No confundamos ocio y tiempo libre

En los primeros años de la humanidad, las actividades de ocio eran, por definición, las encomendadas a las clases dirigentes. El resto de la sociedad realizaba otras actividades, las llamadas de no ocio (negocio). Las primeras eran dignificantes y conferían honor, las segundas, serviles e indignas. Las de ocio se basaban en el ejercicio de la violencia, las de negocio en la pacífica y resignada labor de obtención o transformación de cosas útiles para satisfacer las necesidades vitales (producción). La más extremada rigidez presidía el reparto de unas y otras, primero entre hombres y mujeres y más tarde entre clases sociales (nobles y siervos). Después de avatares diversos, la humanidad puso en marcha un proceso irreversible de sublimación de la violencia cuyo trasunto institucional es la resignada y fructífera paz del trabajo.

Ocio es un término muy antiguo, perdido hace años y recuperado recientemente. Para investigar su significado hay que acudir a las aportaciones de antropólogos y filólogos, es decir, recurrimos a cosas ya sabidas porque creemos con Martín Heidegger que en ellas se oculta aún algo digno de pensarse.

Ocio es un término especialmente polisémico; es la forma romance del latín otium, cuya primera acepción, la más superficial, es la de reposo o descanso. El economista norteamericano Thorstein Veblen realizó en 1899 una investigación de la clase ociosa que después de un siglo no ha sido mejorada (Véase Teoría de la clase ociosa, FCE, México, 1971):

        El término ‘ocio’(…), no comporta indolencia o quietud. Significa pasar el tiempo sin hacer nada que sea productivo por un sentido de la indignidad del trabajo productivo, o bien como demostración de que se tiene una capacidad pecuniaria que permite una vida de ociosidad.

 Y más adelante agrega:

        Desde el punto de vista económico, el ocio, considerado como ocupación, tiene un parecido muy cercano con la vida de hazaña.

 La institución de la clase ociosa es entendida por Veblen como la excrecencia de una discriminación de tareas con arreglo a la cual algunas de ellas son dignas y otras indignas.

Según Corominas y Pascual (1980), el término ocio está documentado en nuestro idioma desde 1433, “pero hasta hoy sigue siendo voz culta, poco usual en el lenguaje hablado”.

En el pasado lo habitual era referirse a los derivados ocioso, ociosa. Fernández Palencia distingue dos nociones de ocio, el vulgar y el filosófico. Algunos han dado en llamar al segundo ocio “con dignidad” para distinguirlo del primero, el ocio vulgar, “sin dignidad”, el ocio de la plebe, pero, sobre todo, el ocio de los marginados sociales. Cada una de estas formas de ocio correspondía a un grupo social determinado y generaba actitudes valorativas específicas. El citado lingüista recoge la distinción entre ambas formas de ocio con esta conocida frase: “Si es ocio vulgar trae denuesto, pero si es philosóphico lóase”.

Al cabo de los siglos, el significado de ocio se ha diversificado pasando por una polisemia creciente. Hoy con este término se designa tanto el descanso gratificante y necesario de quien realiza actividades productivas, como la vagancia o desocupación de los marginados y delincuentes. Sebastián de Covarrubias ya reconocía que el término ocio “no es tan usado como ociosidad” y que por ello, ya en su tiempo, era preferible referirse al “ocioso” como “aquel que no se ocupa de cosa alguna”.

El derecho a un periodo de vacaciones pagadas reconocido por el gobierno francés en 1936, y su posterior introducción en la legislación laboral de todos los países occidentales, puede estar en el origen de una noción de ocio desprovista de sus connotaciones originarias y también de las de moral puritana que tuvo hasta no hace tanto. Hoy se usa el término ocio por los estudiosos como sinónimo de tiempo libre, un tiempo no comprometido en el proceso productivo. Ocio significa vale hoy por vacación, cese de la actividad laboral y negocio, su contrario, ocupación laboral siempre que sea remunerada.

La connotación de estatus social, su conexión con la clase dirigente, al que estuvo unido el término ocio en el pasado, se pierde y en su lugar se ha ido implantando un significado que hace referencia a la actividad laboral remunerada pero vista desde su cese temporal, desde la vacación, el tiempo no dedicado al trabajo. En consecuencia, las investigaciones sobre el ocio terminan centrándose en los tiempos consumidos tanto en el trabajo como en su interrupción transitoria y ocupándose de su cuantificación por grupos sociales (hombres y mujeres, activos, parados y jubilados, ricos y pobres, empresarios y asalariados, trabajadores remunerados y no remunerados, titulados y no titulados). Sorprendentemente, se desatiende la investigación de carácter teórico y conceptual, la única que nos puede dar el marco de referencia sin el que las cuantificaciones corren el riesgo de quedarse en los vacíos de la insignificancia.

Hay una célebre frase en Veblen que alude al carácter estatutario de quienes realizaban actividades de ocio, a la dignidad que su ejercicio daba a quienes las tenían institucionalmente asignadas y a su (falta de) conexión con el negocio, es decir, con las actividades que hoy incluimos entre las productivas y remuneradas realizadas por empresarios y asalariados públicos o privados:

desde los días de los filósofos griegos hasta los nuestros, los hombres reflexivos han considerado siempre como un requisito necesario para poder llevar una vida digna, bella o incluso irreprochable, un cierto grado de ociosidad y de exención de todo contacto con los procesos industriales que sirven a las finalidades cotidianas inmediatas de la vida humana

Parece claro que con la frase transcrita Veblen no alude a la simple desocupación o al descanso vacacional, el llamado tiempo libre, sino a la ocupación en actividades superiores, honorables y socialmente dignificantes.

