Simple y mortal

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El músico Krahe enseñaba cómo cocinar crucifijos. El asunto era ingenuo y hasta un tanto lila, por pretencioso, pero inocuo en todo caso, más allá de la falta de respeto a los cristianos que puedan sentirse ofendidos por niñerías de basta condición.

Lo serio es cómo cocinar a un artista en agua y sin sal. Las mafietas culturales dominan la técnica, que es muy básica pero eficaz: no hablar de él, no ir a sus exposiciones ni leer sus libros o escuchar su música, torcer el gesto sin decir palabra cuando alguien quiera iniciar conversación sobre el maldecido, encogerse de hombros con aire de ‘a mí qué me vas a contar’ si el contertulio insiste y cambiar de tema con gesto hastiado; incitar a los de lengua marrón a difundir historias personales del susodicho en las que necesariamente quede mal, sean ciertas o inventadas y, si hay que citarlo obligadamente, si hay que meter un cuadro suyo en una exposición, publicarlo en un catálogo, –o una fotografía si es fotógrafo, un poema si es poeta, un cuento si es narrador–, o dentro de una antología, buscar lo peor que pueda haber hecho y echarle la culpa a que eso es lo único que se ha podido encontrar.

Ya lo sabes: si no quieres arder sin fuego aficiónate al sabor del betún que, cuando te veas obligado a aplicarte más arriba, agradecerás el entrenamiento.

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Las personas pueden ofrecer segundas oportunidades; la vida no.

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No se te ocurra profetizar. Los profetas caen muy mal porque sospechamos que han influido para que la profecía se cumpla.

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Los pintores mejoran mucho en su trabajo cuando se machacan el ego. Es un error compararse con los colegas que exponen contigo. Apunta: en el escritorio de mi portátil tengo como fondo imágenes de cientos y cientos de obras pictóricas que me entusiasman, gustan o agradan. Cambian cada 5 minutos y me repiten de modo incansable: Memento mori o, ya en plan clásico, ‘Recuerda que eres un simple mortal, por eso tu mente tiene que nutrir dos pensamientos a la vez.’

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Nada que pueda hacer igual o mejor la fotografía. Lo pictórico no es fotográfico, ni fotogénico.

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Admiro mucho todas aquellas profesiones y actividades a las que los tontos no pueden acceder. En especial la ciencia, filosofía y la llamada ‘música clásica’.

Ningún rascatripas puede tocar la chacona de la Partita BWV 1004, ni un comité de imbéciles puede enviar una sonda a Marte o descubrir un medicamento contra el cáncer.

Pero no es descartable que la tiranía de los tontos prohíba pensar a los filósofos, investigar a los científicos y terminar dando el Nobel a los pelmas.

Por lo que hace a los artistas es mejor no decir nada. Se han bastado solos para arruinar su profesión.

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Cuando hago paisaje me importa todo un bledo. Me refiero a las cosas que a otros preocupan tanto: estilo, medios…

Ataco el lienzo alla prima, por capas o una mezcla de ambos procedimientos. Algunas veces pongo un poco de detalle porque me apetece y otras se queda en ébauche. Si a mí me vale, al espectador posible no le quedará otra que verlo –y juzgarme– por lo que hay.

Sin embargo, al hacer un retrato, tras el esbozo y metida de carnaciones me quedo prendado de las particularidades, más allá de que el color de la piel tire a bermejo o bilioso. Y eso quiere decir detalle. Cuando ya debería darlo por terminado y pasar a otra cosa me cuelgo del retratado y me pongo a reproducir lo mejor que sé y puedo todo lo que el tiempo ha ido marcando en su cara.

Un retratista profesional, –algo que yo no soy, y doy gracias a Dios por ello–, diría que cogiendo bien la calavera, el color de la piel y un poquito de exageración en los rasgos se tiene el retrato. Cierto y me parece admirable pero, cuando era niño, miraba la cara de mi madre, de mi abuela, de mi padre, como si fueran milagrosas. Cada rincón, cada pequeña línea.

No está bien echarle la culpa al niño de todo lo que hacemos y nos pasa de mayores pero creo que esa podría ser una explicación para mi inexplicable cuelgue con los retratos.

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No existe un ‘arte para el pueblo’ o ‘una cultura popular’. Cuando se dan artificialmente las consecuencias son terribles.

La misma cita de siempre: ‘Un pueblo de guerreros produce espadas… uno de tontos, tonterías’. Disculpen la traición al original.

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Artículo de Javier Marías sobre el gobierno de los tontos. Indignado porque en la enseñanza pretenden dejar fuera lo que algunos colectivos consideran ofensivo para su religión, nación o color de piel.

No podemos quejarnos de lo que hemos puesto en pie trabajosamente. En nuestra juventud nadie nos dijo que la democracia podía traer el gobierno de los tontos. Demasiados años poniéndoles micrófonos y cámaras delante: ‘Oiga, imbécil, díganos qué opina’.

Ocurre lo previsible, que el imbécil se ha creído que su opinión es importante. En cuanto se juntan suficientes pueden pedir que se elimine a Kant de la enseñanza o se prohíba Huckleberry Finn por racista, aunque sea justo lo contrario.

En buena ley y aceptación de las reglas del juego (una persona, un voto) tienen todo el derecho a elegir gobiernos y cambiar las realidades que no les gustan, se trate de Kant o de Las Partículas Elementales.

El peral a punto para que dé fruta. De hecho ya estamos probando las primeras que caen y resultan bastante difíciles de tragar. No hago menciones para no sumar amigos, que ya es suficiente. Bastante tiranía de los tontos hay que aguantar sin necesidad de enemistarse con ellos.

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La traición puede originarse en algo que pasa desapercibido cuando ocurre y alcanzar cuerpo y toxicidad años más tarde.

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El mal suele preparar sus golpes con antelación pero no hay que desdeñar su capacidad improvisadora.

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De vez en cuando veo por la calle a Z. Fue una muchacha de belleza notable. La vi por primera vez en las fiestas del pueblo, recién llegado de Madrid. Cantaba un argentino que hacía rock cincuentero, al que yo conocía de antes pues el poeta Ullán me llevó una noche a escucharlo en Madrid, en un local mínimo.

Z. bailaba que daba gusto mirarla. Ahora está señorona y recompuesta. Los rasgos algo imperfectos de la cara, que fueron gracias, son hoy defectos llamativos. Cómo sería la vida de esta mujer si, en lugar de haberla hecho en el pueblo, hubiera fichado con un cazatalentos de la moda. Cualidades le sobraban.

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