Un par de ideas

 

Einstein decía que en toda su vida sólo había tenido un par de ideas. Por su parte, Heidegger opinaba que ningún filósofo pare más de una idea, repetida bajo diferentes formas a lo largo de su vida. Del mismo modo, un artista sólo pinta un cuadro bajo distintas apariencias. El arte figurativo disimula mejor tal aspecto mientras que en el arte reduccionista es mucho más evidente.

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Era un artista conceptual con un pésimo concepto del arte.

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En algún sitio leí o me contaron que cierto famoso pintor norteamericano había dejado de escuchar a Bach mientras pintaba porque eso le hacía pensar que su obra era mejor de lo que en realidad era.

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En el arte es muy importante saber qué es arte pero tal vez sea más importante saber qué no lo es.

Cierto que los artistas que abren puertas (esto es importante: no confundirlos con los que parecen abrirlas pero en realidad las están cerrando, como Picasso) pueden ampliar levemente el qué es arte, empujando un poco más allá el qué no lo es pero la diferencia con el experimento mercantil es que el artista siempre trabaja, incluso sin querer, en la tradición y es ella la que en definitiva acepta o rechaza las ampliaciones.

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La gente vive empeñada en arrebatarte la tristeza, como si fuera un pecado nefando o hubieras caído en los infiernos del alcohol o las drogas. Se supone que no es un estado de ánimo de nuestro tiempo y que lo único que podemos hacer para ser correctos es estar felices, sonrientes y aparecer satisfechos con nosotros mismos.

La depresión, que es una enfermedad, sí goza del beneplácito de la gente, que la llama depre para arrebatarle mordiente y sustituir a la tristeza. No saben que un triste no es un depresivo sino alguien que ha catado desde niño algo del sentido de la vida y que eso no le impide ser una persona normal e incluso alegre a ratos. Los tristes suelen comprender muy bien al resto de seres humanos. Hay que tener cierto ojo con aquellas personas que tienen la autoestima, como llaman ahora a la egolatría, demasiado alta. Son capaces de cualquier cosa.

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La primavera se me ha echado encima. Hace dos días tuve que cambiar ese tabardo negro, muy abrigado, que no me quito en todo el invierno por una especie de chaqueta floja o balandrán más fino. Me sienta ridículamente después de varios años de no utilizarlo.

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Los dos últimos años han pasado rápidos como el sueño. Durante una parte de ellos he cometido algunas vilezas que dejarán cicatrices con las que tendré que vivir el resto de mi vida. En el pecado llevé la penitencia. La expiación ha sido muy dura, tal vez demasiado, pero eso no está en nuestra mano evitarlo.