Gente de internet (II)

 

 

Uno de los tipos más interesantes que encontré fue un escritor de prosa espesa, muy rancia, con bastantes retruécanos e invocaciones a la raza, como si los españoles no fuéramos mayormente mongrels desde sabe Dios cuándo. Éste, un hombre joven, ha sido con mucho una de las personas que parece haberme odiado más en lo que llevo vivido. A pesar de lo cuál jamás nos hemos conocido personalmente ni cruzado, por lo tanto, dos palabras.

Resulta un odio a borbotones, que se le escapa por los esfínteres, incontenible. Qué cosa tan curiosa y al mismo tiempo grimosa ser odiado de tal modo y no poder corresponder en la misma medida.

Hubo otro que se presentó un día en mi pueblo con toda su familia. Hice de cicerone, gasté encantado el día con ellos y les invité a comer y beber opíparamente. Quedamos muy amigos y obligados, tras lo cuál no volví a tener noticias. Aún me pregunto qué debió molestarle tanto y no acierto a saber si fue el menú, el vino -elegido por él, como el resto- o algo que se me escapó, y no precisamente un flux.

Con todo lo más novelero fue la irrupción de un par de nazis del entorno de la Librería Europa. Aparecieron con salvoconducto de trapiellistas enragés trayendo de aquí y allá escritos a mí referidos o a miembros de mi familia. Escritos por el diarista, claro.

Considero al tal Trapiello capaz de las mayores vilezas y tengo constancia de material suficiente como para escribirle una biografía cabeza abajo pero no llego a mezclarle con individuos de semejante calado como no sea por error o engañado. Se cuida mucho al respecto y no me parece tan imprudente, loco o memo como para usar de tales bichos.

Uno no tiene la culpa de quién lo lee, cita o argumenta, por amor o despecho. O por ambas cosas juntas. Lo paradójico del asunto es que yo me enrabieté y escribí un correo privado al respecto al columnista que cuenta soldaditos de plomo, así que todos fuimos manejados -en cierto modo- y eso incluye al de la mala baba, por unos nazis teóricos, unos nazicillos de los que un día te pueden mandar a dos pegapatadas al portal de tu casa a que te rompan unas costillas.

Pero nadie tan directo como el tuercebotas cuando sugirió aquello de que, sabiendo donde vivo, a lo mejor me hacía una visita para molerme las muelas. Algo que no me da miedo por muy bilbaíno que se las gaste pues -como le dije entonces- desde que se inventó la pólvora se acabaron los valientes.

Amigo del anterior andaba por allí uno que es de esos hombres de talento pero incapaces de parir nada que valga para no ser olvidado en unas horas o dinero en el mercado. Un tipo listo, sin duda, pero sin la menor chispa y una incapacidad manifiesta para ganarse la vida con las letras, pretendiendo hacerlo.

En fin, qué tropilla con la que tan a gusto me rebocé y tanto me divertí, dentro de los límites de la natural decencia y sin denunciar jamás a ninguno de ellos, habiendo podido hacerlo en diversas ocasiones.