¿Te acuerdas cuando…?

 

 

Conferencia de AL en el Club Siglo XXI. No puedo ir porque al día siguiente tengo madrugón y viaje. Llamo dos días más tarde y está como siempre: afectuoso y recordando muchos detalles de nuestra relación vital. La cabeza perfecta y con su visión humanista del arte. Me dice que este tiempo es así y que no importa. Una suerte de vanitas. –Algo habrás hecho que valga la pena. No puedo evitar una sonrisa al oírlo en boca de un artista que el éxito no ha echado a perder.

Ha cumplido ochenta y yo tengo sesenta y seis. Recordamos que, cuando daba clase, tenía treinta y dos, un chaval, y le llamábamos Antoñito. Me ayudó de un modo decisivo en un momento muy difícil de mi vida. Encontramos a estas personas que son como faros en la mar oscura, pero quién los pone ahí para alumbrar. Nunca he seguido su modo de pintar, no he sido de sus literales. He mantenido mi propio criterio desde el principio y siempre estuvo ahí, sin dobleces ni esperar devoluciones que no eran posibles. Porque sí. Cómo puedes olvidar eso, cómo no abrir el corazón y el alma toda.

Ayer me dijo un amigo al teléfono, hablando de Saint-Exupèry y las desgracias de la vejez, que lo peor –aquello por lo que llega un día que ya no te importa morir– es el momento en el que no puedes decirle a nadie: ¿Te acuerdas cuando…? Se entiende, debe ser terrible perder todas tus referencias personales. De algún modo está también en el último tomo de las memorias de Márai y en el Kertész olvidado que sólo puede apuntar su cámara al jardín público bajo su apartamento neoyorkino, en un destierro primero obligado y después aborrecido.

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Pregunta un amigo por qué hacer copias. Algo que para mí está muy claro pero resulta difícil de explicar. Por un segundo me cruza la imagen de CB, tras acabar sus estudios, viajando por Europa de museo en museo haciendo copias de los grandes maestros. Le hablo de Velázquez en la Sixtina, dibujando en gran formato sobre papeles que se han perdido, de cómo la Aracne de Las Hilanderas sale directamente de uno de los ignudi de Miguel Angel. De Rubens copiando los Tiziano de los Austria, ahora exhibidos en el Prado. ¿Por qué copiar? ¿Tiene algo que ver con esos copistas del uno igual a uno que vemos en el museo y comienzan por no entender lo que copian?

Al fin se me ocurre una explicación balbuceante que ni a mí mismo me deja satisfecho: –Es como si a un ebanista le permites desmontar un gran mueble, ver todas las piezas por separado… date cuenta de que tenemos una parte de artesanos… necesitamos saber cómo están hechas las grandes obras– Y digo casi inaudible lo más importante: –Rodearte de las obras que amas… una foto no es lo mismo.

¿Copiar a los sesenta y seis años en lugar de hacer relaciones y aspirar a la Academia? Cada vida es única y la mía no ha discurrido –lo hizo pero está olvidado– por salones y cafés, no he hecho ese meritoriaje que se considera imprescindible antes de retirarte al campo. Humo. Para mí la naturaleza y el arte pueden llegar a confundirse, no necesito imponerle un yo a lo que pinto: supongo que aparecerá sin mi permiso y habrá quien sepa verlo. ¿Somos tan necios que pensamos que la situación presente del arte es para siempre, canónica y sin marcha atrás? AL sabe que no, que lo de ahora es presente, con sus propias exigencias, y nada más. La escoba inmisericorde del tiempo barrerá lo que deba barrer, se olvidará lo que tenga que olvidarse. La vida de las obras artísticas es independiente de la de su autor, a partir del momento en que él y todo su círculo ya no están para defenderlas o trucar. Algo habrás hecho que valga la pena, con eso basta.

