Una velada con GPS

Ayer me tomé una copa en casa de unos amigos. Poca gente porque los mayores ya no vienen por Navidades o no se atreven a salir de casa. Resultó que la nueva mujer del amigo trabaja para la disidencia cubana. Dio lo mismo porque hace mucho que sé esquivar balones inoportunos en lugar y tiempo.

-Yo estuve a hacer fotos, probando una cámara.

Después de eso el tema se apagó como brasa entre ceniza. «Cuba es un país estupendo para los fotógrafos». «Sí, muy visual». «Y los cubanos son estupendos». «Bueno, no todos pero sí, en general». «Chavez les ha dado un cheque en blanco». «Esperemos que tenga fondos». Y así.

La hija de Lord X acaba de casar a una de sus niñas con un inversor agrícola, también británico. La compañía ha comprado ni se sabe las hectáreas de tierra en Murcia, tierra de primera, y las ha puesto a producir apio, tomates, zanahorias, nabos y alguna otra cosa. No emplea gente, de los cultivos se ocupan robots manejados con tecnología GPS. Unos técnicos en un panel de control y eso es todo. Es más honesto mi amigo Enrique, un granadino que arrienda tierras en Marruecos y cultiva espárragos. Paga seis euros al día a cada nativo que laborea la tierra. ¿A qué sabrán esas hortalizas manejadas por robots? Si lo interesante es la caca de la vaca y la meada que le echa el hortelano a las tomateras.

Qué fraude el del capitalismo maquinizado. Echo las cuentas con la información que me suministra el muchacho, que no será toda, y sale que un robot trabaja por veinte personas, o sea que bien puede mantener en el paro a cinco: sigue rindiendo por quince. Vaya mierda.

Foto: Harry Gruyaert