Días calurosos

Estos son días de mucho calor, de estar metido a la sombra y bien pertrechado de líquidos. Yo me bebo un par de litros de infusión de stevia entre la tarde y la hora de acostarme. Es inocua, sólo hace bien y no deja de ser un agua templada, que lava los interiores y hace funcionar los riñones.

La edad acobarda. Hace veinte años, con estas temperaturas y más, yo podía estar pescando en un pantano con un sombrero de paja por toda defensa y agua fresca en la nevera del barco. Hoy no lo haría ni cobrando. Algo se ha arrugado dentro de mí y no es bueno, puede ser el miedo que me han metido al golpe de calor, fatal para los que padecemos el mal dulce.
Escribo, tomo algunas fotos -pocas porque la luz es chata y plana salvo al atardecer- y dudo si ponerme a pintar un par de paisajes que tengo vistos en la cañada, a la hora incierta. Todo depende de mí y nada de los demás: el estudio siempre está preparado y los pinceles limpios.
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Vale la pena comparar un desnudo de Lucian Freud con el de algún pintor atormentado del Gran Período. Yo pondría al Rembrandt acosado por acreedores que por no tener no tenía ni control sobre su propia obra. Qué sé yo, cualquiera de los desnudos de Hendrijke, su segunda mujer.
Tiene la cabeza atormentada pero su alma está tranquila y sigue viendo compasivamente a los seres humanos. En el caso de Freud sólo hay agonía, una soledad que lacera el alma y una espiritualidad que necesita violentar la carne para imponerse. Es una pintura sin creencias y, por ello, terrible.