Una fiesta con Rubens y Velázquez en el cumpleaños de Castro

 

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Trujillo es una fiesta. Salimos a celebrar el cumpleaños y no se cabía en las terrazas. Nueve restaurantes y en todas las mesas gente cenando. Tal vez trescientas personas dejando su dinero. Pero los hosteleros saben que vendrá el invierno y los días mano sobre mano, con los parroquianos fijos del cafelito y periódico gratis, como yo.

Ya puestos, que esto sea un Toledo, una Venecia sin agua: que lleguen tantos turistas y dejen tanto dinero que nuestras casas valgan un Potosí y podamos venderlas para marcharnos a disfrutar la paz del campo. Como los venecianos, cuyo mejor negocio es serlo y recibir manadas hambrientas de cultura y selfies.

En serio: necesitamos que haya turismo de invierno en cantidades apreciables y eso requiere imaginación, salir del sendero trillado y asumir riesgos. Hay que crear para el turista de alojamiento y restaurante. Se requieren mentes afiladas.

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Lo ofrezco gratis a cualquiera de los amigos que tienen café-restaurante en la plaza: placa de bronce discreta, envejecida como si llevara puesta toda la vida, que diga en varios idiomas: ‘Hemingway se ponía ciego con la pitarra de esta casa’. Nadie va a discutir si estuvo o no estuvo y el pedal se lo cogía seguro, aquí o en cualquier otro lugar. Si anduvieron por Trujillo –Hotel Conquistador y Pascualete– Irving Penn, W. Eugene Smith, Von Karajan, Lord Carrington, los de Mónaco, Virna Lisi, Alain Delon y otros principales, quién osaría decir que no estuvo el bronco autor de ‘El viejo y el mar’.

Además de la pitarra, le encantaban la moraga, las criadillas de tierra, las perdices al modo de Isabelita Pizarro y los rabos de cordero estofados. De estos últimos se comía cincuenta en cada sentada.

Tan verdad, o tan mentira, como la Casa del Greco en Toledo, la de Pizarro en la Villa, la dentadura postiza de Yul Brinner olvidada en un merengue o la pluma del ala del Arcángel San Gabriel que se conserva en Loreto.

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Arrecian los estudios técnicos, el making of art, de los grandes pintores. Medios hay más que nunca. Tras el taquillazo de Carmen Garrido y Jonathan Brown con Velázquez, otros autores se han lanzado a la piscina. Resulta difícil creer –para mí– que estas locuras iban a interesar a nadie, más allá de los químicos de los talleres de restauración de los grandes museos, algunos restauradores inquietos y un puñadito de historiadores del arte que entendieron que las hechuras dicen mucho del sastre.

Hemos pasado en casi cuarenta años del ‘éste se ha vuelto loco’ a que sea tema obligado en las monografías sobre pintores. Pues está muy bien, qué decir. Al menos no se escribirán estudios y tesis doctorales sobre tal o cual obra –su composición, por ejemplo– echados a perder por un químico que caracteriza los materiales adecuadamente y concluye que todas esas partes tan vistosas y ‘tan de la mano del pintor’ fueron añadidas un siglo más tarde.

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Se ha escrito mucho –hay novela– sobre el encuentro de Rubens y Velázquez en Madrid y el viaje que hicieron juntos a El Escorial, dado el interés del maestro flamenco por la colección de pintura de los Austria. En mis notas sobre el genio sevillano se verá que no lo dejo pasar.

Más allá de que esté bien documentado que Rubens aconsejó al joven pintor de cámara viajar a Italia e influyó en Felipe IV para que autorizase el viaje y le diera fondos para hacerlo, no resulta aventurado pensar que –pues Rubens hizo copias de algunos Tiziano de la colección real y un retrato ecuestre de Felipe– hubo que montarle taller en palacio o, tal vez, usar provisionalmente el de alguno de los pintores de cámara. Como el talento reconoce al talento de forma inmediata –cuando es generoso pues no hay verdadero talento sin generosidad–, cabe pensar que Rubens no se sentiría a gusto con los pintores italianos de la Corte, de estilo anticuado y floja ejecución, sino con un brillante y joven pintor como Velázquez. Un pintor, además, que reconocía el magisterio del flamenco.

