La tertulia

Lo primero en un pueblo es tratar de llevarse bien con todo el mundo para evitar puertohurracos. Entro al café y están los de IU sentados a una mesa. Nos saludamos afablemente y les pregunto por el periódico gratuito.

-Lo tienes allí, en la mesa de la derecha.
No se refiere a la mesa que queda a su derecha, pues en tal lado sólo está el ventanal que da a la plaza, sino a una mesa de la terraza donde se han sentado los patricios del partido de Rajoy. Como los conozco a todos y por alguno siento viva simpatía voy a ver si me pasan el diario. No lo tienen pero saludan de modo igualmente considerado. La periodista local, que está allí sentada con ellos a ver qué saca, aprovecha el momento y me mete un sablazo por todo lo bajo.
Resulta que no tienen el periódico y veo que está en una mesa contigua, en la del antiguo jefe de la GC del pueblo. Me lo cede enseguida pues anda ya por la última hoja.
Después del baño de antisectarismo me siento solitario a leer pero se presenta mi amigo N., el hombre más docto del pueblo, el que más sabe aquí de historia desde la torre de enfrente hasta la Mesopotamia de Ur, la Tierra de Dios entre dos ríos. Demasiado tiempo que no coincidíamos porque él ha andado mucho por Ibiza, donde nació por azar, y yo últimamente salgo poco como no sea a hacer marchas forzadas.
Nos contamos lo sucedido en el tiempo que no nos hemos visto, las novedades locales, el nuevo gobierno del PP por mayoría aplastante, la deuda oculta de la Junta y en todo ello estamos cuando se presenta y pide permiso para sentarse P. el joven historiador de arte con varios libros publicados, a cuál más interesante. Dos puntos de vista complementarios: la historia y la historia del arte, así que la mañana se va poniendo estupenda.
En eso aparece V., un comerciante amigo de todos nosotros, y la conversación cambia hacia el pueblo que fue hace cincuenta o sesenta años, la despiadada tiranía de los mayores sobre los niños, lo insignificante que era una criatura entonces. Hablan de un farmacéutico muerto hace muchos años que los mandaba a traer tabaco como si fueran criados, y de cómo no quedaba otro remedio que obedecer so pena de que el viejo cascarrabias se quejase a los padres y hubiera tunda por desobedecer a los mayores.
Al rato llegan C., artista local, y otro periodista, A., que es el dueño de uno de los restaurantes de la plaza. Nos reímos un rato porque éste último siempre aporta salero y tiene la lengua rápida. Desaparecen ellos y aparecen dos curas jóvenes, uno de mi parroquia y el otro nacido en el pueblo pero que ejerce ministerio cerca de aquí. Nos hemos quedado solos los dos curas, N. y yo. La conversación gira -la gira N. que fue monaguillo 14 años- hacia la talla que ha sido descubierta recientemente de la Virgen del Reposo pero que N. supone es la imagen de la Patrona, la talla original que se escondió cuando la francesada. Hay polémica pues uno de los curas es también muy docto en la historia local y ambos sacan a relucir sus lecturas del contrato con el escultor. No hay acuerdo pero cada uno siembra la duda en el otro.
La tertulia termina con una discusión sobre el cristianismo como una de las formas del panteísmo. El cura joven y docto se rebota. N. argumenta que si Dios está en todas partes todo es Dios y, por tanto, los panteístas no andaban muy descaminados. El cura zanja la cuestión con una sutileza teológica: Dios lo llena todo y está en el árbol pero no es el árbol.