Cristales

 

 

Uso una paleta para el paisaje plein air, otra para el paisaje en el estudio y una más para los retratos. Digo paleta y quiero decir gama de colores. Algunos son coincidentes y otros no, de acuerdo a cada caso.

La paleta de mano no me gusta pues tengo artrosis en la muñeca izquierda desde que me la partí en Nantes. Al rato me molesta y acaba por ser un incordio. Mis paletas, los sitios donde pongo los colores, son vidrios de un cierto grosor, con los cantos biselados para no cortarme y –generalmente– con un papel de tono bajo ellos para que la transparencia no me distraiga y apreciar bien los valores de lo que mezclo.

Tales cristales van, el más grande, sobre una mesa con ruedas y en mi caja-caballete para el campo, uno pequeño. La paleta grande la utilizo también para amasar los colores que me fabrico.

En el campo lo mejor es una paleta muy breve (esta vez me refiero a la gama de colores), con los primarios más algunos tonos pre-mezclados que son recurrentes. En el estudio cabe extenderse pero sin ir lejos. Conviene saber que siempre estamos trabajando con los tres primarios –más blanco y negro– en distintas alturas de valor tonal, como el músico trabaja sus octavas, en agudos y graves pero siempre las mismas notas.

De hecho puedes hacer cualquier cosa con amarillo medio, azul cyan y magenta (además de los consabidos blanco y negro). Hay que trabajar más las mezclas pero, si buscas economía de medios, con eso basta.

Mis pinceles van de las brochas comerciales para pintar carpinterías a los más delicados de pelo de marta Kolinsky. Planos, redondos, lengua de gato y extendidos. Unos fofos y otros muy briosos. Nunca he probado los de pelo de perro tan recomendados y usados en tiempos de Velázquez. Actualmente los compro en Inglaterra, por la calidad, variedad y rapidez de envío, pero en el pasado sabía hacerlos yo mismo. No es difícil y puedes ponerles mangos tan largos como precises (varillas de madera para modelismo, por ejemplo). Se hacen con un simple dedal de coser: lo llenas del pelo que quieras, le das unos golpes para que asiente en la forma del propio dedal, coges el mazo con delicadeza y lo fijas por el centro con un par de vueltas de hilo de coser, sin que pierda la forma. Insertas el mango (no es imprescindible la virola metálica), y con un bramante muy fino fijas el pelo en él. Después, para que no se mueva ni desate, das un par de manos de cola de carpintero sobre el bramante, el pelo y la madera. Pero si quieres mejor fijación y poder sumergirlo entero en el diluyente usa resina epoxy de dos componente.

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Sólo utilizo lino belga de la mejor calidad, en dos gruesos de trama, de acuerdo a lo que vaya a pintar. Sobre bastidor de madera o sobre panel termoestable, dependiendo de los formatos.

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Me gustaría pintar lienzos enormes*, como en la juventud, pero ya no dispongo de tiempo para ellos y, seguramente, tampoco de las fuerzas necesarias, así que tengo media docena de los grandes –pero no enormes– entre manos y muchos pequeños, de los que puedo hacer en una sesión, si todo va bien y no me sacan los colmillos, o en tres como mucho. Aunque nunca doy nada por terminado y puedo repintarlo al completo al cabo de unos años. No siempre para mejor pues ocurre que lo ganado en ciencia se puede perder en frescura o emotividad.

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En la pintura ocho partes son oficio y dos sensibilidad. Hay pintores que tienen mucho de lo primero y nada de lo segundo que aburren a las ovejas. Y gente tan sensible –y con tan poco oficio– que no consiguen salir del polvorón de Estepa.

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Todos los pintores tendemos a repetir lo que ya sabemos hacer. Eso tiene mucho éxito en un tiempo que busca, sobre todo, la marca distintiva. Es nocivo y debería evitarse pues, de todos modos –lo entiendan o no–, siempre vas a estar dentro. No hay que preocuparse de ese tipo de cosas salvo que uno aspire a ganar dinero y fama rápidos. Una cerilla quemada aumentada de escala varios miles de veces te puede convertir en millonario y que te hagan doctor horroris causa por la Universidad de Unamuno. Ese tipo de decisiones son asunto tuyo.

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Te gustaría tener un criterio sencillo a la hora de pintar pero no puedes. Tu cabeza no lo permite. Juegas a la ingenuidad pero sabes que no, y en el siguiente trabajo vuelves a los jeroglíficos, al sentido oculto de lo que haces.

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Naturalidad. Que no se note el esfuerzo. Hacer estilo, exagerar, provocar… es fácil. El estilo transparente es el estilo natural. Tan familiar que no parezca artístico. La difícil naturalidad del vaso de agua, que decía Z.

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Leo en internet: La diferencia entre una tiranía fascista y otra comunista es que en la primera te arrean una patada en los dientes y te aguantas mientras que en la segunda, además, tienes que aplaudir.

Añado: y hacerte una auto-crítica o, peor, que te la hagan. Recuerden a Shostakovich despidiendo cada noche a su familia y saliendo con la maleta a la escalera para esperar a la policía política de Stalin, que te llevaba a esas horas que meten tanto miedo en el alma para hundirte, para hacer sufrir a los tuyos y ejemplarizar al vecindario. Por cuestión de una música que no era lo esperado de un compositor revolucionario.

Fue estupendo, a pesar de la tiranía franquista, no haber pasado infancia y juventud bajo una dictadura comunista.

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*Se trata de un guiño al amigo José Luis Cuerda, a propósito de una película de hace muchísimos años.

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