Mentiras y souvenirs II

Hay muchas Cubas y muy diferentes unas de otras, aunque el tiempo parezca no pasar y sea lo mismo llegar diez años antes o diez años después. Estuve haciendo gestiones -ineficaces- para retratar a Omara Portuondo, la voz femenina más bonita de Cuba. Del resto hay que olvidarse, están criando malvas. Aunque el régimen apoyó primero la canción política y, después, la Nueva Trova la gente -dentro y fuera- siguió prefiriendo la música tradicional, esto es, el Son en todas y cada una de sus variantes. Cuando se montó el Afro Cuban All Stars recogiendo a la gente que quedaba viva de las viejas orquestas y mezclándola con gente más joven sólo fue preciso que el guitarrista Ry Cooder se enamorase del Son y hablase de todo ello al cineasta Wim Wenders. La suerte estaba echada y todos hemos visto resucitar en la pantalla al Buenavista Social Club.

Lo de mezclar gente mayor con joven es un hecho en Cuba, especialmente en la música. Es la forma más adecuada de mantener las tradiciones, algo que no se puede aprender en los libros o en los conservatorios. En cualquier orquesta de café, o en la calle, se puede ver a gente muy joven tocando con viejos músicos cuyos dedos siguen correteando con agilidad por el instrumento de viento o cuerda.

Me hubiera gustado hacer dos retratos de la gente del Buenavista: el citado de Omara y el de Rubén González. Una de las escenas más tristes que he visto en un documental es aquella, en la película de Wenders, en la que Rubén González -sentado en un parque- enseña las fotos de su vida a la cámara, las guarda en una bolsa de plástico, se levanta del banco y se aleja con el andar vacilante del anciano que tiene los días contados pero que mantiene una dignidad que impresiona.

Propietario de bar en La Habana Vieja

Los cubanos, los que no andan al trapicheo con los turistas ni maleados por el poder, son personas de una extraordinaria dignidad. Una de las mentiras habituales de los que no conocen la isla o han estado allí del hotel al congreso y viceversa es que la gente odia a Fidel. Por el contrario: lo adoran. Es cierto que si hablas con los que andan pegados todo el día a los turistas no les oirás hablar de otra cosa, es parte del repertorio que saben gusta al de fuera. Pero la gente, la gente común y corriente, adora a Fidel con medio corazón y al Che con el otro medio. Sin embargo, saben que todo puede cambiar y pronto: una parte de la juventud prefiere el reguetón importado de Miami, los celulares (móviles), lucir joyas y una dentadura con profusión de oro. Me lo decía una amiga, sentados en un banco del paseo del Prado: son los que cambiarán el país, la avanzadilla del caos, el germen de las bandas criminales que un día dominarán Cuba y harán que esto sea igual de peligroso que otros países de Latinoamérica aunque con muchos kilómetros de reserva playera destinada a los turistas.

No sé si mi amiga tiene razón. Por el momento sé que esos chicos con prendas de vestir traídas de Miami, con el celular siempre en la mano -aunque no tenga saldo- y destellos de oro en la boca son los únicos que pueden representar un peligro en la noche habanera o utilizar malos modos contigo, algo no habitual en la muy educada y respetuosa sociedad cubana.

Es descorazonador que la democracia -ese paquete con lazo, tan bien envuelto y coqueto- contenga dentro cosas tan heterogéneas: libertades y garantías, posibilidad de sacarse de encima (en teoría al menos) al gobernante corrupto o ineficaz… pero también crimen, inseguridad y ghettos.

Por el momento, aunque puede ser ponerle puertas al campo, el otro Castro ha cerrado filas con Venezuela, Irán, China y Rusia. El inaguantable Chávez aparece durante horas, con su «Alló, presidente», en un canal de la televisión cubana. Vuelven a verse rusos por las calles -siempre tan interesantes- y los chinos están construyendo universidades a las que envían a sus jóvenes. Incluso en pleno centro de La Habana puede verse -y visitarse- un Centro de Amistad Cubano-Arabe. Haciendo buena la estrategia señalada por Ernesto Giménez Caballero -utilizando un dicho popular- para meter a España en la Segunda Guerra Mundial al lado de Alemania: «Hazte amigo del enemigo de tu enemigo».

Sin embargo, el cubano de a pie no se engaña. Viajando en un autobús que nos llevaba camino de Santa Clara estuve hablando con el chófer, un hombre tranquilo y reflexivo. En los asientos delanteros iban sentados otros dos chóferes que volvían en turno de descanso, así que la conversación pronto se generalizó y el autobús iba casi vacío. Lo que más les interesaba era cómo funciona la reparación de autos fuera de la isla. Cuando les expliqué que ya no hay mecánicos, que los coches modernos no se pueden tocar porque funcionan a base de circuitos electrónicos, que hay que conectar un ordenador y que la labor del cambiapiezas es eso, cambiar piezas, quedaron desolados. En un país que tiene los mejores mecánicos del mundo, capaces de hacer que sigan rodando por las calles los viejos haigas de los años cincuenta, donde el chofer de un autobús que falla abre el capó y con un martillo y medio metro de alambre lo vuelve a poner en marcha, donde los Chevrolets funcionan con los pistones modificados de los Lada soviéticos, si un día llegan esos coches será un desastre.

-Nos quedamos sin trabajo -dice el conductor a sus compañeros.

