Matar de amor

 

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Merisi es uno de esos casos que sorprenden al amante del arte. Discípulo de nadie (a no ser que tomemos por alguien a un pintor de mala muerte) aparece en escena sabiendo todo lo que necesita saber. Al revés de lo habitual, trabaja las figuras desde la sombra hacia la luz y es incapaz, como por otra parte le ocurría a Velázquez, de dar dos pinceladas de memoria. Necesita el modelo. Como también sucede con el gran pintor sevillano, los análisis de las obras no revelan dibujos subyacentes. Tampoco se conservan esquemas de composición o de claroscuro.

Es sobradamente conocido su carácter pendenciero, tal vez aquejado de plombismo, el veneno de los pintores de la antigüedad, pero en todo caso seguro que loco y violento. Protegido de los grandes, sólo sabía vivir con bravi y prostitutas, algo que está posiblemente en el origen de uno de los giros más radicales que haya dado la pintura figurativa occidental. No siendo un gran artista por sus logros, todos los grandes pasan por él para escapar por un lado del Manierismo y, por otro otro, de los excesivos dulzores de la Contrarreforma. Es imposible no ver en el llamado Gran Barroco la huella indeleble de aquel matón pretencioso y hábil con la espada que nació en Caravaggio, hijo de un maestro albañil.

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Leo en Facebook que alguien escribe «No a la intervención en Mali«. Supongo que está escrito por alguien del «No a la guerra«, uno de esos que, cuando llegue el enemigo, pretenderán matarlo de amor, a base de flores y besos en la boca.

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Homenaje a Velázquez: Cuando las cosas están muy cargadas de significado, sus formas aparecen desdibujadas.

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Durante mi paseo, me cruzo con una pandilla de jóvenes insípidos y tersos. Ríen de asuntos que parecen encerrar un gran significado para ellos pero cuya gracia no atisbo a catar. Resulta inevitable preguntarse si yo también fui así en algún momento.

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Cuando alguien promete amarnos incondicionalmente debemos protegernos de él inmediatamente.