Impedir que hable

 

 

Las palabras escapan enloquecidas y se niegan a volver. Si algo está mal o resulta inadecuado échenle la culpa a ellas.

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No es fácil decir cosas como esta, aunque sea lo que piensas: Viendo las pinturas de Georgia O’Keeffe creo que había algo malsano en su cabeza. No en ella, que fue una mujer de gran calidad personal según se ha escrito, sino en la parte oscura de su alma. La pintura también sirve para ocultar pero, al tiempo, desvela y arroja luz sobre el autor. No hay modo de engañar con ella salvo a quien desea ser engañado.

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Otra que tal baila es Frida Kahlo. Una biografía todo lo atormentada y novelesca que se quiera y una pintura insoportable. En la confusión, interesada, creada por el Arte Moderno entre biografía y pintura esta mujer es un exponente muy revelador de cómo pintando tonterías se puede crear fama universal.

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En las películas se ve al pintor ante el paisaje o el modelo. Entorna los ojos, hace unas mezclas con el pincel en la paleta, coloca una pincelada en el lienzo y la satisfacción le asoma a la cara. Pues no, esa es la imagen heredada y tópica del pintor impresionista. Pintar es algo más complicado y, aunque los ojos gobiernen la nave, hay que usar el cerebro.

Vendieron que sus magmas coloreados eran la realidad. Ya saben: todo encaja cuando se cumplen unas leyes básicas (si la luz es amarilla las sombras serán violeta, si es anaranjada serán azules) pero la pregunta fundamental permanece intacta: ¿cuánto de violeta y cuánto de azul?. Si eres una fiera: a todo lo que dé el pigmento y estarás hablando tan fuerte que el ruido será insoportable, convertido en protagonista. Desde luego la obra pegará unas voces tan tremendas desde la pared que no podrás hacerte el sordo pero olvida todo cuanto, para muchos de los espectadores, hace interesante la pintura, especialmente la densidad de las ideas.

La nota del natural es muy importante pues la memoria puede recordar la atmósfera –el color ambiente– del momento pero no la mayor parte de los detalles. Los apuntes a lápiz de las particularidades tienen un papel que no se puede soslayar pues facilitan la coherencia del conjunto.

Pero el trabajo en el estudio es lo adecuado si se pretende ir más lejos que anotar gamas cromáticas y detalles de ramas o nubes. La pintura (y el dibujo) va de lo general a lo particular, de lo grande a lo chico, de dentro a fuera. Una montaña, un árbol, antes que nada son masas de color que poseen peso, croma y matiz. Primero la forma y por último el detalle, si lo necesitas.

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Cuando Velázquez pintó su desnudo de espaldas, conocido como La Venus del Espejo, aunque no sabemos si es un velado homenaje a la Calderona, –actriz amante de Felipe IV– o la propia amante italiana del maestro (por ahora anónima pero con la que se sabe que tuvo un hijo que se malogró a temprana edad) no podemos ver tanto a la mujer como a la diosa..

Una mujer como punto de partida pero podemos aceptar sin esfuerzo que sea la representación de Venus. Desde el XVIII, cuando se pinta un desnudo femenino, vemos a madame o la Pepa. El paréntesis lo abren unos cuantos pintores en el XIX que ya no son idealistas sino idealizantes aunque sus esfuerzos resultan patéticos cuando no cómicos.

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En estos tiempos de sobreabundancia de imágenes puede verse a gente colocándole la Espiral Áurea a los cuadros famosos, sin haber entendido nada. Por ejemplo: le colocan el punto de arranque de la espiral a la nariz de la Gioconda y, si observas el desarrollo, ves que éste no pasa, ni coincide, por punto fuerte alguno.

El estudio geométrico de una obra del pasado, de una gran obra, tiene que ser muy cuidadoso al tiempo que libre de prejuicios. El asunto es tan delicado como cazar mariposas y no tocarlas con los dedos. Lo que nunca debe hacerse es abordar el análisis con la intención de imponer lo que ya tenemos en la cabeza. Eso equivale a cerrarle la boca a la obra e impedir que nos hable.

 

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