Fue a mediados del siglo XX cuando se implantó legalmente el  tiempo libre como complemento necesario a la sociedad opulenta. Pero es cierto que antes hubo que pasar por una larga fase en la que los herederos de las clases dirigentes o partes significativas de ellos se entregaron a la corrupción de la más espuria ociosidad. El proceso continuó su curso hasta nuestros días en los que la noción de ocio ha perdido ambas referencias para quedar reducido a tiempo no comprometido con obligaciones sobre todo laborales. Ciertas actividades consuntivas, antes reservadas primero a las clases dirigentes y más tarde a los sectores sociales de altos niveles de renta, quedaron al alcance de quienes pertenecen a segmentos de niveles de ingresos cada vez más bajos.

Quienes realizan estas modernas actividades de ocio generan una demanda específica de bienes y servicios que dan lugar, a su vez, a líneas de producción antes desconocidas o poco significativas orientadas a satisfacerla. Al tiempo libre o no comprometido con compromisos de cualquier tipo se le viene llamando también tiempo de ocio sin tener en cuenta la riqueza conceptual del término. El VI Congreso Mundial de Ocio de Bilbao (año 2000) ofreció todo un festival de significados de ambos términos. Con los textos de las comunicaciones libres y los de las conferencias magistrales y temáticas de destacados especialistas en la materia podría hacerse un interesante estudio sobre la polisemia extrema de ambos términos. Como muestra de la misma citaré una frase del programa del congreso. En ella se hace referencia a algunos de los incontables papeles desempeñados por el nuevo ocio en la sociedad actual:

producto de consumo, elemento de disfrute y diversión, impulsor del desarrollo económico, generador de empleo, promotor del desarrollo personal y comunitario, etc.

Al citado conjunto de actividades productivas y consuntivas se las denomina hoy unas veces de ocio y otras de tiempo libre. Hablamos también de empresas de ocio, de instalaciones de ocio y de equipamientos públicos de ocio. El sentido no se altera si sustituimos ocio por tiempo libre. Los nuevos tiempos han conseguido lo que no consiguieron los pasados: introducir en el habla ordinaria el culterano término ocio y hasta dar sentido a la expresión, contradictoria en sus términos, “el ocio es negocio”. Los investigadores científicos dedicados a los modernos estudios de ocio aceptan la polisemia del lenguaje ordinario y trabajan con ella sin aparentes incomodidades.

Como ya hemos dicho, lo contrario de ocio es no ocio, negocio, un cultismo que tuvo mejor fortuna en el habla popular. En los orígenes, negocio designaba el conjunto de tareas residuales que realizaban los miembros de los grupos dominados, la ocupación de quienes se encargaban de realizar las actividades ordinarias del colectivo, destinadas a generar recursos para satisfacer las necesidades derivadas del diario vivir. Según Sebastián de Covarrubias (ob. cit.), negocio es “la ocupación de cosa particular, que obliga al hombre a poner en ella solicitud”. Negocio, según Corominas y Pascual (ob. cit.) es “un cultismo ya antiguo y bien arraigado en el habla popular”

¿Se debe tan dispar evolución lingüística de ambos términos a la doble correlación existente entre ocio y clases dirigentes, por un lado, y negocio y clases productoras, por otra?

Intentamos estudiar aquí la evolución del reparto del ocio por clases sociales con la pretensión de determinar si existen en la actualidad actividades de ocio en su sentido originario. El reverso no es otro que el reparto o distribución de actividades de negocio. Tanto unas como otras se repartieron primero entre hombres y mujeres y, más tarde, entre clases sociales. Las actividades de ocio eran nobles, dignas, inútiles (improductivas) y honorables y las de negocio, humillantes, indignas, útiles (productivas) y deshonrosas. Hubo pues dos grupos o estatus sociales bien diferenciados, los ociosos y los negociosos.

El término ocio necesitó de adjetivos cuando las clases nobles o dirigentes rompieron la rigidez imperante en las sociedades tradicionales y se dedicaron cada vez más a desarrollar actividades productivas. Pero antes, la degradación y la corrupción de las clases dirigentes del llamado Antiguo Régimen, pusieron las bases para que las sociedades productivistas que surgieron con las revoluciones industrial y burguesa a fines del siglo XVIII infundieran al término ocio primero un rechazo social y más tarde una condena moral.

El proceso se afianzó progresivamente hasta llegar a nuestros días. Hoy sigue habiendo actividades de hombres y actividades de mujeres, pero ya sin apoyos legales, al menos en las sociedades avanzadas. Tampoco existe el rígido reparto de actividades por clases sociales propio de las sociedades premodernas. De ambas instituciones tan solo quedan, como diría Veblen, excrecencias o supervivencias que sin duda desaparecerán en el futuro.

Los turisperitos no estudian curiosamente el turismo como producción a pesar de que hablan reiteradamente de productos turísticos. Lo estudian sólo como el consumo que se hace en tiempo de ocio, entendido como tiempo libre o tiempo de vacaciones, siempre que se disfruten fuera del entorno habitual en el que se mueve diariamente el sujeto cuando cumple sus obligaciones productivas o de no ocio. De esta forma caen en un reduccionismo teórico y conceptual que no siempre respetan ya que si fuera así no hablarían de turismo de negocios. Para ellos turismo es simplemente vacacionismo pero terminan traicionando la equivalencia. Creo haber demostrado que no debemos confundir ocio con tiempo libre aunque en el habla coloquial se usen estos términos como sinónimos. Una vez clarificados los dos conceptos procede romper el reduccionismo entre turismo y vacacionismo, como se impone distinguir en el estudio del turismo entre actividad de producción (oferta) y actividad de consumo (demanda). Haciéndolo así se garantiza la obtención de esos resultados exitosos en los negocios (rentabilidad, eficiencia) que J. M. Keynes prometía a quienes utilizan correctamente el método que denominamos análisis económico.

Desdeluego