden expresar porque todo es silencio.

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En la pintura limitar voluntariamente los medios no es sinónimo de empobrecer los resultados. Los primeros científicos que consiguieron ver las capas de pintura que forman las obras maestras quedaron asombrados por la distancia tan grande que hay entre lo que se escribía y lo que realmente se utilizaba. Conviene ser muy discreto en este tipo de cosas para no desalentar vocaciones.

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En un  museo de arte moderno de provincias echo la mañana. No fui a ver las obras artísticas sino los problemas del edificio. Junto a los servicios hay un banco de verdad y otro que lo parece pero es una escultura de acero. La gente encuentra más cómodo y útil el banco que no es tal: sirve para sentarse, dejar los bolsos y mochilas y apoyar la parte baja de la espalda. A la conservadora que habla conmigo le provoca mucha ira este uso inadecuado de la escultura. Guardo silencio sobre el error de base: cuando una obra de arte parece un simple banco ha de alejarse de los servicios, colocarla en lugar principal y entronizarla poniéndole mucha luz. En pocas palabras: hay que dejarle claro al visitante que no es objeto de uso sino de culto. No sé de qué han servido las enseñanzas de la escuela de Cuenca: un papel con dos rayas de bolígrafo puede ser algo muy serio si se le ponen un gran paspartú y un marco barroco.

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De todo Whistler me quedo con los apuntes del natural, pequeños y modestos, antes que con las obras de aliento. Salvo el tópico retrato de su madre, que entra en otra categoría más interesante. Tampoco sé si se puede llamar con propiedad apuntes del natural a sus notas de color. En algunos casos pueden ser reflexiones cromáticas delante del natural pero no tomadas de él. Diría que, para ello, faltan un poco de grisura y temblor.

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He podido rastrear la Gran Manera, la forma de aplicar pintura al lienzo de los pintores barrocos que aprenden de Venecia, en artistas del siglo XIX. No se perdió sino que, imitando a los pitagóricos, decidió esconderse para asomar cuando menos se espera. Y no, señor historiador, no me refiero a Sorolla.

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Veo que un rufián es profesor de ética. Ignoro si es buen profesor y sus alumnos sacan provecho de lo que dice en el aula. En la vida ordinaria, no sabiendo a qué se dedica, se le juzgaría trilero, jefe de matones que da las órdenes y no se mancha. En todo caso, cerebro estructurado para el crimen.

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Leo que Mola, antes de la sublevación, propuso dejar sin voto a los analfabetos y personas con instrucción insuficiente. No hizo falta pues se acabó porque no votase nadie. Qué cosas se les ocurren a los golpistas, parecen ocurrencias de tribuno romano.

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Escucho un romance del ciclo de la conquista de Granada en el que se alaba el valor de Garcilaso de la Vega. Ha de referirse al padre, García Laso de la Vega, que sí participó en esa guerra. El anónimo bardo habla de un terrible moro, retador de los caballeros cristianos, portando un estandarte que hace burla de la Virgen María. Garcilaso, muy mozo para pelear, pide permiso al Rey Fernando para entrar en combate pero no se le concede. Secretamente se disfraza y arma, dando muerte al moro de una lanzada. Retira del campo de Marte la afrentosa bandera y la entrega a la Reina de Castilla quien –dice el romance– le concede llevar en adelante el añadido De la Vega por ser en tal lugar de la geografía granadina donde tuvo lugar la hazaña. No es probable pero, en recuerdo de mis veranos infantiles en aquella vega corrida de acequias y raíles de tranvía, parece que me acerca más al autor de Danubio, río divino, / que por fieras naciones / vas con tus claras ondas discurriendo.

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Se admira el hispanista de que España, tras la Conquista de América, hiciese tema de la preocupación por el bienestar y costumbres de los indígenas. Los hombres más sabios de su tiempo, convocados por Fernando el Católico, participaron en el debate.

Antes, hecho insólito en la historia de Europa, un noble hizo jurar al rey sobre el Sagrado Libro no haber tenido parte en el asesinato de su hermano. Sólo en Castilla, en España, pudo concebirse tal primacía de la ley, del pueblo sobre el monarca.

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Siendo muy niño, en aquella Granada de los abuelos, andaba un carricoche al que llamaban El Titirimundi. A cambio de unos céntimos te dejaban mirar por unas lentes y ver la torre Eiffel, el Coliseo de Roma y otros destacados monumentos. Tardé muchos años en saber, y fue por casualidad, que El Titirimundi era en realidad El Tutilimundi, vulgarismo del italiano.

Sucedió parecido con el oso bailador Nicolás de la Ruchín, queriendo decir Nicolás de la Russie, zar de todas las Rusias, asesinado junto a su familia por orden directa de Lenin. No está nada mal lo mundana que podía llegar a ser la ciudad de las Torres Bermejas en aquellos lejanos años.