Hacerse el muerto

 

DP136371, 5/31/06, 11:34 AM, 16C, 7032x8448 (0+1344), 100%, Rona Copywork, 1/30 s, R98.6, G61.2, B58.9 Working Title/Artist: William Merritt Chase: Still Life: FishDepartment: Am. Paintings / SculptureCulture/Period/Location: HB/TOA Date Code: Working Date: photography by mma, Digital File DT374.tif retouched by film and media (jnc) 6_30_11

 

Un galerista que cierra el negocio dice que el coleccionismo en España es inexistente (sic). A buenas horas porque eso ya lo sabía uno a comienzos de los 70, con veinte años recién cumplidos.

Lo habitual para ejercer de galerista era ser el garbanzo negro de la familia, de familia con muchos posibles: el chico se ha hecho pintor y no es bueno, es algo rarito o cualquier otro azar del que había que ponerle a cubierto. Hasta desde las Damas de la Caridad podía acabarse en galerista de vanguardia celebrada. Y vender cuadros a familia y amigos, hasta que se cansaran. Al rebufo de todo esto parecía que los artistas podían vivir pero quien vivía de verdad era el galerista mientras no perdiese demasiado y la familia cortase el grifo. Vendía unos cuantos cuadros y con eso pagaba la luz y tapaba las bocas, absurdamente pedigüeñas, de los pintores con los que estaba en deuda. Pagar sí, pero poco a poco. Exposiciones hice que tardé más de un año en cobrar pero, siendo gente tan fina, pedir lo tuyo era grosería y extravagancia.

En realidad los artistas que no eran ricos por su casa andaban a salto de mata, viviendo de las clases, de sablazos los menos escrupulosos o de montarse movidas sospechosas. El límite simbólico era Rimbaud, que vendía esclavos negros. De ahí para abajo todo tenía un pase.

Algún compañero de promoción y amigo del alma exigía a voces una Política Cultural. Yo le decía que no, que son términos opuestos, que la política no implica cultura y la cultura no puede llevar adjetivo. Él tuvo razón y ha ocupado, y sigue, puestos de responsabilidad como gestor, o político o lo que sea, de la cultura. Los artistas a peor y los gestores a mejor. Los gestores marchaban porque lograron convencer al mundo de que eran más importantes que las obras que colgaban en sus paredes. Tanto que llegaron a no colgar nada.

Quienes supieron engancharse al principal cliente, el Dinero Público, han marchado bien. El resto ha ido cerrando. Pero todo esto es independiente de los artistas porque, a ver cómo se hace nadie responsable de la vida entera de un artista cuando sus mercados habituales han sido destruidos.

El Dinero Público no necesita artistas sino distraer a la gente. Los artistas son personas muy complicadas, y más desde que Picasso y el Arte Moderno se cepillaron el oficio (Quiero unas flores bonitas, un retrato de la niña o un paisaje de la sierra de Málaga, que me encanta). El artista se hizo delincuente: estafador, drogadicto, pervertido y se acostaba con gorilas. Sin esa sal y pimienta ni te arrimes, que no hay talento. A ver quién se fía de gente así. Para distraer valen pero sin manchar.

Hoy no se venden ni las figuras consagradas de los 60 (Dau al Set, Paso) al cincuenta por ciento de su valor de hace diez años. Mientras tanto el Dinero Público continúa comprando (sic) instalaciones, películas defectuosas y ocurrencias que no ideas. A ver, quién quiere poner en su casa para verla todos los días una foto del Wei Wei haciéndose el muerto en una playa. Se nota que no está muerto, hasta ahí podíamos llegar, pero lo parece. –Oye, qué le pasa a ese, ¿se ha ahogado? –No, que es artista y se lo hace: protesta por los niños sirios que pierden la vida. –Coño, pues que se apunte de salvavidas.

Pues no, es obra de arte aunque su único comprador sea el Dinero Público que ponemos en manos de (no se me ocurre otra cosa) zotes informados. Ellos deciden y nosotros ponemos la guita, imprescindible para mantenerlos en su sitio y a tipos como el Wei Wei, el que se masturba bajo una tarima o quien roba hostias consagradas y hace obscenidades con ellas. Purito arte.

El único coleccionista, por si no ha quedado claro, es el Estado a través de sus muchos brazos: quien ha logrado meterse en la red está tirando adelante, el resto cierra.

Y que el pastel es muy chico, que esto no es USA donde el mercado es grande y hay muchos sitios diferentes. Si no estás a gusto con unos te vas con otros. Y si no haces como los del movimiento que quiere regenerar el arte: pones tus galerías y vas como antes de la locura, del productor al consumidor con la comisión justa para mantener vivo el tenderete.

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Durero vendía sus grabados en los mercadillos, colgados de unas pinzas. Rembrandt, en su aciaga vejez, no tenía más clientes que los judíos del ghetto de Amsterdam. Le pagaban cuatro cuartos pero pudo hacer algunas obras maravillosas y trató con Spinoza, judío sefardita de la Diáspora.

Si llega el comunismo bolivariano-iraní tendremos títeres y cultura popular (y hay que decir lo mismo: cultura con adjetivo, mala cosa). Las flores bien pintadas, tan bien o mejor que Fantin-Latour, el joven M. se las meterá por donde la espalda termina. El arte ya no es para las casas, para el mundo interior de las personas, sino para museos, fundaciones y esa maraña de cosas creadas por el Dinero Público para hacer Política Cultural. Y que la dirijan mis amigos –al menos lo fueron– que los artistas son contingentes y ellos necesarios.