Veduta y muerte

 

Canaletto. Riva degli Schiavoni

 

Ha muerto José Menese. Hace muchos años que no lo veía ni sabía de él porque nuestra vía de comunicación abierta –FG– se fue a vivir a la costa de Almería y sólo de tarde en tarde hablamos por teléfono.

José fue un enorme cantautor flamenco. Enorme en la voz y en su capacidad para aprender palos y cantes. Sus ideas políticas, a la sombra de los hermanos Moreno Galván, le dieron excelentes resultados muy pronto. ¿Quién, que ahora tenga mi edad, no escuchó de estudiante a Menese haciendo del flamenco vehículo de protesta política? Con clase, claro que sí, porque Paco Moreno Galván era hombre de gusto escribiendo y les daba su punto a aquellas letrillas.

Tan famoso se hizo que dio un concierto en la Sala Olympia de París, que era lugar entonces de mucho empaque aunque, –pensando que el plasta Ibáñez también cantó en ella–, resulta fácil pensar que todo eso era parte de la tontería francesa, una tontería muy gauchiste que amparaba con placer a todo español que cruzara la frontera y jurara por sus huesos que no sólo no era franquista sino –casi, casi– ni español.

Tuvo un efecto muy positivo sobre la progresía: hizo ver que el flamenco no era Manolo Escobar. Ese objetivo se logró y bien contento que andaba Pepe. No sé cómo fue evolucionando a partir de la muerte de Paco Moreno y de que el corazón le pegara un aviso muy serio. Fue por entonces, después del infarto, que fuimos a visitarlo FG y yo, con el diarista T que se apuntó a última hora aunque por entonces pensaba que lo de Menese eran las sevillanas, no porque conociera el paño sino porque todavía no había llegado Felipe González y para el diarista las sevillanas debían ser un palo muy jondo.

Pepe vivía en una barriada de las afueras de Madrid, con su mujer –Encarna– y una hija cuyo nombre no recuerdo. Hacía un calor de mil demonios en el pisito, era verano, y el cantaor andaba en camiseta, con las grasas y la humanidad desbordadas. Un gran tipo que no tenía nada suyo, que había ganado mucho dinero para aquel tiempo y –en eso era flamenco del todo– no sabía guardarlo: cobrar el concierto y marcharse de juerga con los amigos o perderse unas semanas con una bailaora. El último recital que le oí, ya en tiempos modernos, fue en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Estaba lleno el salón y cantó muy bien pero ya no era el taquillazo de años atrás. La progresía se había afeitado las barbas, cambiado la trenca y andaba disputando listas electorales. Mientras tanto habían ido saliendo los flamencos jerezanos a escena –Camarón y su cohorte– y se veía que el tiempo de Menese había pasado.

Voz tuvo hasta jartarse pero sin rejo, sin esas tintas oscuras que ponen un nudo en la garganta. Y eso me recuerda lo que decía el gitano: ‘Qué bien cantas flamenco pero no sabes cantar’.

Los grandes cantaores no han sido enciclopédicos. Esa moda la sacó adelante Mairena porque se ganó la vida en los teatros y el público quiere variedad. El cante jondo lo es porque viene de familia y en cada casa sus cantes. Si pudiéramos oír a Manuel Torre veríamos que sólo hacía unos cuantos palos y no necesitaba salirse de ellos para ser muy grande. Menese, como Mairena, como antes Chacón y como después todo el mundo, ha sido un cantaor de enciclopedia. Lo hacía todo y todo bien porque es flamenco aprendido en los discos. Flamenco de bote.

El caso es que era verano, hacía un tremendo calor y Pepe estaba en camiseta, recién salido de un infarto. Era hombre que se pasaba mucho la lengua por los labios, continuamente. Le entró sed y pidió a la hija que le trajese un vaso de agua del grifo pero que la dejara correr un poquito para que saliera fresca. Fue la forma de decirlo la que me dio el golpe: Menese vivía en Madrid y había recorrido medio mundo cantando pero seguía en la Puebla de Cazalla, provincia de Sevilla. Descanse en paz.

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Las personas inteligentes no amontonan argumentos cuando discuten. Eligen los justos y que sean tan contundentes que permitan tumbar al adversario en pocos asaltos (los boxeadores siempre supieron que estar demasiado tiempo en el cuadrilátero es peligroso). Las personas muy inteligentes vencen al contrario dándole la razón. Como el arquero zen, pueden prescindir de la flecha.

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Estaba en el umbral de su casa y al pasar me pidió ayuda. Cerró la puerta un momento antes y dejó las llaves dentro. Pregunto cómo puedo ayudar, si debo llamar a un cerrajero. Entra en pánico, muy agitada y me dice que no, que una amiga suya tiene llaves. Pienso que vive lejos y no se atreve a pedir que la lleve en coche. Ofrezco hacerlo y dice que no, que su amiga vive a dos pasos. –Bueno, entonces no hay ningún problema: vaya y pídale que venga a abrir. Sigue agitada y se mira los pies. Va en zapatillas y sus ojos van de las zapatillas a mí. Entonces comprendo: perdió a su marido hace poco y la enfermedad mental ha comenzado. Necesita apoyo, alguien que le diga lo que debe hacer. Su marido y yo nos saludábamos desde muchos años atrás y ve en mí una cara familiar. Me da lástima y le digo que no debe preocuparse por salir de casa en zapatillas. Está sola, tampoco veo al gato en la ventana desde hace tiempo.

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Lo mejor de Canaletto son los celajes. Está muy bien observado el natural y resueltos con mano ligera y maestra. Son los cielos, con el clima y temperatura exactos, los que hacen el cuadro. El agua de los canales es correcta pero no excele, las arquitecturas son dibujo lineal. Al contrario que en Guardi y Belloto, los otros dos vedutistas, en los cielos de Canaletto las aves pueden volar porque el aire es respirable.