Pero más allá de los documentos y de lo que es posible imaginar sin dificultad hay unos cuantos hechos contrastados en los laboratorios. Hasta el primer viaje a Italia Velázquez venía utilizando fondos con imprimaciones bastante oscuras (tierra de Sevilla, de Esquivias… ocres rojizos y parduzcos que son óxidos de hierro más o menos cargados de óxido de manganeso), aplicadas de modo espeso y cubriente, al modo de Caravaggio, que era lo que tocaba en la Sevilla de su maestro Pacheco.

La estancia de Rubens y el viaje a Italia aclaran esos fondos: los ocres y pardos se mezclan con blanco de plomo, se añade el gris y la imprimación se hace más luminosa y ligera. Velázquez no adopta al completo la paleta de Rubens pero sí despeja la suya, la abrevia y –se puede decir– la racionaliza. Al tomar estas medidas no sólo está pintando más claro y sale del caravaggismo sino que aprende a utilizar el gris óptico, un color que no se pone en el lienzo sino que se induce en la retina del espectador. No es magia, o sí.

Llegará a ser tan poco lo que Velázquez utilice en sus grandes pinturas que seguirá dejando pasmados a los estudiosos. El paladar refinado se extasiará con sensaciones que desbordan lo visual observando cómo llega un tono y se afloja en la transición al siguiente, sin el obvio fundido del pincel suave mojado en aceite y luego secado insuficientemente; cómo puntúa lo justo para que se entienda lo descrito, parando exactamente donde corresponde en un alarde de facultades no evidentes, nunca puestas en primer plano o como tema del cuadro, supeditadas a la descripción siempre. La tremenda elegancia de la sobriedad. El respeto a la inteligencia del espectador.

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Castro cumple noventa años en casa y morirá en su cama. El Trío de la Miseria (los dos Castro –Fidel y El Chino– con Maduro) se ven encantados. Ya es demasiado tarde para que se le trate como criminal de guerra y, al igual que a esos nazis que mataron pero no lo suficiente o que formaban parte de la Solución pero sólo se mancharon los dedos de tinta, no será ajusticiado in extremis.

Hitler hizo lema de campaña de la corrupción de los demócratas y, tan pronto las urnas le permitieron gobernar, abolió la democracia. Batista era un corrupto que recibía de Lansky dos millones de dólares mensuales por hacer la vista gorda con los negocios de la Mafia en Cuba. Además de corrupto era pretencioso y vestía trajes caros e impecables. Fidel encarnó la lucha contra la corrupción y también, llegado al poder pero no en unas elecciones sino mediante sublevación armada, sustituyó la corrupta democracia por el Partido Único. El Sha de Irán era otro corrupto sin solución y, para mayor vergüenza, un títere de los Estados Unidos. No se puede decir que era demócrata porque la Sumisión no lo permite pero sí que occidentalizó el país, autorizó que las mujeres vistieran como personas, estudiaran y fueran tratadas con un poco de respeto. Cierto que los Guardianes de la Fe encontraron doscientos pares de zapatos en su armario o en el de su mujer –qué más da– y que robaba a manos llenas, como Nasser en Egipto. Tras el derrocamiento a manos de los servicios secretos de Francia y el regreso de Jomeini llevado en volandas y aclamado por la crème de la intelectualidad francesa el clérigo robó a los iraníes algo que vale mucho más que el dinero: la libertad. Lo mismo que hicieron Hitler y Castro.

Con todo, lo peor está por venir pues no sólo les robó la libertad –Jomeini– a los iraníes sino que puso en marcha un monstruo que amenaza con robárnosla también a nosotros.

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La gata Tappolina pasa más tiempo en los tejados que en casa. No es comprensible dada la temperatura, así que debe haberse buscado alguna mano amiga que la recibe con gusto en sitio fresco. Hace acto de presencia cuando me levanto por la mañana, tan pronto oye la puerta del baño acude pidiendo comida. Después ya no la veré hasta la tarde, apenas el calor comienza a remitir. Entra al estudio por la gatera que puse, vuelve a pedir un poco más de comida, se queda un rato tumbada cerca viéndome pintar y escuchando música y –sin que me dé cuenta– vuelve a desvanecerse hasta la mañana siguiente.

 

 

Detalle del suelo bajo el vestido de la Infanta en Las Meninas.