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Un día en el Beaubourg, con LMP, dibujaba yo en un cuaderno las líneas maestras de la composición de un famoso Matisse. No lo evidente sino el extraordinario ritmo –bien barroco por otra parte– de la composición. Una bellísima y joven azafata se acercó y dijo que estaba prohibido copiar. El pobre poeta loco me quitó el cuaderno y mostrando aquella abstracción de líneas a la muchacha le dijo: –Señorita, mi amigo no copia, interpreta. La chica, sin saber qué decir pero entendiendo que podía estar haciendo el ridículo se fue con el aire displicente de belle parisienne de aquellos años. Después fuimos a tomar cassis ilustrado. Éramos tres pero a uno ya no lo recuerdo.

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Heydrich, que fue monaguillo y se crió en una familia religiosa, terminó siendo el principal azote de los católicos desde su cargo de jefe de la Gestapo y el SD.

Como la Iglesia Católica se opuso frontalmente a las ideas de pureza de raza y eliminación de las personas con taras físicas o mentales inició una persecución en toda regla a los sacerdotes, con ayuda de un cura renegado. Los cargos contra ellos eran –sin sorpresa porque se repiten bajo la ideología contraria al nazismo– homosexualidad y pedofilia.

Al tiempo se organizó una campaña en los medios controlados por el Partido Nazi en la que se presentaba a los colegios y centros educativos católicos como nidos de abusadores que pervertían a niños y adolescentes.

Pío XII no se plegó y contestó con un durísimo comunicado contra las políticas nazis. Ante ello Hitler tomó cartas en el asunto y desautorizó las actuaciones de Heydrich y su protector Himmler, que se vieron obligados a dirigir sus fuerzas del terror sobre otros grupos sociales, para desgracia de estos.

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Es importante hablar mucho de la verdad pues de ese modo parece que somos dueños de la llave del cofre que la contiene. Tal vez sería mejor mentarla menos y frecuentarla más.

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Debería estar callado y no buscarme líos con el aparato artístico. Chitón y con la barbilla tocando el pecho. Se supone que los artistas son personas tirando a indeseables (¡ay, Caravaggio y la bohemia!) a los que resulta conveniente tener bien controlados.

Qué quieren que diga: no soy capaz de callar toda la vida, interesarme por lo que no me interesa y aplaudir a quien representa todo lo que detesto en el arte.

Si leo una entrevista con el director de tal museo y dice sandeces revestidas de autoridad no puedo dejar de decir que es tonto. Un tonto poderoso, ciertamente, y peligroso por tanto. Debería tener más cuidado pero no sería yo.

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Llegó la foto del Mauritshuis, el jilguero de Fabritius, en alta resolución. Mejor dicho: llegó la autorización para descargarla en mi ordenador. Doscientos y pico de megas con su carta de colores y escala de grises adosadas. Qué lujo, si hubiera tenido esto en la juventud.

Fabritius fue discípulo de Rembrandt. Un gran pintor con obra muy escasa pues murió de modo dramático, muy joven, en la explosión del polvorín de Delft. Todas las obras que le conozco son buenas y es bastante probable que El Jinete Polaco de la colección Frick sea suyo y no de Rembrandt.

Aprendió todo lo bueno del maestro y puede ser que sirviera de enlace entre este y la siguiente generación, Vermeer, de quien fue seguramente maestro. Hay ecos en el oscuro pintor del Geógrafo o La Joven de la Perla del modo franco de colocar la demi-pâte de Fabritius. Hace un par de veranos hice para mí una copia dibujada de la cabeza del Autorretrato con peto metálico.

En la película de Alexander Korda de 1936 sobre Rembrandt, con Charles Laughton haciendo el papel del maestro y Elsa Lanchester de Hendrickje Stoffels, aparece en un par de escenas un Fabritius. La segunda es al final de la película cuando Rembrandt, anciano y algo ido, vive de la caridad de los pescadores del puerto de Amsterdam. Se encuentra con un grupo de jóvenes que lo invitan a beber en una taberna próxima y Fabritius, rico gracias a las enseñanzas del maestro olvidado, reconoce en aquel pordiosero al gran pintor. La escena es bonita pero imposible: ni Fabritius se hizo rico pintando ni alcanzó a ver la vejez de su maestro. Pero qué sabía Korda de todo esto en 1936.

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