Acabar con ellos, de uno en uno.

 

Peter Paul Rubens (flämisch; Siegen 1577–1640 Antwerpen) Kopfstudie eines bärtigen Mannes um 1612 Öl auf Holz 65,5 x 49,8 cm GE113 Head study of a bearded man Studio di testa maschile barb

 

Dice Palomino en su Museo Pictórico y Escala Óptica que en el picado de las hojas de un árbol, en el modo de hacer las nubes y en el peleteado de una cabellera se distingue al gran pintor. Son cosas muy difíciles de pintar bien (y muy fácil engañar con cualquiera de las tres a quien no sabe) pero no es cierto: lo más difícil de pintar bien es la piel humana. Se puede disimular poniendo mucha anatomía (los académicos usaron y abusaron del truco) pero pintar bien el color de la piel, diferenciar unas pieles de otras, lo han sabido hacer con maestría muy pocos pintores.

La piel es como un espejo: lo refleja todo. Pero también absorbe el color de todo lo que la rodea y no se deja dominar a la primera. No hay dos iguales aunque se puedan asociar en grandes grupos. Para los amantes del color de la piel nada como echarle unas horas a Las Tres Gracias de Rubens en el Museo del Prado. Si puedes lleva unos prismáticos cortos pero potentes (se acabó el tiempo de arrimarse a los cuadros) y asómbrate de cómo se puede hacer tanto con tan poco.

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Días atrás una amiga colgaba en FB obras de un pintor chino en las que se podían contar los hilos de la tela. Qué alarde y qué vaciedad al mismo tiempo, algo muy común en el realismo extremo. Vamos al principio de la cuestión: esas obras no se han pintado del natural sino de fotografías bien tomadas escala 1:1, un procedimiento que pusieron de moda los pintores norteamericanos post-pop.

No están pintadas del natural porque, sencillamente, no se pueden hacer del natural pues son cosas vivas. Lo único que se puede hacer del natural en ese estilo hiperrealista es la naturaleza muerta y bien muerta, es decir, cacharros inanimados e iluminados con luz artificial que sea constante sesión tras sesión.

Parece admitido, sin embargo, que se pueda pintar directamente de foto (no utilizarla como un elemento informativo más, al modo de Sorolla, Degas y otros pintores) tomando a esta como si fuese el natural. Interesante porque una fotografía no es la realidad sino una traducción posible de la misma. Por ello, pintando de fotografía, se está traduciendo una traducción. Y es un esfuerzo de lo más melancólico pues, si lo más de la pintura figurativa es revivir con el pintor su pensamiento y emoción ante el mundo real y la conversión que de ello hace a pintura, a qué ponerse a pintar algo que ya está hecho con el lenguaje que le es propio.

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La pintura se puede paladear. De hecho, si la gente que dice gustar de la pintura pudiese disfrutar de ella sólo una parte de lo que disfrutan los aficionados al vino, por ejemplo, creo que la situación de este arte sería bien diferente de la que es. Pero la gente del arte parece tener bloqueados los sentidos: para buena parte de ellos es sólo materia para opinar o, directamente, un negocio o modo de vida.

Tuve la fortuna de conocer a un gran paladeador de pintura y formar una parte de mi gusto con él. Eso no le pasa a cualquiera y estoy muy agradecido por las mercedes recibidas. Vive conmigo, día a día, y no lo olvidaré mientras tenga memoria.

La pintura sólo es realmente muda (no los pintores, que no deberían serlo) cuando, al mirarla, la sientes en el paladar. Un impulso que entra por los ojos, se distribuye y termina concentrándose en la boca. Es en ese momento cuando no tienes ganas de hablar de lo que estás mirando y sabes que no es necesario traducir la experiencia al lenguaje hablado o escrito. De hecho, para poder escribir sobre pintura, es imprescindible alejarse de ese tipo de sensaciones.

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Sigo con los pormenores del asesinato de Trotsky por Ramón Mercader. Los dos pintores muralistas mexicanos de aquel tiempo, Siqueiros y Rivera, eran estalinistas convencidos: el primero debía ser quien asesinara al creador del Ejército Rojo y el segundo era informador de la CIA. Mientras tanto la Kahlo andaba a lo suyo, pintando sus celebrados cuadros falsamente naif.

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Noticia de la muerte de Madeleine LeBeau. Con ese nombre tampoco supo resistir las crueldades del tiempo. Pulvis, cinis, nihil… y un par de colas zero para pasar el trago.

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Si la pasión tiene tan buen cartel es porque todo el mundo sirve para alimentarla. Eso opinaba Montesquieu.

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Hago sesiones cortas en cada cuadro. Unas cuantas pinceladas, le doy la vuelta y continúo con otro. Pierdo la cuenta de los cuadros comenzados y en espera de irlos acabando. Esos largos períodos de secado les sientan muy bien. Y a mí también.

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Los cuadros pueden no acabarse jamás. En realidad no hay acabado que no sea traumático. En la juventud podía ser el compromiso de la exposición: había que dejarlo ya (y unas cuantas veces se están colgando y sigues dando pinceladas, a veces para empeorar lo hecho y borras). Lo mejor es que te los quiten del estudio, que se los lleven. Cuando ya no son tuyos la suerte está echada para bien o para mal.

Estas cosas no ocurrían cuando la pintura era un oficio, salvo que exceptuemos a pintores muy grandes. Digamos que a un bodegonista holandés no le pasaba: pintaba un tema de aves muertas sobre una mesa y el cuadro terminaba cuando todas las fibras de las plumas estaban en su sitio, bien organizadas y entonadas, una por una.

En la pintura patética las cosas son muy diferentes: una figura puede estar así pero tal vez podría mejorarse cambiando la postura, colocándola en otro sitio o, sencillamente, borrándola. Para los curiosos de los cambios véanse las radiografías de Las Meninas, esa plácida y tranquila pintura en la que puede palparse la luz que revolotea por el taller del pintor.

 

 

*Retrato por Rubens, del natural.