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La gente que visita Cuba suele alojarse en los Meliá o en el Nacional, el hotel de la mafia, el Padrino y todo eso. Si son invitados del gobierno cubano es seguro que se alojarán en él. Quedan junto al malecón, muy alejados de los barrios habaneros que -para mí- son interesantes. En una ciudad donde los autobuses pasan cuando el chófer se acuerda y la gente se traslada como puede, estar lejos es una desventaja.

Hay taxis oficiales pero también particulares, además de conductores que pasan con su coche recogiendo gente y cobrando. También esos curiosos inventos amarillos que parecen media cáscara de huevo rodante, los haiga para pasear y las bici-taxi que cubanos y cubanas utilizan sin cortarse un pelo.

En el centro hay algunos hoteles interesantes y todo queda a mano. Prefiero caminar y apartarme -en lo posible- de mi condición de turista. Trato de eliminar, hasta cierto punto, ese muro que se levanta entre ellos y yo. Hablo con la gente que no tiene interés en mi persona, entro en sus casas; la fotografía es un instrumento secundario, que siempre está ahí pero que no se debe poner por delante. No hay dificultades en fotografiar, la gente es muy atenta y te dirá con claridad si desea o no ser fotografiada, en el caso de que quieras hacer retratos. Sin embargo hay que ser prudente: ciertas imágenes pueden comprometer y otras directamente no se pueden enseñar por el momento.

Por la tarde, con la caída del sol, la gente sale a refrescarse al malecón. Se forman grupos y parejas de enamorados (el amor siempre está presente en Cuba). Sentarse en el pretil y beber ron -lanzando a tierra el primer chorrito para el dios Changó- es costumbre habitual. A veces el brebaje caldea las mentes y la gente aprieta con las discusiones, sin mayores consecuencias. También se sientan allí los que venden clandestinamente, en especial sexo con menores.

Por la noche, con la oscuridad, los turistas se retiran del malecón y, aunque no se puede fotografiar, es la mejor hora para charlar con la gente. Lo que no debes hacer es dejarte llevar a ningún lado por mucho que te insistan. En el mejor de los casos acabarás de pagano universal y en el peor te liberarán del peso de tu cartera y objetos personales; con cuidado y sin tocarte un pelo, eso sí, pero volverás a tu alojamiento de aquella manera.

A mis dos jóvenes acompañantes -que hacían su vida- les excitaron la codicia. Entraron en la ronda de invitaciones al brebaje comunal y, cuando estaban confiados, un fulano les dijo que todos los turistas eran imbéciles y que el gobierno se aprovechaba de ellos. «Ustedes pagan todo en pesos convertibles pero nosotros podemos pagar en pesos cubanos, que valen mucho menos». «Nos han dicho que a los turistas sólo nos aceptan los pesos convertibles». «Esa es la mentira que quieren que todos ustedes crean. Acompáñenme». Y los paseó por varios establecimientos con la misma pregunta: «¿Cierto que aceptáis pesos cubanos de los turistas?». «Ciertísimo».

Por suerte me hacían caso y nunca salían a la calle con más de cuarenta o cincuenta pesos en el bolsillo, así que esa fue la recaudación del sujeto, quien con total desinterés y amabilidad se prestó a cambiar unos pesos por otros pues -eso sí que era cierto- los turistas no podían hacerlo por sí mismos. Cien pesos convertibles viene a ser una bonita suma traducida a pesos cubanos, así que hizo la noche y mis compañeros aprendieron la lección.

Otro asunto penoso es que para subir chicas a sus habitaciones es necesario que las muchachas dejen su documento de identidad en conserjería -donde el conserje las apuntará en una lista- y el interesado pague una elevada cantidad de dinero. Eso fue hasta que descubrieron otro modo de proceder, bastante más sencillo, y que consiste en ponerse de acuerdo con los seguratas y darles una propina. Propina que, como todas las que se reciben en el hotel, irá a un fondo común que se repartirá después en orden de prevalencia.

El portero de noche de nuestro hotel era ingeniero electrónico pero ganaba mucho más -gracias a las propinas- haciendo este trabajo. Me lo demostró con números. Aunque el hotel debe pagar por sus empleados cubanos un salario equivalente al que pagaría en su país de origen -en este caso, España- ellos no verán ese dinero, que va a parar al gobierno, sino que recibirán el mismo salario, en pesos cubanos, que cualquier otro trabajador. Sin embargo, en las propinas no se mete, como no se mete en tantas otras cosas que hacen que la gente pueda vivir un poco mejor.

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En el parque Central, entre el paseo del Prado y el museo de Bellas Artes (antiguo Centro Asturiano), hay a todas horas un numeroso grupo de hombres de edad variada que discuten acaloradamente. Cualquiera que pase por allí piensa que pueden comenzar a matarse de un momento a otro pero no hay tal: discuten por el gusto de discutir. Uno saca un tema y al instante encuentra opositores. Las voces van subiendo de volumen y los argumentos se suceden en rápida cascada. Guarachean vivamente, que es una manera muy cubana de divertirse y pasarlo bien. Discutir es gratis.

-¿De qué toca?

-Ahora mismo de fútbol. Barsa y Real Madrid…

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A la vuelta del museo, en una calle paralela a la del Capitolio, venden guarapo en un zaquizamí con un mostrador no más grande que la mesa en la que escribo. Hay una larga fila de hombres esperando turno. Algunos toman su ración sobre la marcha y otros lo llevan en botellas vacías que traen de casa. Es una bebida muy barata que se obtiene de la caña de azúcar recién prensada. El éxito de esta bebida tradicional es que los cubanos creen que tiene las mismas cualidades que el viagra pero sin química.