Negocios al margen


 

No suelo escribir sobre política en estas entradas pero el asunto Urdangarín me subleva. ¿Cómo es posible tanto descaro e impunidad en la segunda década del siglo XXI? A mí no me cabe duda de que el señorito va a salir abroncado y multado pero indemne, así como a su señora consorte que, invirtiendo tres mil euros obtuvo unos rendimientos que dan mareos, no la van ni a imputar.

La cosa consiste en dejar bien claro que el Rey le riñó y aconsejó que se apartara de esos negocios. Ahí dentro va enmarcado el hecho de que el Rey es inocente del todo pero, por la misma lógica, queda confirmado que Urdangarín estaba metido en negocios sucios.

Yo no tengo dudas de que está muy bien aconsejado, seguramente por juristas de probada solvencia y adeptos a la Corona: dices esto y cuando te pille en un renuncio no te acuerdas, no sabes y no contestas, balones fuera. Las filtraciones hablan de un juez desesperado con una pared delante bajo figura de duque. No se han tomado medidas cautelares -faltaba más volando tan alto- y aunque sea un golfo distinguido, un chorizo de guante blanco, el señorito se va a dormir a palacio con su infanta.

Basta con ver las fotos, observar su cara en ellas, para saber que las cosas van bien para él. Sólo quedan por despejar las X de Pepote y Torres. Qué falta de dignidad la de las testas coronadas que viven de nuestros impuestos. Al final todos mudos como nos ordenó la hermana del Rey con tono desabrido: ¡A callar!

Alguien decía que los Borbones ni olvidan ni aprenden y a la vista está: el Rey con sus correspondientes pericas, la última pública, y todos chupando del bote. Nos vendieron la burra muy bien, aquella de que en este país de salvajes dispuestos a degollarse por el uso de una alcantarilla, era necesaria la institución monárquica como garante de paz social. El Rey, impuesto por Franco y tragado por la hueste izquierdista cual sapo verde que se ha convertido en anca de rana, llegó a España con una chaqueta raída cuyas mangas le estaban cortas. Hoy es un hombre rico gracias, entre otros, a Felipe González y Javier de la Rosa. Al padre tenían que sostenerlo los monárquicos en Estoril donde, además, hay casino. Los Borbones se han recuperado con creces y no podemos echarlos.

Hay quien dice, con buena intención, que más nos costaría un presidente de República pero a ese podríamos cambiarlo cada cierto tiempo. ¿Hay algo tan ridículo, tan contrario a las leyes del sentido común como la monarquía hereditaria? ¿Tenemos que cargar a la fuerza con el marido de Letizia cuyo único mérito es ser hijo de sus padres? Ahí tenemos a los intelectuales de salón, pendientes de Dawkins y la evolución, con este espectáculo, que da bochorno y vergüenza ajena, ocurriendo ante sus narices y sin abrir el pico.


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