Capa de hilo invisible

 

 

Los españoles no somos más pícaros o ladrones que los habitantes de cualquier otra parte del mundo. Lo que cambia, como en Italia, es la tolerancia y majeza con el robo y la corrupción.

Un canal de pago puede costar 10 euros al mes, lo que unos cuantos cafés o cervezas, pero presumimos de no pagar nada porque lo pirateamos. Se dice con risilla y aplausos al aprendiz de Luis Candelas.

Si la clase política es reflejo fiel de la sociedad que la sustenta cabe concluir que la corrupción está para quedarse. Haciendo amigos: si la mayor parte de la clase política es corrupta debería ser achicada al mínimo imprescindible. Diezmada en sentido literal: dejar uno donde hay diez.

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La vida, llevar comida a casa todos los días, puede ser muy dura: de representante de Pinker en esta parte del planeta a los trajes de Camps. Toda mi solidaridad.

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Tiempos van y tiempos vienen, la mudanza es lo que queda.

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En el realismo todo marcha bien hasta que llegamos a los verdes.

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La tiranía, –los tiranos, la mente tiránica–, basa su poder en no separar lo privado de lo público. De hecho suele convertir lo privado en público contándolo, en ciertos casos, como si fuera privado.

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Nunca hubo tantos pintores como en este tiempo. Aquel crítico norteamericano dijo que las escuelas de arte de Nueva York ponen a más artistas en el mercado en un curso que el estado de Atenas en todo el siglo V.

La pintura se ha partido en dos: para casa la haces tú mismo viendo youtubes y no te faltará ocasión de acudir gratis a algún curso de entretenimiento. Tras decorar tu vivienda intenta vender algunas obras a familiares y amigos. Es lo que hacen todos pero se trata de un camino sin recorrido que frustra a muchos, más o menos habilidosos, llegado el momento de dar el salto al mercado.

La otra parte, la maldita, es el negocio internacional del arte, que es donde se mueve el dinero. Está en manos de muy pocas personas. Entrar ahí no depende de ti, de lo que hagas o del talento que puedas tener, va por otros derroteros, ajenos a la práctica artística. Está más cerca del mercado de diamantes o del coltán que de la idea que puedas tener o te hayan contado.

El negocio de verdad lo hacen esos pocos en la capital del imperio. En las provincias –sea España, Francia, Alemania u otro país– obedecen las reglas unos cuantos que sacan provecho y las administraciones públicas, acogotadas por la cultiniparla, invierten dinero para que el interés no decaiga. Críticos con opinión hay muy pocos, la mayor parte son sobrecogedores aun sin saberlo.

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La gente que se dedica al arte no suele plantearse desafíos que no pueda vencer con facilidad. El Arte Moderno ayuda a que pueda hacerlo por medio de la democratización del oficio, o del no oficio.

Un amigo que ha alcanzado el éxito en los negocios planteaba días atrás crear una beca para enviar a completar estudios a jóvenes talentos. No me costó demasiado convencerle de que el talento ya sólo es demostrable, de modo objetivo, en la música clásica. Pensar en los chicos de bellas artes es perder el tiempo. Qué haríamos si se presentan con unas fotocopias o un pedrusco con un alambre pinchado. He asistido años atrás, como jurado u observador, a algunos concursos de pintura y sé lo que hay.

El argumento, que ya he dado en otras ocasiones, es –imaginando que sea violinista el aspirante– más o menos así: ‘Toque la Chacona de la segunda Partita’. Cabe que lo haga muy bien, bien, regular o mal. El muy bien se lleva la beca y si hay dos en ese caso, que sigan tocando obras complicadas hasta que uno se venga abajo.

En estos tiempos cuentan los éxitos y no los desafíos que uno se plantea. De ahí el ‘eso yo también lo hago’ o la facilidad con que se puede alcanzar estado de pintor aunque no se pueda vivir de ello pues, hablando con propiedad, sólo viven del arte los marchantes.

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Se me había pasado por alto: el retrato de mujer joven por Vermeer que hay en el Metropolitan de Nueva York es el de una persona con síndrome de Down. Es tan misterioso todo lo que rodea a este pintor, sabemos realmente tan poco de él que el vacío ha permitido a unos cuantos escritores demasiado imaginativos montarle una biografía, en su mayor parte falsa.

El caso es que el cuadro comentado no me había llamado demasiado la atención antes de limpiarle el barniz oxidado. Era el retrato de ‘La Ranita’ –coloquialmente– sin mucho más que añadir ante la contundencia de otras obras del autor.

Puestos a fabular cual literato se me antoja que la muchacha podría ser una de las hijas del pintor, que tuvo numerosa prole.

Me llevan a esto la naturalidad y confianza con la que posa la modelo y el amor puesto por el pintor en suavizar los rasgos, fundiendo con mucha delicadeza las transiciones para que la luz parezca resbalar sobre la cara sin describirla por entero.

Como ejemplo contrario véase el supuesto retrato de la mujer de Velázquez en El Prado, María Pacheco, en atuendo de sibila: el realismo del gran pintor llega al extremo de enfriar puntualmente el sobrelabio, sugiriendo vello.

Hay un par de detalles más en el cuadro de ‘La Ranita’ que da que pensar: el turbante que cae es el mismo que el lucido por ‘La joven de la perla’ (y también la perla misma, si bien en esta obra es menos visible). La gama de color utilizada para describir el tejido, aunque en éste retrato aparezca con menos intensidad cromática, es la misma.

Cabe la posibilidad, cómo no, de que perla y turbante formaran parte del atrezzo del pintor pero se hace raro que quien hace el encargo (un retrato de su propia hija) no aporte también joyas y vestidos.

Tanto se dice que ‘La joven de la perla’ no es retrato sino tronie (una cabeza imaginaria, genérica) que no es fácil llevar la contraria. Pero he copiado esa obra a escala 1:1 y sé que, detrás de la idealización, hay un retrato de mujer. Rafael, Leonardo o Miguel Ángel sí hicieron tronies, y con ellos todo el Manierismo, pero basta comparar cualquiera de sus cabezas con la de Vermeer para darse cuenta de que, aquí, alienta una humanidad ausente en las otras.

El retrato de esta joven, casi niña, con los rasgos afectados por el síndrome. No puedes ponerte a hacer una cabeza ideal y que salga así: es una persona viva, probablemente muy amada. Tanto como para que un gran pintor dejase memoria de ella, fuera o no su padre.

 

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