Tiempo recuperado

 

 

Van espaciándose las entradas. 2017 está siendo un año duro y comenzó pareciendo lo contrario: un trabajo muy bonito, de los que obligan a pensar fino: había soluciones generales sobre el papel pero éste es muy sufrido y se deja hacer de todo. Aquello se podía venir abajo con todos nosotros detrás. Fueron surgiendo las soluciones. El ábside no se cayó pero mi confianza en las personas salió malparada: todos hablamos de la importancia de conservar pero lo que mejor practicamos es el instinto de auto-conservación. Y añadimos a las cosas nuestras necesidades, fundiéndolas con ellas hasta el punto de que llegamos a creer que las cosas y nuestras necesidades son lo mismo.

‘El Estado soy yo’, sin duda. Pero también el ábside y la ración de boquerones fritos que nos permite disfrutar. En definitiva: somos una especie muy destructora aunque nos revestimos de la autoridad que ofrece aparentar lo contrario. No conservamos, usamos en nuestro beneficio, traicionando buena parte de las veces, la memoria de los muertos.

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El Concilio Vaticano II fue un desastre para las obras de arte de los edificios religiosos. Quisieron cambiar las formas pero no abrieron el melón y todavía seguimos sin saber cómo está por dentro. Fue un tiempo raro, una iglesia pobre que quería parecerlo. Goteras en las techumbres y objetos con valor en el mercado.

Imagino al cura obligado a construir un nuevo altar para celebrar los oficios de cara a los fieles, a su espalda el retablo barroco. Sobre la cripta familiar el sepulcro con dos figuras yacentes y una perra parida en medio. Perra de caza parida como atributo de fertilidad y sagacidad, la fidelidad va aneja a la especie.

La mujer tiene un libro en las manos y con el dedo señala algo escrito en él pero la policromía se ha perdido y las letras ya no están, es un trozo de piedra. Hemos visto que todo estaba pintado, quedan restos en los sitios habituales: los inaccesibles. Sobre la piedra una capa de estuco y encima de éste el colorido. Hay letras talladas que también estuvieron animadas con el color. Letras góticas pues, entre nosotros, el Renacimiento continuó siendo gótico en muchos lugares y obras.

Es una belleza de túmulo y la firma del escultor (una efe de peculiar trazado) aparece por todas partes, junto a las marcas de canteros. Estos proveyeron las piedras seguramente bajo la forma de lo que hoy llamamos ‘sólido capaz’ y el escultor hizo la labra, delicada y fina. Imitó las texturas de la lana, de los brocados y los linos de Flandes.

Estorbaba y lo quitaron del medio para hacer sitio al nuevo ara. Junto a la huella de la gradina del escultor, en la parte oculta de las piezas, se ven los palancazos brutales del albañil que lo desmontó. Son golpes inclementes, dados por quien piensa que la piedra sufre sin partirse. Trozos y más trozos: pasan del centenar los que llevamos fichados. Muchos ya no podrán volver a su lugar porque no sabremos cuál fue. Otros han desaparecido, faltan piezas laterales, muy decoradas. No están las dos cabezas de los pajes que sujetan los almohadones, estorbaban para acomodarlos en el nuevo emplazamiento y sacrificaron la parte por el todo. Nada se sabe de ellas.

Las caras de los dos esposos fueron desfiguradas a martillazos. Narices rotas, labios machacados. Suele echarse la culpa a la francesada pero no está claro, solían robar más que destruir. Salvo, como en Trujillo, que dinamitaron los palacios de la parte próxima al castillo que estorbaban a la rasante de tiro de sus cañones. En Uclés no conseguimos encontrar la tumba de Jorge Manrique. El monasterio fue cuartel y prisión durante la guerra civil. Maravilla que, en Sigüenza, el doncel se haya conservado.

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Nos conocimos dando vueltas a la plaza mayor de aquella capital de provincia. Supongo que trece o catorce años, 1963 o 1964. Las chicas (ahora niñas) iban a dar las mismas vueltas y, según las que te gustaran, hacías el giro en una u otra dirección para mirarlas de frente.

Éramos distintos al resto. No debía haber muchos adolescentes en las provincias oscuras que anduvieran con los Stones, Kinks, Beatles y los grupos californianos. Ni con aquellos pelos, pantalones, chemise de fleur y botines ingleses. Con todo aquel instrumental (y estaba la música que hacíamos en un local de ensayo cada dos días) lo suyo era entenderse, así que nos hicimos amigos del alma e inseparables.

Mi vida nómada me alejó del amigo hasta hace poco en que volví a recuperarlo. Ambos, sin saber uno del otro, nos hicimos pintores y restauradores. Nuestras vidas han caminado parejas y por los mismos lugares. Casualidades aparentes que dan mucho que pensar.

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Es una vanitas que puedo pintar gracias a mi amigo I., que aportó uno de sus elementos básicos. Es muy sencilla: una calavera frontal, completa, y dos peonías rojo acarminado. Como en todas las vanitas el significado es evidente. La composición tampoco esconde nada, es lo que se ve.

Mi calavera, la mía propia, la que está detrás de lo que puedes ver y que me sé de memoria, no terminará en el estudio de un pintor o en el aula de anatomía.

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Olvidar lo que importa y recordar las canalladas. No se me ocurre peor sufrimiento.

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Releo unas entradas antiguas y veo tijeras de podar por todas partes. Cajas y cajas de goma de borrar. Al tiempo sé que no lo haré y nadie lo hará por mí, son notas públicas y carecen de interés para el público. En realidad pagamos dinero por los autores anteriores a internet y en poco tiempo ni por ellos. Toda creación será pública y tendrán que vivir de otro modo.

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Occidente no librará la gran guerra que se espera contra la Sumisión porque, como esos boxeadores que ya están noqueados pero todavía no cayeron a la lona, hace tiempo que está derrotado. Será una alianza de chinos, indios y rusos. La esperanza de la humanidad antes de las máquinas inteligentes.

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Quiero creer que sale del libro de citas de Z. la de aquel gran pintor del XIX a quien un joven muestra sus obras. Preguntado por el maestro que le instruyó responde que es autodidacta y el pintor responde que se advierte en los cuadros que tuvo un maestro muy ignorante.

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En el aprendizaje del oficio interviene todo el cuerpo pero, mayormente, las manos del maestro. Puedes cantarle la chacona al alumno pero, si no coges pinceles y paleta para explicar, poco va a aprender. El oficio es más un cómo que un qué. Si lo prefieres en bonito: el oficio se puede enseñar, el arte no.

Tuve compañeros en la enseñanza que jamás se mezclaron con nada que tuviera que ver con el oficio. Lo suyo eran las acciones, la charleta, el blablablá. Otros, menos caraduras, usaban manuales de la Bauhaus y ponían ejercicios. El manual costaba ciento cincuenta pesetas y ellos cobraban doscientas mil al mes. No era mal asunto, pensando que con un manual tenían para todo el curso y al siguiente podían repetir con los nuevos.

Desde entonces ha seguido empeorando y ya no queda más solución que cerrar todas las facultades de Bellas Artes, lugares en los que se enseña y practica un odio desmedido hacia el arte.

 

 

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