Salva sea la parte

 

86a1139864c013379833aa2e340c7883

 

Ayer me dijo una amiga una de las cosas más bonitas que me han dicho en mucho tiempo, que estoy más joven que cuando ella era estudiante. Subí la cuesta con parecido engallamiento al del mulo viejo que le han puesto una guindilla en salva sea la parte.

*

Me apena ver a gente cuya inteligencia estimo caer en las redes del viejo comunismo con caras nuevas. Comprendo su asqueo pero nunca, absolutamente nunca, los regeneradores de la honestidad política han cumplido las promesas que les llevaron al poder. Se pueden buscar casos aislados, personas diferenciadas, fuera y dentro de la política, en la vida y en la religión. Pero no encarnan la manera en que actúa la institución sobre la ideología que la alumbró, que es siempre pervirtiéndola.

El pintor Z., amigo y maestro, muy desencantado, dio en un anarquismo individualista, generoso, comprensivo y feliz. Por ello cuando salía un autor, en la conversación íntima, decía: «No me hables de autores, háblame de obras». Porque el autor, como la ideología, es una ficción pero las obras, cada una, son hechos.

*

Puedes ser un inmenso colorista o tener bien asimiladas las teorías del color pero sólo el dibujo, (que en el sentido del pintor es la capacidad para establecer correctamente los planos y colocar bien los acentos de luz y sombra que facilitan la lectura, el recorrido visual y la comprensión del espacio), harán que tus obras sean más que buenas intenciones.

*

La cuestión es que veo mucha perfección –en el sentido de la paciencia, la misma de la bordadora de palillos o del que construye la torre Eiffel con huesos de aceituna– y muy poca hondura espiritual. La reacción del XIX fue primar lo último sobre el oficio, que en buena parte se había banalizado, y eso hizo posible muchas de las aberraciones del XX (no importa la torpeza, importa tener algo que decir, etc). Fue un error por el que hemos pagado un alto precio. Volver al XIX sin una mirada crítica y extasiarse sólo ante las excelencias técnicas de los Bouguereau no lleva a ninguna parte.

*

Los grandes criminales acostumbran ser sensibleros: Stalin lloraba con el concierto 23 en La mayor de Mozart, K. 488. Al llegar al adagio se le encharcaban los ojos y necesitaba pañuelo. Hitler gimoteaba de emoción con su pastor alemán. A ninguno de los dos parecía preocuparles haber decretado, ese mismo día, el sufrimiento y la muerte de muchos semejantes. Psicópatas, claro, pero también una especie –la humana– con la que hay que tener mucho cuidado.

*

Las obras pictóricas, ya lo he comentado aquí, tienen que vivir su propia vida y, para hacerlo, el autor y todos sus amigos y familiares deben estar muertos. Su normal circuito venía siendo adornar las casas de la gente (por muy serios que nos pongamos los cuadros suelen acabar –en esta primera etapa– encima del tresillo, en el despacho del director de sucursal de banco o en una habitación de hotel más o menos cara). Hay trucos para tratar de impedir esto, como exhibirlos en museos y otras instituciones culturales, pero tampoco así van a evitar que la obra haga el recorrido que debe hacer.

Si en unos cientos de años ha sobrevivido a los rigores del tiempo y la Historia, si existe el acuerdo de que se trata de una obra valiosa, habrá entrado en la categoría que le corresponde. En un siglo tan poco relevante en la pintura como el XVIII (sobre todo por lo que le antecedió y sucedió) estoy convencido de que muchos apostaríamos por convivir con un bodengocito de Chardin (ese plato con fresas silvestres, el brioche con las hojas de laurel…) antes que con un pretencioso y desparramado Lancret.

*

Me aterra que los pintores intimistas, recoletos y franciscanos, se pongan a hacer de Buonarroti. La escala humana está fuera de proporción en la ciudad moderna y, para que no sea confundida, debe ponerse a dar voces tremendas aumentando de tamaño para hacerse notar.

Pero una escultura, que es arte más urbano que la pintura, aparece hinchada como un globo cuando aumenta de tamaño de modo descontrolado. Se convierte en falla con ansia de fuego.

Los escultores del XIX le tenían muy bien cogida la escala a la figura humana a la hora de convertirla en monumento. En primer lugar porque tomaban referencia directa de los modelos clásicos y proporcionaban en consecuencia pero también porque todavía el urbanismo no pretendía subir al cielo. Un Gattamelata, un Colleoni, estarían ridículos en la city. El Pizarro de Ramsey, que los toma de modelo, sigue grandioso en la plaza de Trujillo, donde lo más alto es la iglesia de San Martín. El Velázquez de Aniceto Marinas está en perfecta relación de escala con la puerta principal del Prado.

*

En el museo del Prado los cuadros más visitados, comentados y celebrados de modo espontáneo (sin guía que imponga criterio) son, además del Bosco, los de tetas soltando leche, bien para alimentar a un santo o para crear la Vía Láctea. La gente disfruta horrores con este tipo de obras.

*

Los paisajistas que se adelantan a la foto en color, como Rusiñol en España, cuya emoción toda es aplicarse con dedicación, penosa y conmovedora al tiempo, a hacer más o menos lo mismo que el señor Kodak hará en el futuro con un click.