Escrito con agua

 

 

L.Model. Bañista

 

Comiendo en el país vasco nos damos cuenta de que la camarera, una chica euskaldún sin duda, ratifica con la mirada ante la mujer que me acompaña la comanda de platos que yo hago. Son los rescoldos de una sociedad matriarcal. En otras regiones, donde la palabra de los hombres ha sido ley, una camarera no hubiese hecho tal y hubiera aceptado mi petición sin pestañear.

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Los sembrados de colza, en las provincias de Castilla que atravesamos y en las zonas de pan llevar del país vasco, están en flor. El paisaje aparece compuesto por bandas de color intenso junto a finos grises y tierras, un poco al estilo all over de Diebenkorn.

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El arte, como la filosofía y como la ciencia, se compone de preguntas y herramientas. Algunos, como el intelectual Savater, se quedan sólo con las segundas y las aplican a la politología con resultados excelentes desde el punto de vista personal. Estupendo para ellos.

En el arte sucede lo mismo con bastantes autores. Los hubo en el pasado y son legión en el presente. Sin embargo, si nos atenemos a los momentos primordiales del asunto, ambas cuestiones -preguntas y herramientas- son indisociables.

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Algunos hemos visto en fotografías cómo fueron los espacios arquitectónicos en que se exponían los cuadros antes de la revolución del espacio minimalista. Trataban de imitar lo más posible nuestros antecesores el aspecto de una casa o, mejor, el de un salón. No en vano aquellas exposiciones colectivas y concursos llevaban genéricamente tal nombre.

Después nos acostumbramos al espacio desnudo, pintado de blanco y con la luz artificial iluminando cada obra. Un espacio que, pretendiendo singularizar y no distraer, lo que realmente hacía eran dos cosas: entronizar la obra y convertirla en objeto religioso, por banal que fuese, y otorgar calidad a cualquier barrabasada.

Si imaginamos el urinario -tan celebrado- de Duchamp en un espacio humano podríamos pensar hasta en verter allí nuestra orina, al quedar preso de su función real. Sólo en ese espacio pseudo-religioso creado por los modernos puede ser aceptado como escultura o, en el mejor de los casos, como idea.

Una gran pérdida para el arte no poder acompañar la vida de las personas durante generaciones, integrado en su medio, sin voces. Las voces del silencio.

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Cuando hablamos de un artista solemos hablar de su obra y no del hombre que la creó. Es lógico pues tal es el interés inicial del espectador. Pero hay que saber que, cuando hablamos de obra, realmente estamos hablando del hombre.

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Bonito para un epitafio: Aquí yace alguien cuyo nombre fue escrito con agua.