Que van a más

 

Rembrandt-detalle

 

Resulta imposible salir al campo con el caballete de campaña. La lluvia fuerte y el viento se ocupan de que no puedas hacer nada. El suelo empapado y la hierba hasta la rodilla se ocupan del resto. Lástima porque ya está aquí la floración de lo silvestre y, por bonita que sea, parece que te vuelves impresionista. Y no.

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El hombre puro santifica el crimen. Es de Andreiev, fue usado hasta el abuso por asesinos de despacho.

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Hace unos días estuvimos viendo el castillo de Monzón, en Huesca. Es una fortaleza templaria recompuesta en el XVIII de mala manera. Al fondo está la sierra de Guara y entran deseos de ir allá, a mirar las riscas y valles con río.

A Monzón le queda poco. Es como cualquier otro pueblo o ciudad por los que pasó la Cofradía del Ladrillo. Imagino que si viene la gente es a ver el castillo con su capilla templaria, cuidada por dentro y hecha un desastre por fuera. Hay una fábrica de productos químicos en las afueras –desde aquí se ve la humareda– y una restauradora que he conocido por casualidad dice que estamos en el pueblo más contaminado de la provincia. La degradación de la piedra es demasiado intensa como para pensar sólo en fenómenos naturales. Hay que marcharse, en el fondo a quién le importa.

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En el 103 estamos rendidos y nos echamos a dormir. Hostal y restaurante de los de viga y candelabro, una moda sesentera que permanece. Hay un tipo de compatriota que, si no hay vigas de madera, no se sienta a comer. Vigas, grasa y sopa del siglo XV (¿con telaraña o sin telaraña?) aseguran que gastamos bien el dinero. La tal sopa es de ajo, amenizada con tropezoncillos de jamón. Si el cocinero es amontonador también le escalfa un huevo, para que nadie se queje.

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Esta primavera todos los ríos y arroyos parecen trucheros. El agua brinca y rebrinca y te quedas embobado esperando ver a las truchas asomar la cabeza para comerse una efímera.

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En tiempos de hambre Cela hizo por comer y, como buen artista (No hay nadie tan fácil de corromper como un artista –dijo el filósofo), se puso de delator. Es muy triste pero todo entonces era triste y había mucha gente con los papeles perdidos.

Algunos que andan en los archivos y dieron con ello lo sacaron a relucir. Por amor a la verdad, dicen, pero haciendo igualmente de delatores y por ansia de dinero. Como escribe en reciente artículo un amigo, con que los chivatos escribieran un par de libros de calidad parecida a los del gallego se lo perdonábamos.

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Ya está arado el olivar. Cuando terminen las lluvias y llegue el calor volverá a salir la hierba. Es la rutina de cada año, gastar dinero para nada. No es la palabra correcta: no usamos herbicidas ni pesticidas y dejamos que los animales –en los últimos años, una plaga de jabalíes– coman las aceitunas, así que lo gastamos para ellos pero también para nosotros, porque nos gusta que continúen los olivos seculares de la parte baja, donde la tierra tiene más miga y alimento, y también los entecos del alto, donde apenas hay tierra y han de agarrarse al suelo como la cabra montesa al filo del despeñadero.

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La gente que dice que los animales van a menos no sabe de lo que habla. En la sierra, que viene citada en el Libro de la Montería de Alfonso XI como buen cazadero de osos, no había jabalíes. Si acaso alguno rehuído de Las Villuercas. Ahora son plaga que todo lo hoza y come. Tiene pequeñas ventajas: ya no hay modo de ver escorpiones y escolopendras porque los suidos deben considerarlas tan gustosas como nosotros a las angulas. Pero, de paso, cae lo que encuentran: de los nidos de perdiz a las gazaperas de conejo, de las culebrillas al lagarto que no anda listo. Todo para el buche.

Tampoco había corzos y ahora se pueden ver con alguna frecuencia. Completan el zoológico cercano al jardín una familia de zorros y otra de tejones. El año pasado una cría de los primeros, más decidida de lo habitual, venía a vernos de cerca. Se plantaba a mirar, con prudencia pero sin miedo; a nada que se le hubiera dado de comer se hubiese aquerenciado. Pero la vida de zorro debe ser otra, luego llega la caza y pobre del animal que no siente miedo del hombre.

La domesticación del lobo debió ser así: individuos más valientes o curiosos se acercaban a los humanos para aprovechar restos de banquetes. Cuando alguno decidió que allí vivía bien y nuestros antepasados descubrieron el instinto de avisar del peligro ladrando, la amistad se trabó para siempre. Hasta el chihuahua o perrillo tobillero que no sólo avisa sino que destroza los calcetines de carteros, del muchacho del butano, los tuyos y los míos, con especial odio por uniformes y sacerdotes.

 

Rembrandt: detalle. Seguramente retrato de su padre.