Suelo incluirme

 

 

Tal vez sea un tópico. He observado a lo largo de los años que las personas de verdad sensibles –lo de verdad viene porque algunos se consideran sensibles por ser escrupulosos o caminar sobre pies ajenos para no dañar los propios– suelen tener exteriormente algunas aristas muy afiladas.

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En el arte, cuando se llega a esta situación del ‘porque yo lo valgo’ o ‘porque yo lo digo’, sólo se tira adelante con una mesa de tres patas: formalismo en el concepto, academia en la formación y realidad como objetivo.

Sin creer que Hopper es la realidad o esos que hacen caras o manzanas de a metro y pintan los poritos. Basurilla comercial.

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Si puedes decir de una pintura que parece una fotografía estás ante una mala pintura.

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El arte, como la caída de Ícaro en el poema de Auden, suele ocurrir inadvertidamente y donde no se le espera.

Si le pones medios es más fácil para el talentoso pero seguirá siendo imposible para el que está vacío. Y se hará de todos modos, aunque sea entre grandes dificultades.

Antes fue la Corte y ahora el Mercado de los Seis pero viene a ser lo mismo, en lo que importa.

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En la pintura prefiero un torpe de mano con una idea del mundo que tal vez no comparta a un virtuoso vacío, que me hace perder el tiempo en lo que carece de importancia.

De lejos es como el señuelo de pesca, brilla, atrae y parece vivo pero, mirado de cerca, es material muerto movido por la mano del pescador.

El tiempo, la edad –esto es, la experiencia– impiden que caigas en la trampa invirtiendo un tiempo precioso de tu vida.

Disculpen: claro que hay una pintura atrapabobos.

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Y también hay una pintura que, estando vacía, aparenta torpeza y mundo propio para atrapar al reticente.

El pescador sabe que, cuando fallan la brillantina y el señuelo que se mueve con coquetería, queda ese otro apagado de colores y vacilante de movimientos. Pero cuidado: es el que se utiliza con el pez receloso y puede ser letal.

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Cuando escribo o digo ‘gente’ suelo incluirme.

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El pintor inseguro también suele ser soberbio. Tiene tanto miedo a que algo, alguien, le diga que no está haciéndolo bien que cierra los ojos y, en lugar de aprender de los demás, se dedica a inventar lo inventado.

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Me conmueve la humanidad de Rembrandt. Es compasivo con sus personajes, no los juzga con el pincel ni moraliza sobre ellos.

No es un genio en el sentido habitual de esta palabra sino un hombre muy grande que pinta maravillosamente.

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Ha muerto Paco Calvo y poco puedo decir de él. Que fue uno de los discípulos preferidos de Bonet Correa, al que dio la espalda en una de aquellas purgas en EP.

De mí escribió poco pero bien, quiero decir: poniendo bien mi pintura y tratándome de persona. Hasta consideró que mi escaparate en Arco’86 era de los imprescindibles.

Después, siendo yo docente, lo invité pagando a dar una charla cómoda a los alumnos –en un ciclo de conferencias organizado con muchos amigos por medio– pero, aunque dijo a todo que sí, no apareció y tuve que improvisar algo. Pero se entendió: Cuenca en invierno, a las ocho de la tarde, es matadora y más en aquellos años sin autovía ni trenes rápidos.

Cuando terminé con aquello y volví ‘a la selva’ –como decía Z.– se perdió el contacto. Quiero decir, que yo no hice por ello y tengo la impresión de que a Calvo no le interesaban las jóvenes promesas amortizadas.

Por otra parte su Prado no era de mi interés, me refiero a los talleres. El mío era el de C. y G. Cuando trabajaba allí gente cordial y era bienvenido. Me gusta haber visto los Velázquez sin marco, en el caballete, y eso se lo debo a aquellos restauradores que entendían los vericuetos mentales de un joven pintor interesado en la tradición.

Me dice C. que ahora es como una oficina de la CIA: nadie tiene acceso a la totalidad de la información y todos desconfían de todos. La primera desconfianza es echar dos vueltas de llave a la puerta y exigir credenciales. Así ya no vale la pena.

Pero volviendo a Paco Calvo: descanse en paz.

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El peor político es el que crea en la gente exigencias que no puede satisfacer.

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El político de tipo egipcio, un soberbio, es aquel que se cree investido del poder de cambiar la historia alterando calles, demoliendo y autorizando. Al pueblo le gustan porque odia ver la casa de enfrente y el árbol puñetero soltando hojas. Lo nuestro no es mejorar lo presente sino destruirlo, por ello medimos la calidad de los alcaldes por su capacidad para alterar el medio. ‘Ha hecho mucho por este pueblo‘ suele querer decir que se lo ha cargado.

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El verdadero genio no necesita explicaciones pues se dirige a nosotros en un lenguaje que todos, del torpe al sabio, comprendemos. Esa es una de las razones por la que Bach y Velázquez son genios y Picasso no.

 

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