Hechos

Vas andando por la calle y una piedra que llega por el aire te golpea en la cabeza. Tocas la parte dolorida y ves que estás sangrando. Acudes a urgencias médicas para que te desinfecten y den unos puntos. Te preguntan quién ha sido y no lo sabes, si sospechas de alguien y tampoco puedes responder.

Pero tenemos los hechos y estos nos salvarán, según se dice: paseas, alguien (digamos X) te ha lanzado una piedra, tienes una herida en la cabeza sujeta por cinco puntos y no sabes quién ha sido. No pases de ahí porque, en cuanto pases, te alejarás de los hechos y estarás interpretando. ¿Quién demonios ha lanzado esa piedra, qué enemigos tengo, a quién le convenía pegarme una pedrada y tal vez dejarme seco?

Los hechos no son nada -aunque esa nada sea necesaria- sin su correspondiente interpretación o yo me quedaré con la pedrada para siempre jamás y el autor permanecerá impune. Los hechos son la partitura pero la partitura no vive hasta que se convierte en música por mano de una orquesta bien dirigida. Hay directores algo fantasiosos y otros más apegados al texto. Para que los hechos tengan vida, para que dejen de ser datos ciegos han de ser interpretados. Digamos que encierran, y por ello son tan necesarios, el germen de su interpretación.

Una fotografía no es la realidad sino el reflejo de esta en unas sales de plata o un sensor digital. La fotografía no es un hecho sino la interpretación de un hecho. Un cruce de calles es un lugar (un hecho) perfectamente anodino para mí -seguramente- pero muy relevante para Stephen Shore, que sabe interpretarlo adecuadamente y convencernos de su interpretación.

Si bastaran los hechos sabríamos por qué Botín acaba de pedir a Zapatero que no convoque elecciones anticipadas. No lo sabemos, sólo caben interpretaciones en el sentido de en qué beneficia eso a su banco o cuánto de idealista hay en el alma de Botín.

Tampoco sabemos que está pasando en los países árabes en revuelta. Conocemos los hechos, los que podemos conocer, pero no tenemos acceso a aquello que los inspira. Sólo los ingenuos pueden pensar que se trata de actos espontáneos tipo un hombre está comiendo en su casa, se levanta de la mesa y se dice «voy a luchar contra el tirano»; sale a la calle y se encuentra con otros dos mil que han pensado lo mismo.

Hablar de hechos, encorsetar la realidad en ellos, es una interesante medida para refrenar caballos desbocados pero no conduce a ningún sitio y te quedas con la cabeza quebrada.