Solitario, habitualmente sociable

 

 

La mayor parte de lo que pongo aquí es banal, pensamiento tópico o, lo que es igual, no pensamiento sino ocurrencia. Ahora viene la adversativa: sin embargo, en lo referido al arte, creo que hay cosas que tienen algún valor. Lo tendrán o vaya usted a saber: si no hay una vuelta a la tradición figurativa occidental, con todas sus consecuencias, es probable que quienes vengan detrás de nosotros no sean capaces de establecer una relación formal entre lo que se hizo y lo que ellos sigan llamando arte. No me atrevo a establecer esa relación formal entre el arte anterior al triunfo del impresionismo y Malevich, por ejemplo, porque me parece que no la hay, que si una parte es la otra no puede serlo. Las artes decorativas, derivadas de la arquitectura, o consustanciales a ella, están detrás de Malevich pero no de la pintura como espacio de una significación más amplia y compleja. Porque, hay que decirlo, Malevich como tantos otros, es de una simpleza aterradora. Meten miedo cabezas así. Hay que tener mucha autoridad interior y se puede trasladar al exterior con resultados funestos para el prójimo. Al fin y al cabo todo eso es arte militar, militante, de vanguardias, de gente de uniforme y, por ello, potencialmente peligrosa.

El caldo de pollo nunca ha matado a nadie –solía decirse. Y la pintura tranquila tampoco.

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Es más difícil pintar un cuadro pequeño que uno grande. Me refiero a cuadro y no boceto. Es como tener las manos muy grandes y querer tocar cómodo en un violín tres cuartos.

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The decadence was drawing near; soon an era of absolute disorder was to set in. No tradition was to survive. Painting was to become a hotch-potch without system, without delicacy, without forethought, which was doomed to perish within a few years. Before this gaping tomb one master, Reynolds, recoiled, drew back, offered his homage and worship to the admirable artists of the past, and pronounced the funeral oration of traditional painting. He was strangely absorbed in processes. Gifted with the analytical and critical spirit of decadent periods, he studied methods with the utmost ardor, and even went so far as to destroy pictures in order to discover how they were painted. But it would seem that the secrets he sought to penetrate were inviolable, or that their solution lay outside the scope of his inquires, for his studies resulted in painting that evaporated, turned yellow, cracked, and perished even during his own lifetime. Surprised and greatly troubled at first, he ended by declaring philosophically: that the best painting is that which is liable to crack. This philosophy, too frequently adopted after him, served but to aggravate the evil to come. Reynolds further inaugurated a very artistic but over-prompt and impulsive manner, which led too often to fragility and evanescence, in spite of its artistic beauty.

Moreau-Vauthier, The Techniques of Painting. 1857

Y sigue el secreto porque no hay secreto sino un manejo de los materiales adecuado –primer asunto– y que la pintura de los grandes maestros se produce antes de la Revolución Industrial y la comercialización in extenso de los materiales para artistas. En pocas palabras y de abajo arriba: las imprimaciones eran diferentes, los aceites siempre eran obtenidos por prensado en frío, sin ayuda química, y su blanqueado se hacía por medios naturales; los pigmentos se molían a mano y su granulometría era más gruesa que la actual; la paleta era muy sencilla y formada con mayoría de colores estables a la luz, los inestables –muy pocos– solían emparedarse de tal modo que estuvieran protegidos; los artistas sabían qué colores no debían mezclarse entre sí para no provocar conflictos químicos que pudieran arruinarlos; cuando había que dejar secar una capa se hacía sin prisas y ningún cuadro se barnizaba antes de correr un año desde su terminación, dando lugar a un secado profundo que libraba a las capas superficiales –las visibles– de craqueladuras. Respeto por el oficio y por el cliente.

Hubo maestros muy rápidos pintando y acabando: Luca Giordano, a quien llamaban il maestro Fa Presto. Rubens que pasaba del boceto al acabado sin transición. Velázquez porque cada vez ponía menos pinceladas y yuxtaponía los tonos sin fundir para que el ojo del espectador lo hiciese desde la distancia adecuada. Y otros muchos que no cito para no alargar la lectura.

El milagro Rubens, que influyó en todos de alguna manera, se producía por los ingredientes: una mano soberbia para el dibujo, del natural o inventado, y un proceso pictórico que excluye el azar todo lo posible y en el que los pasos están programados. No hay tormento y el material pictórico nunca está atormentado. Cuando ensaya lo hace en pequeño formato y, si no sale lo que busca o no le complace, vuelve a imprimar y pinta encima. Cuando vayas al Prado mira un fragmento de Rubens, –un pie, una mano, algo que sea fácil de analizar– y verás que el orden pictórico es tan afinado como una escala musical: un Fa es un Fa y después viene Sol para continuar con un La y sucesivamente. De lo grave, u oscuro, hacia lo agudo o luz. Cada cosa a su debido tiempo y sin mezclar fases: primero las masas y después los detalles o acentos para, en el último paso, colocar con precisión las altas luces bien empastadas para que reflejen la luz real al tiempo que la fingen, así como los reflejos que, en el argot pictórico de entonces, son los golpes de luz dentro de las sombras.

Y graso sobre magro, siempre.

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Cuando tanta gente pinta fotográfico, –y no me cabe duda de que es una estrategia comercial–, y otra le mete surrealismo para no ser confundida, carece de sentido no limpiar de impurezas tu pintura y enfrentarte al lienzo sin más coartadas que tu oficio y tu espíritu.

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Las lilas que crecen en las casas y casonas de la Sierra de los Lagares próxima a Trujillo son restos de la moda afrancesada de un tiempo en el que las familias se desplazaban en calesas y tílburies por las callejas cercadas con piedra seca, a meriendas, cenas y veladas.

El arbusto, puesto de moda en Francia por Lemoine, cundió por la sierra y todavía pervive tanto en jardines cuidados como ruinas. La flor puede ser blanca (inocencia) o púrpura (amor y pasión). Ha sido muy pintada por Manet y Fantin-Latour, tanto como evocada en soberbios poemas. Su olor es fragante, delicado, e inunda las estancias. No se debe regalar lilas moradas a una mujer comprometida.

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Los veo y me veo. Estoy envejeciendo mejor en lo físico. En lo otro no sé.

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El perdón es lo único que tenemos para practicar el más desenfrenado de los egoísmos pues nada produce tanta paz interior como el perdón, antesala del olvido.

No es cierto, el perdón es lo que nos pone en pie como especie y nos permite llamarnos Humanidad.

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Seguramente alguien ya lo ha dicho de sí mismo pero, como pierdo memoria, tal vez me lo acabo de inventar: si tuviera que definirme diría que soy un solitario habitualmente sociable.

 

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