El alacrán azul (y 10)

El alacrán azul es una variedad de escorpión que se da en la isla de Cuba. Nunca lo he visto pero supongo que será abundante cuando tanto lo nombran. Viene al caso porque sirve para hacer uno de los preparados farmacéuticos celebrados en la isla, un medicamento que serviría para atajar y curar el cáncer en sus comienzos. Una vez avanzado éste no funciona, según mi amigo S.

Cuba está llena de recetas milagrosas para todo o casi. Te echan un mal de ojo, te lo curan, hacen que veas muertos con el polvo mágico o te tiran un huevo -como a mí- por tomar fotografías. Un huevo en el que previamente han cargado todos los males de otra persona. No me dieron, descanse el lector. O mejor dicho, apenas me manchó los zapatos y el bajo del pantalón al impactar cerca. Nada que no pudiese arreglar un lavado y planchado.

Hay muchas recetas milagrosas. Me llama la atención el guarapo, zumo de caña recién exprimido que los hombres de mediana edad toman cada día, haciendo largas colas, y que serviría como viagra natural. En realidad es una bebida con un altísimo contenido en glucosa, que probé y rechacé por miedo a un coma diabético por lo que no puedo afirmar que posea efecto trempante alguno. Con todo, es lo de menos si tiene virtudes o no, lo importante es que los usuarios así lo crean.

Me dice una dependiente de farmacia que muchos españoles peregrinan a la isla para comprar dosis homeopáticas del veneno del alacrán azul, para ellos o para familiares afectados por la maldita enfermedad. Mi amigo S., que es un negociante empedernido, quiso hacer negocio fuera de Cuba con ese preparado y aún con otro, el PPG, que aseguran elimina el colesterol y te deja las arterias como las de un niño. No le fue posible por la radical oposición de las farmacéuticas norteamericanas, o eso cuenta. Ahora anda dándole vueltas al carbón para barbacoa, barato y abundante.

S. terminó Icade hace quince años y le pidió a su padre -amigo mío del alma- que le pagase un viaje de fin de estudios a Cuba. Nunca más regresó salvo por Navidad. Le gusta aquello y se desenvuelve muy bien. Conoce todos los pasillos y entresijos para ganarse la vida estupendamente, así que cuando su padre se queja le repito una y otra vez que aquí estaría bastante peor. Es un tipo guapo y con un encanto personal que vuelve locas a las cubanas. No para y es feliz.

A todo esto pasó un huracán sobre la isla mientras estaba tirado en la cama de un hotel -bien atendido, no tengo queja- a causa de una infección y unos antibióticos chinos cuyo excipiente debía ser pintura de carreteras. No es broma, se ha detectado en algunos medicamentos provenientes del país de la Revolución Cultural, hoy gran amigo de Cuba. O sea que la industria cubana del medicamento ha debido irse al carajo en alguna medida. Los médicos andan, buena parte de ellos, por la Venezuela de Chávez asegurando el cambio de médicos y maestros por petróleo. Un destino bien remunerado aunque peligroso pues no parecen ser respetados por los criminales del país bolivariano.

Nunca he visto llover así y, si vuelvo a verlo, espero que sea desde el confort de otra habitación. La palabra llover resulta inadecuada. Imaginen una catarata cayendo desde mucha altura y agitada por un viento circular, que sopla en todas las direcciones a la vez. Podría haber salido al balcón y tomado unas fotos de recuerdo pero no hubiera sido posible, por mi calamitoso estado y porque me hubiese ahogado sin remedio, además de perder la cámara. Dentro se estaba caliente y a resguardo de todos los males menos de uno: yo mismo.