En el Júcar alto

 

 

La guerra es un asunto de drogas. Parece que no resulta fácil matar si no es en trance, poseídos por las sustancias que destila nuestro organismo o las que consumimos.

La blitzkrieg nazi no fue posible sin anfetaminas. Aquellos espectaculares avances de tropas quedan lejos de la capacidad del organismo para resistir al cansancio y el sueño. Es un tópico, como lo es la poción de hierbas para infundir valor a los guerreros, el hongo maléfico que proyecta visiones horrendas que han de ser destruidas o el alcohol de garrafón en nuestra guerra civil.

Matar a un semejante, asesinarlo en frío sólo pueden hacerlo los psicópatas. De su naturaleza nacieron los héroes. El criminal de hoy fue el héroe de la Antigüedad y su cualidad más útil, desnortada y sin objetivo, lo convierte en carne de presidio o frenopático lejos de las guerras.

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Más arriba del Ventano del Diablo, en el Júcar alto, una tarde de verano de mediados de los setenta. El agua transparente y fría, esmeralda. Dos mujeres muy hermosas saliendo de la adolescencia y una niña que entra en ella. Queríamos nadar pero nadie llevaba bañador. Nos quitamos la ropa –todos menos uno– y disfrutamos del momento. La crema batida de los desnudos en la transparencia verdosa. Un momento perfecto y memorable.

Dos de las muchachas murieron años atrás. Por la tercera siento un afecto que no se extingue. Al que no se bañó sólo he vuelto a verlo un par de veces. Continúa teniendo un sentido muy práctico de las relaciones humanas.

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Lo bonito de los jóvenes es que pueden ser lo que quieran, alcanzar las metas más elevadas, al menos en potencia. Lo feo de los viejos es que ya saben lo que son y lo que nunca serán.

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La pintura tradicional es un filtro en sí misma: sólo practicándola revela tu medida verdadera . Parafraseando a Nietzsche cabe decir que el derecho a pintar de todo el mundo no solo estropea a la larga el pintar sino la pintura misma.

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La belleza siente interés por la inteligencia pero le dura poco.

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