Cuando la brisa de invierno

 

 

Parece que la humanidad necesita del crimen tanto como de la virtud. Es una inferencia desagradable pero que se puede observar. La prostitución y la droga, por ejemplo, generan un entorno criminal pero si ambas se legalizaran el crimen pasaría a ocuparse de otros asuntos. Se podría hablar, con cautela, de una criminalidad inherente y nómada.

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Juan Rulfo atesoró al menos tres méritos: haber escrito “Pedro Páramo”, sentir antipatía por el populismo y no tener el menor interés por Frida Kahlo.

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La fotografía fiel al color es la que se hace en blanco y negro. La otra es mentira.

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Casi todos, por no decir todos, los cuadros que pinto no tienen más intención que ser experimentos y pruebas. En pocas ocasiones concibo el trabajo como un ‘voy a hacer un cuadro’. Se trata, mejor, de voy a ensayar esto, voy a probar cómo funcionaría esto… o cosas parecidas. Sale o no sale y, si no sale, de poco sirve.

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Los negocios dedicados a la venta de materiales para artistas nunca han ganado tanto dinero como ahora. Los que llamaré ‘de siempre’ vivían de surtir de los elementos necesarios para el oficio a los artistas de la ciudad en que se asentaban. Detrás del mostrador solía haber un propietario con su bata y un aprendiz que le ayudaba con las ventas, cargar pesos y tensar lienzos grandes. Así desde el siglo XVIII en algunos casos.

Cuando los artistas comenzaron a chorrear pinturas industriales sobre lienzos en el suelo y el oficio fue perseguido internacionalmente como peligroso delincuente, las tiendas pasaron un bache económico que se llevó a muchas por delante.

Hoy florecen de nuevo los vendedores de materiales de primera calidad, sean aceites, lienzos, pigmentos, pinturas en tubo o pinceles con los que hubiera soñado Rubens.

Hay más artistas que piedras en un berrocal y todos tienen su democrático derecho a usar los mejores medios, cómo no.

Pasa lo mismo con las cámaras de fotos. Una Leica era prohibitiva para cualquiera que no fuese un profesional capaz de amortizarla con su trabajo. Hoy es una marca para ejecutivos bien pagados.

Lo cierto es que no se dan cuenta de algo que no se puede dejar a un lado: siempre es el indio y no la flecha.

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La gente suele decir “arte moderno” sin darse cuenta de que tal sujeto tiene una historia. Y consiste, principalmente, en la disolución del arte en un caldo sospechoso en el que grandes negociantes toman decisiones que no les competen pero les generan extraordinarios beneficios y, al tiempo, se eliminan todos los obstáculos que pudieran impedir el muy democrático derecho a ejercer de artista, comenzando por la formación artística.

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El arte democrático, en su corta historia, ha sido, es y será basura.

Las ferias de los marchantes serán sustituidas –poco a poco pero con paso firme– por otras donde cada quisque tendrá el derecho de presentar todo lo que se le pase por la cabeza a un público que no sentirá el menor deseo de comprar pues no habrá casas donde colocar nada.

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Los artistas, a partir del siglo XX, solemos escribir y hablar demasiado. Justo lo contrario que los grandes del pasado. La razón es sencilla: las obras del presente son menos elocuentes que las de los grandes períodos.

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No es cierto que los totalitarios cuestionen la libertad. Cuestionan la tuya.

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Un gran pintor recibe un estilo (una forma de pintar, que es también un modo de mirar el mundo) y lo abre. A lo largo de su vida lo mejora y sirve para otros. Es el caso de Tiziano, por ejemplo, sin el cual no es posible entender del todo a Rubens y tampoco a Velázquez. El buen pintor recibe el estilo y lo usa de tal modo que sólo le sirve a él.

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Tal vez sea mejor no celebrar a reyes ni héroes pero, a causa de ello, las rotondas se han llenado de latas de conserva y un extenso muestrario de chatarra al que llaman pomposamente ‘monumentos’.

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Una misión del antiguo ‘artista de vanguardia’ –y no la menor– era salvar a la Humanidad de todos los errores de la Historia. Los de ahora son menos idealistas, más demócratas, y sólo juegan al ‘como si…’

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Hay un esfuerzo natural en la pintura según el principio de que sin trabajo no hay logro. No obstante, el esfuerzo excesivo –si es evidente en el cuadro– no es virtud sino lo contrario. Es la herencia que nos dejaron las actitudes obreristas de las vanguardias de principios del siglo XX, artistas que cambiaron el blusón por el mono azul. Con ello quisieron desandar más de cuatro siglos de historia, retroceder lo avanzado por los artistas que libraron sus obras de ser consideradas actividad manual para ser cosa mentale, esto es, artes liberales y no mecánicas.

 

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