Por el momento

 

 

Días atrás se celebró el homenaje a Don Ramón, un cura muy culto, fallecido hace tiempo e impulsor o tal vez creador de la bajada y subida de la Virgen al castillo y de la práctica, hoy tan popular, del canto de la Salve. No acaban ahí sus méritos sino que favoreció el cooperativismo en la ciudad. Aparte de todo ello -aún lo recuerdo con su seca figura ensotanada leyendo por la plaza- era capaz de recitar páginas enteras de Virgilio en latín, lengua que dominaba completamente.

Cuando leí que le iban a hacer una escultura me eché a temblar. Son tan peligrosas estas iniciativas que, sin desearle mal al escultor, prefiero que no pongan nada. Algunas aportaciones recientes han empeorado notablemente los lugares donde se asientan. Sin embargo la estatua de Don Ramón, sin que vaya a pasar a la historia de la escultura, es digna y -sobre todo- discreta. Una larga sotana de bronce con una cabeza encima, en un lenguaje figurativo tradicional. El emplazamiento también es apropiado e igualmente discreto, en una de las plataformas de la escalinata entre el nivel de la plaza y la entrada de San Martín, su parroquia.

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Leo en La Opinión Digital un texto del cronista oficial sobre las estelas que actualmente se encuentran colgadas de mala manera en el patio de armas del castillo. Atribuye el mérito de su recolección -la mayoría son lápidas romanas- al anterior alcalde y debo corregir tal afirmación pues muchos años antes el finado Alfonso Naharro fue quien se dedicó a recolectarlas y depositarlas en el edificio que ahora es Casa-Museo Pizarro. Al hacer obras en el citado edificio, estando yo al frente de las mismas, se bajaron al conventual de San Francisco, con el preceptivo permiso, y allí se depositaron a salvo de las inclemencias del tiempo.

Efectivamente, fue el anterior alcalde quien tomó la iniciativa de sacarlas de donde estaban protegidas y colocarlas a la intemperie -que está haciendo estragos en ellas-, colgadas de unos soportes de hierro que, al oxidarse, las están perjudicando. Hoy en día no es aceptable tal emplazamiento ni los citados hierros sino que deberían estar a cubierto y colgadas en la pared con soportes de bronce, que es el material apropiado para no dañarlas.

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Van pasando lentamente los días de convalecencia, de obligado reposo y permanencia en casa salvo dos breves paseos, mañana y tarde, para engañar al cerebro. La semana pasada se declaró un proceso peligroso e inesperado que me llevó de nuevo a manos de los médicos. Me voy recuperando por fortuna.

La toma de alimentos se ha convertido en algo imprescindible aunque penoso. No consigo tragar otra cosa que alimentos muy líquidos, pasando una verdadera agonía ante los alimentos semisólidos, que forman unas bolas en la entrada del operado estómago imposibles de pasar, originando unos dolores intensos y muy desagradables.

Supongo que es norma de obligado cumplimiento que el tiempo, benefactor en este caso, irá corrigiendo hasta que pueda llegar a alimentarme normalmente de nuevo. Ahora toca la flojera, la inapetencia y las ganas de no hacer nada salvo leer.

Las fotos, la pintura, han pasado a mejor vida. No estoy para cosas complicadas y estresantes. Pienso que ambas disciplinas pueden seguir perfectamente sin mí, así como la vida que me rodea, salvo algunas personas que me quieren. Esto es todo por el momento.