Asunto de psicópatas

 

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Si la belleza no es uno de los atributos del Ser estamos obligados a pensarla desde la antropología, con alguna ayuda de la psicología de la percepción. Ya se ha hecho y los resultados no son muy alentadores. Obviemos la belleza y demos en su contrario, la fealdad. ¿Por qué nos ahuyenta, inspira temor, risa o llanto compasivo? Ello aunque sepamos con certeza que el ser que la padece es bueno.

De algún modo, al menos implícitamente, Cristo invalida el argumentario platónico –incluso Aquino– pues una gran parte de su vida pública transcurre entre seres humanos feos, deformes, enfermos o muertos. Aunque hay otro Cristo en las Escrituras que gusta de los convites, el vino y los placeres de la amistad. Un Cristo vital, alegre y proclive a rodearse de aquellos que, en propiedad, eran acreedores al dudoso título de «la canalla».

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Pániker en respuesta a Espada. Me quedo con ello.

“El género diario no disocia la escritura de la vida. Yo he intentado siempre las dos cosas: vivir y escribir a un tiempo. Hay escritores, buenos escritores, como Pessoa, que han escrito pero no han vivido. El propio Borges, ha escrito pero no ha vivido. A mí me interesa escribir y vivir.”

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Lo más difícil de la pintura no es hacer la nariz, pintar los ojos, manos, pies o –como quería Palomino en su tratado– el pelo o el picado de las hojas de un árbol. Lo realmente difícil son las transiciones entre los planos, eso que en los clásicos fluye de modo tan natural y no hay pintor moderno al que no le quede falso.

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Las mayores maldades nos las suelen hacer en la edad adulta. Las crueldades peores mientras somos niños.

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Estoy tan acostumbrado a leer u oír «quiero (aspiro, me gustaría…) dibujar o pintar como un niño…» desde que dejaba yo de serlo y aspiraba a dibujar como un hombre, que ni siquiera me molesta.

Un niño que gusta del dibujo quiere dibujar bien. Un tipo que nunca llegó a dibujar bien quiere dibujar como infante. Picasso dice lo primero que se le ocurre y el resto lo imita y repite.

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Lo tenemos bastante más difícil. El mundo estaba ordenado y no era preciso levantarse cada día con una idea revolucionaria. La pintura, en consecuencia, también estaba ordenada: de más a menos y de dentro a fuera.

No hay tratado (estos días repaso el de Piles) en el que no se establezca un orden lógico –pero también natural y orgánico– para hacer bien las cosas en el arte de la pintura, desde la impregnación del lienzo o tabla hasta la disposición de los colores en la paleta. Toda la fantasía que le echan a las discusiones para justificar el oficio (generalmente que la pintura es cosa mental y no asunto de las manos) queda atrás en cuanto pasan a lo práctico.

Lo que se puede pintar (en el mundo de los clásicos no todo es pintable) puede y debe hacerse con orden y método. Da igual que se trate de un celaje, el cuerpo de una ninfa o la llanura por la que brilla un río: hay un antes y un después, un principio y un acabado. Los grandes programas iconográficos del Barroco no se hubieran podido establecer en el azar y la improvisación pero tampoco los dos paisillos de la Villa Médicis o el cuadranco de Juana la Loca por Pradilla.

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La pregunta no es por qué durante aquella parte del siglo XX tantos psicópatas y asesinos en serie camuflados alcanzaron poder y saciaron sus instintos criminales, sino qué había de anómalo en la sociedad –y por lo tanto en los partidos políticos– para que un atracador de bancos con muchas muertes a las espaldas y un pintorzuelo de sexta que no pasó de cabo chusquero gobernaran una parte del mundo, con las fatales consecuencias que conocemos.

La interpretación de los crímenes como asunto de psicópatas, además de romántica en cierto modo, nos deja tan a oscuras como la del frío funcionario estampillando fichas y banalizando el mal.

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