Se van agotando los días tersos del otoño. El invierno, ladrón de la luz del día, asoma un poco más cada tarde, en las esquinas donde el viento llora.

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Fue un buen hombre y, como todos los hombres buenos, su defecto consistía en creerse mejor de lo que era.

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Ayer, sentado en el café de cada día, pude observar sin ser visto a un hombre de mediana edad que gastaba peluquín. Uno falsos pelos muy coquetos por debajo de los cuales asomaban unos mechones de su propio cabello, como parientes pobres relegados al sótano.

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Se supone que podemos caer en malas compañías pero lo cierto es que, aunque se pueda empujar a alguien en una dirección u otra, todos damos los pasos importantes por propia iniciativa.

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Leído en una novela: Suena esa mierda de música country, usada de fondo mientras ahorcaban a los negros.

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Unos cuantos locos ordenan congelar sus cadáveres en nitrógeno, esperando que el futuro los devuelva a la vida, como si la gente del porvenir deseara ver pasearse por el presente a un cadáver del pasado.

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A veces, huyendo del perro, terminamos en las fauces del lobo.

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Gredos ya tiene nieve, caída inadvertidamente, como los años, cubriendo el pasado con la blancura intocada de las posibilidades no expresadas.