Ocho que ochenta

 

Niño con bici

 

Después de escrita una entrada con este mismo título se la han llevado los demonios de la informática. Nada como esta tecnología para recordarnos la poca cosa que somos y la fugacidad de lo que hacemos.

Comentaba que la palabra mat está en mater, materia y matriz pero que su significado original fue tierra, lo primigenio, lo fundacional, la Diosa Madre anterior a los Dioses Padre. Una idea tan fuerte que hasta la Iglesia Católica tuvo que recuperar el sentido de la palabra divinizando a la Madre de Dios.

La tierra, concretamente la arcilla, jugó según la ciencia más reciente un papel definitivo en la aparición de la vida, en el paso de lo inorgánico (si tal hubiera) a lo orgánico. Me parece que esto dota de mayor sentido y belleza, todavía, a la palabra mat.

Matrimonio es lo transmitido por la madre, literalmente. No se entiende que las parejas compuestas por individuos del mismo sexo hayan querido llamarse así, desvirtuando el sentido de la palabra. Sólo puedo entenderlo desde la imitación de comportamientos de la pareja heterosexual.

Un amigo ya fallecido se tronchaba de risa cuando le contaba mi ocurrencia de dejar aparte, en tal caso, el mat y que dicha unión homosexual se considerase un monio. Qué afán de imitar hasta las palabras por parte de la militancia gay.

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(Sigue esta parrafada que se salvó por estar colgada en el Facebook)

En nuestro tiempo hay bicicletas de muchas clases. Cuando yo era niño sólo las había de paseo o de carreras, de caballero o de señora. Todas pesaban un quintal pues las tuberías eran de hierro simple. No había tuberías de aluminio para estos fines, y mucho menos de carbono.

Tener aparcada una buena bicicleta a las puertas del baile o bailar con las pinzas puestas en los pantalones, los caballeros, daba serias oportunidades de éxito con el sexo opuesto. Las pinzas podían ser básicas (de colgar la ropa) o unos aros niquelados que ceñían el bajo del pantalón. Estas últimas daban más porte aunque el cometido era el mismo: impedir que los bajos se manchasen con la grasa de la cadena.

(Reescribo)

Las señoras y señoritas se prestaban gustosas al paseo en bicicleta sentadas discretamente en la barra de la misma. El ciclista debía encargarse del manillar y mirar por encima de los hombros de la acompañante para no darse el batacazo y hacer el ridículo con la dama por tierra*. Según escuchaba de niño, lo tremendo eran las cuestas para el que pedaleaba. Era muy apreciado el gesto de la acompañante de mandar parar y bajarse  para subir las pendientes.

Tanto me gustaban de niño las bicicletas que iba los domingos con los amigos a alquilarlas. Era un duro momento tener que devolverla pero conseguí la mía al cumplir los 12 años, una bici de carreras con la pintura rojo coral y llena de niquelados, preciosa.

Para ese momento vivía en otra ciudad norteña y era raro el domingo con buen tiempo que no hacíamos excursiones a los pueblos de la llanada. Es probable que ahí naciese mi interés por la arquitectura rural.

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Una de mis ilusiones infantiles se vio cumplida cuando pude conocer personalmente a Federico Martín Bahamontes, el Águila de Toledo, Rey de la Montaña indiscutible. Lo tenía en mis cromos, los que venían en el chocolate Zahor, y sus hazañas volaban desde el aparato de radio a mis oídos.

Un día, trabajando en un claustro de la ciudad de Toledo, salí a pasear por calles reviradas que no conocía y me topé con su tienda de bicis. En los tiempos de Bahamontes el deporte se pagaba pero daba para eso, para poner una tienda de lo tuyo al retirarte.

Entré y allí estaba, idéntico a la imagen que aparecía en los cromos pero con más arrugas. Conmovido le expresé la admiración que sentía por él y estuvo muy amable. No entraba nadie en la tienda y pude hacerle muchas preguntas. Me habló de sus entrenamientos diarios en las cuestas de Toledo y alrededores, con un bocadillo de chorizo y un litro de gaseosa. De los papeles de periódico para meterlos en tiempo frío entre la camiseta y el pecho, para no resfriarse. Pero lo mejor de todo fue que me ratificó como cierto lo que podía ser leyenda. En un Tour de Francia, en uno de los picos famosos, llegó a la cumbre con media hora de ventaja sobre el pelotón. Arriba había unas cuantas personas y un puesto de helados. Se le antojó uno y se bajó de la bici. Comió dos y cuando vio el pelotón, todavía muy lejos, montó de nuevo y se lanzó a la bajada como sólo él podía hacerlo.

 

*La mujer de Felipe IV, Mariana de Austria, gustaba de montar a caballo. Un día, en uno de los patios del Real Alcázar, un caballo la desensilló tirándola al suelo. Como no llevaba ropa interior se vio en una postura muy desairada de la que no podía salir sola. El rey entró en tal estado de cólera que allí mismo condenó a muerte a todos los cortesanos presentes pero como era una barbaridad entró en razón y sólo se ejecutó al caballo.