Talento muerto

 

 

Fréderic Bazille murió en la guerra franco-prusiana de 1870. Se dice que heroicamente, intentando salvar a mujeres y niños. Tenía 28 años y ya era un pintor hecho. No podemos saber qué impulsa a un joven de talento probado a jugarse la vida desde nuestra perspectiva blanda, escasamente dada a cualquier manifestación de civismo que vaya un paso más allá de las reglas de cortesía. No me equivoco mucho, creo, si digo que la mayor parte de nosotros prefiere la humillación a la legítima defensa.

El caso de Bazille no es como el de Karel Fabritius, el extraordinario discípulo de Rembrandt. Éste murió por accidente, mientras hacía guardia en el polvorín de Delft, que explotó espontáneamente. Bazille murió en el frente, peleando.

Lo más de su formación como pintor, aunque bastante intrincada, se lo debe a Courbet, el maestro realista y comunero, ilustre exiliado en un cantón de Suiza tras el fracaso de la Comuna y bajo la acusación de haber participado, o dirigido, el derribo de la columna Vendôme. Hay en el primer Bazille la misma búsqueda de la firmeza en el dibujo, sin floreos de espadachín, la misma delimitación del claroscuro casi rembrandtesca que en el maestro de ‘El entierro en Ornans’.

Aunque todos los detalles significativos de su biografía están en la red a un golpe de click, es conveniente decir que Bazille era rico por su casa, que pudo sostener económicamente un taller en el que trabajaron la mayor parte de los impresionistas alcanzados de dinero (todos menos Manet y Degas, que eran grandes burgueses) y que Fantin-Latour (otro de esos pintores ‘menores’ a juicio de los partidarios del trío Manet-Monet-Renoir que se agiganta con el paso del tiempo) dejó en un lienzo titulado ‘Un taller en Batignolles’.

A partir del trato frecuente con los impresionistas radicales (pintores teóricos, aferrados a una supuesta ‘ciencia de la visión y del color’ pero escasos de musculatura pictórica) Bazille se va apartando de la enseñanza Courbet y abraza el nuevo credo. Ignoro si influyó en su decisión el descrédito político en el que había caído el pintor exiliado pero es posible. En adelante Bazille intentará conciliar el dibujo tallado courbetiano con la gama cromática pleinairista y, en mi opinión, será un desastre: nunca volvió a alcanzar la cota de intensidad expresiva, de vida interior, que respiran sus obras del primer período. Véase el retrato del poeta Verlaine que ilustra esta entrada: posee una vida que Manet –pintor esencialmente decorativo y creador de escenas simbólicas potentes pero que suele estrellarse contra la realidad– no alcanza.

Cuando un pintor muere a los 28 no es posible predecir hacia dónde hubiera encaminado su trabajo. Formas duras y cromatismo plein air es una mezcla imposible pues la luz devora las formas, convirtiendo el dibujo en sugerencia fantasmal, como puede verse en el mejor desarrollo del asunto, que es la obra de Sorolla. Nos quedamos con las hipótesis, como en el caso citado de Fabritius.

¿Por qué una entrada sobre Bazille, un pintor con poco más de cincuenta obras y considerado marginal al impresionismo? Porque un amigo me ha hecho el regalo de ese retrato de Verlaine que yo desconocía. Y porque estoy al brasero, cansado, tal vez con algunas décimas de fiebre y con la ansiedad de quien espera buenas noticias que no llegan.

 

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