Resulta asombroso pensar en todo lo que creemos saber y no sabemos acerca de los demás. En realidad no se saben las cosas que creemos sabidas porque no es posible saber nada; la naturaleza de nuestra configuración mental impide el conocimiento complejo del otro.

Sabemos y aplicamos clichés, conocimientos estandarizados aprendidos en las novelas, los manuales de psicología o la experiencia vital, siempre fragmentaria e inconexa, sucedida en un tiempo que no es presente y, por lo mismo, no más cierta u operativa que un corte estatigráfico del pasado.

Resulta inaguantable la gente que cree saber cosas de los demás por lo que tienen de trivializadores de la experiencia. Y ese inevitable tono de solemnidad con el que, queriendo saber de ti, sólo expresan el escaso conocimiento que tienen de ellos mismos.

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No deberíamos tolerar que se nos impongan los grandes o los pequeños. En ningún aspecto de la vida. Rechazar toda invocación al nosotros pues no existe tiranía mayor.

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Releo en el kindle la primera entrega de los diarios de Iñaki Uriarte y me lo vuelvo a tragar del tirón, seducido por la inteligencia del escritor. Al releer y haber anulado la intriga del siguiente párrafo, me detengo en su estilo sin estilo, lo mas difícil de hacer y llevar a puerto. Uriarte tiene una cabeza privilegiada que deja huella en lo que toca literariamente, sin invocaciones a un ego lastimado y lastimero. Como es honesto consigo mismo resulta honesto con el lector y no se embellece ridículamente, en un sentido o en otro, como es habitual en los diaristas.

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Transcribo al completo aunque no recuerdo dónde lo he leído: Lo que yo llamaría un ambicioso honrado, quiero decir, un hombre que utiliza su reputación de honradez para trepar, o si se prefiere, que ha elegido la honradez porque a veces es el camino más fácil.

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Oído ayer mismo, en Madrid, a un castizo: En la guerra todo agujero es trinchera. Excepcional frase aunque no coinciden los agujeros de referencia.