Hijos que alimentar

 

 

Decir que he viajado a Granada está fuera de lugar: he hecho muchos kilómetros de autovía para llegar a un hospital y dar un beso a mi madre. He vuelto por el mismo camino.

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Paro a tomar un bocado ligero y el local está lleno de moteros alemanes, bien uniformados. Ninguno cumple ya los sesenta y cinco, todos lucen barriga y escasos pelos en la cabeza, salvo ellas que –también sin cintura– lucen cortes capilares estilo ángelas del infierno.

Resulta inevitable pensar en los jóvenes mileuristas que están pagando la aventura de los easy riders. En Europa hace tiempo que todo es caricatura.

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Parece que en 1982 era imprescindible inventarse algo para no dar ocasión a la gente del arte que había andado en compromisos. Saltó lo que llaman Movida, un movimiento absolutamente pedorro (disculpen la expresión) en el que se invirtieron millones. No ha producido un solo artista, de ningún género, que pueda pasar de tocar en las fiestas de los pueblos. De hecho eso es lo que hacen actualmente. Y no hay concejal de festejos que se resista.

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El viejo profesor era un fraude en lo tocante a conocimientos artísticos pero excelente actor. En la inauguración de una exposición se paró conmigo y estuvo diciendo tonterías un rato, ni siquiera mencionó lo que supuestamente miraba. Después, visto en la tele, parecía que mantenía una interesante conversación sobre los intrincados vericuetos de la vanguardia. En realidad estaba tratando de saber si era yo de Murcia.

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Haes aconsejaba a sus alumnos de la Cátedra de Paisaje no abordar grandes vistas sino centrarse en elementos sencillos –un camino, un árbol dominante, unas rocas– próximos y accesibles, claros y bien definidos.

Las grandes vistas, si no sirven de fondo al retrato o la escena con personajes, plantean muchos problemas: lo que el ojo del pintor desmenuza y entiende, el pincel ha de resumirlo en un trazo escueto, a veces de difícil lectura. Las montañas a lo lejos son complicadas en su encuentro con el celaje y hay que afinar mucho tanto en la relación cromática como en altura tonal. Y por último la articulación de los planos, del primero al horizonte: como no haya diagonales que lleven la vista suavemente de uno a otro, no tienes a nadie.

En los temas de aparente menor calado sigues teniendo un problema con los primeros planos. Los clásicos lo resolvían de modo expeditivo: sombra oscura para que no distraiga. La visión realista actual pide explicaciones, que no son fáciles de dar pues todo el detalle que pongas ahí resta interés al tema central.

Hay que ser muy cuidadoso a la hora de escoger uno de esos temas sencillos, estudiar bien el encuadre. Y hay astucias de paisajista que puedes estudiar en los cuadros de los grandes. No consisten en mentir sino en desplazar ligeramente la verdad.

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Pinto risqueras, peñas y otros elementos porque el paisaje verdura me gusta para pasearlo pero no para pintar. Una ensalada carece de interés fuera de la mesa.

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Una pareja de mirlos hizo nido en el patio, entre las ramas de un jazmín. Tienen agua y comida segura, que roban al gato y completan con bichejos que cazan por el campo. En poco tiempo, apenas las crías emplumaron, se hicieron molestos. Se empleaban a fondo contra el gato, al que ya tenían más que asustado. Es un macho viejo, que nunca ha sido cazador, y al que gusta disfrutar la primavera tumbado al sol en los arriates.

A la gata, que si es cazadora, también la intimidaban. Vive arriba, entre mi estudio y los tejados, y ya no se atrevía a salir. Llegaban los pájaros metiendo escándalo y haciendo amagos de ataque. La gata gemía, se quejaba ante mí de aquellos diablos voladores, negros y chirriantes. Por suerte ha caído una tromba de agua que ha sido catastrófica para los recién emplumados. Los padres siguen trayendo bichos del campo pero ya no tienen hijos que alimentar.

 

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