La jaula de los leones

Unamuno pasó por este pueblo y estuvo en el casino. No le gustó, por lo que cuenta en Por tierras de España y Portugal. Los escritores tienen que poner las cosas en bonito (o en feo, que viene a ser muy parecido) y el no encontrar la biblioteca del casino atestada de libros le llevó a conclusiones muy feroces sobre mi pueblo y sobre los pueblos de España en general. Se pueden imaginar la bronca: señoritos ociosos, de naipe y ficha de dominó mientras un país se desmorona sin remedio.

Son exageraciones literarias porque puede ser que en el casino no hubiese más libros que una enciclopedia, o para el caso da lo mismo un devocionario, pero la gente ilustrada del pueblo lo era y mucho. Puedo jurarlo porque he visto los restos de sus bibliotecas: no sólo raras ediciones ilustradas del siglo XVI sino cosas modernas tipo Barbey d’Aurevilly o Huysmans.

El problema no estaba -nunca ha estado- en los pocos libros del casino sino en las pocas personas ilustradas de este país.

El tal casino, que antes fue palacio de una noble familia local, devino teatro utilizando el patio porticado -un teatro que ardió en la década de los sesenta y es una pena porque he visto fotos y tenía su aquel- para terminar en salón de actos, biblioteca municipal y local de ensayo de la banda filarmónica.

Hasta hace poco le quedaban intactos los exteriores, -las fachadas y un gracioso jardinillo con palmeras y naranjos- que cayó arrasado víctima del aún latente odio de clases que, si no es real, al menos está bien alimentado. Parece que esa verja de hierro y esos naranjos seguían escociendo desde los tiempos en que el rector de Salamanca anduvo por aquí. De la noche a la mañana arrasaron con la verja y los pies derechos de cantería. Hubo protestas de algunos ciudadanos e intervino ¡una asociación ecologista! que consiguió parar la obra. El gobierno municipal tiró adelante, movió lo que fuera y la destrucción continuó hasta consumarse el crimen.

Lo vi todo perdido cuando me encontré en la calle a N. Se trata de una persona que se la ha jugado muchas veces por ponerse delante de los atropelladores y que ha salido trompicado en más de una ocasión.

-¿Que se han cargado la jaula de los leones? ¡Cojonudo! Cuantas veces he visto bailar en ese jardín a los ricos del pueblo siendo yo niño. ¡Fuera el puto símbolo!

Nada que hacer. Lo triste del caso es que el jardinillo era de propiedad pública como todo el palacio y podía ser disfrutado por cualquier ciudadano. Pero estaba el símbolo. La visión de los ricos bailando con trajes de gala las veladas de fiesta y el niño pobre asomado a la verja. Eso es intolerable en democracia y requería una nivelación a menos. Lo suyo era sacrificar tal reliquia del pasado y sustituirlo por uno de esos espacios democráticos donde cualquiera puede hacer botellón, tirar bolsas al suelo o mear en una esquina.

Han hecho unos escalones, arrasado los árboles, pavimentado el suelo con un granito gris y mortuorio y puesto unos chorros de agua que salen del suelo y que servirán en verano -si hay agua- para refrescar borracheras. Como recuerdo de lo que fue, el genio urbanista ha hecho que pinten unas pisadas en el granito. Pasos de baile, claro.

Aledaño al jardinillo hubo un jardín más grande llamado popularmente el paseíno. El suelo era de tierra, más fresca, y solían poner en verano unos toldos para reforzar la sombra de los árboles grandes. Un alcalde decidió que los niños se manchaban mucho la ropa con la tierra y le echó un suelo de losetas de cemento rojo, atendiendo las quejas de las mamás. Otro alcalde decidió que podía ser buen negocio cargárselo del todo y poner un aparcamiento para coches. Desapareció y ahora hay columpios para niños y está atestado de mamás y papás (esto último es novedad), así que el jardinillo en la trasera del palacio, la jaula de los leones, era lo último que permitía recordar un tiempo ido para siempre.

Qué pena de paisanos, ignorantes de que todo se puede comprar menos el aire de un tiempo. Y qué pena de políticos destrozones incapaces de entender lo que dijo el conservador Chesterton: «La revolución no es pegar fuego a los palacios sino hacer que la gente aprenda a vivir en ellos«.