Proporción

 

 

Cristóbal Hara hizo un documental que no he visto, en el que no salen personas. Sólo uno de esos torbellinos que forma el aire y que arrastra hojas secas y broza, retorciéndolos en espirales que parecen querer ser más de lo que son. La metáfora es fácil: así las personas que creen haber ocupado un papel en nuestras vidas, más importante del que realmente ocuparon. Olvido en espiras ascendentes, la rosca invisible de un mecanismo que no controlamos.

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Parece que estos días toca hablar de Cristóbal Hara, viejo amigo, y de su papel en la fotografía española. Pasa de puntillas por ella pero no porque no lleve suficientes años en el oficio (yo lo conocí en el invierno de 1973, en Cuenca, cuando la revista Camera -a la sazón lo mejor que se editaba entonces- le había publicado un portfolio) sino por mor de las mafietas que controlan la escena. Mafietas de chichinabo pero suficientes para ahogar a quienes no están con ellos pues nuestra escuálida cultura es un asunto de a más, más. Las dos mafietas de Madrid, la catalana y, por si fallara alguna, otras en Valencia y en Andalucía.

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En los antiguos tratados pictóricos se dedica más espacio a la proporción, al estudio de ella, que a los colores, sobre los que a menudo hacen correr fantasías para igualarse a las fuentes citadas por romanos y griegos y presumir de cultos. Esto es, colores legendarios que nunca existieron o que, si lo hicieron, no se utilizaron en pintura a causa de su inestabilidad. Pero la proporción, que es dibujo, sí es un asunto que se puede objetivar, toda vez que una recta sólo puede pasar por dos puntos a la vez.

El sentido de la proporción hay gente que, como el buen oído, lo tiene de suyo y otros que, aún entrenando, lo tienen complicado. Eso marca una línea bastante infranqueable, aunque cosas como esta no sean de recibo en un mundo en el que todos podemos competir en natación, aunque carezcamos de brazos y piernas.

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No hay proporción en los ataques de Israel contra los palestinos. Hay una desproporción brutal entre 5 y 150, por ejemplo. A eso algunos lo llaman «pegar más fuerte» porque ya han olvidado -para qué seguir usándolo- el ojo por ojo y diente por diente del precepto bíblico. Pero, cito de nuevo al teólogo Hans Küng, no dos ojos por un ojo y de paso todos los dientes, como nos tienen acostumbrados.

El caso es que, a pesar del soporte bélico y diplomático norteamericano, a los israelíes actuales se les puede aplicar aquello que se decía de De Gaulle: De victoria en victoria nos ha llevado a la más tremenda de las derrotas.

No hace tanto que un israelí me decía que toda la izquierda mundial, incluyendo a la más moderada así como sus periódicos y medios de difusión, se había decantado a favor de la causa palestina. Y añadía que sólo la extrema derecha estaba con ellos. ¿Por qué era así? -le pregunté. Por el odio al moro, argumentaba.

No sé si ese diagnóstico es el acertado, si las cosas tienen una explicación tan sencilla. Me temo que hay cosas bastante más profundas y no todas agradables. Por mi parte yo sólo estoy con los muertos. Ni aplaudo las provocaciones de Hamas ni la respuesta bélica contra civiles y periodistas de quienes gobiernan ahora en Israel. Eso no me hará más popular -se supone que has de tomar partido- pero es lo que me dice mi conciencia y lo que deja intacto mi sentido -violentado en este caso- de la proporción.