Un caballero masón

 

Donald Teague (1897-1991) Iglesia de San Martín.

Donald Teague (1897-1991)
Iglesia de San Martín.

 

Ayer no habían encontrado el cadáver rastreando el río. La joven A dejó una nota de suicidio, apareció el coche aparcado junto a una zona turbulenta del río y suponen que debió echarse al agua. Trabajamos juntos en algunas ocasiones -era restauradora de pintura- y quien llamó fue uno de los muchachos que estuvieron con nosotros en las pinturas de la cúpula de cierto lugar de culto.

Era una chica joven, bastante agraciada, con la cabeza bien sentada y sin manías aparentes. De carácter alegre, no rehuía el trabajo y la responsabilidad y soportaba muy bien la soledad completa en la que a veces se desarrolla nuestro trabajo. Meses enteros viviendo sola en un pueblo de escasos habitantes pero con unos murales en la iglesia dignos de ser recuperados. Cuando en el trabajo se daban esas circunstancias procuraba visitarla mucho para darle ánimo y que se sintiera apoyada. Nunca le vi un gesto o una expresión que me hiciesen pensar que su cabeza no estaba en orden.

Resulta muy duro, muy penoso, saber que una persona joven toma una decisión tan brutal y sin retorno. Pienso en su madre, a quien conozco, y sé que estará destrozada. A la joven A no la ha matado la crisis: además de restaurar pintaba y exponía y en su familia había posibles económicos. Pero qué sabemos acerca de los demás, de su yo profundo, de cómo encajan las posibles derrotas de las que la vida está llena. No sé qué ha pasado en este tiempo y nunca podré saberlo pero qué más da: lo que importa es que esa joven llena de encanto y ganas de vivir ya no estará nunca más al otro lado del teléfono para subirnos a un andamio y pensar juntos qué hacer con lo que teníamos delante.

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Personas que dejan un recuerdo que no se va y a quien, no hay forma de saberlo, el resto del mundo tal vez haya olvidado. Hace bastantes años remontábamos los restos de una torre califal levantada sobre una iglesia visigoda, en mitad del campo. En un ataque de purismo, uno de aquellos arquitectos de la antigua Dirección General de Bellas Artes, había ordenado desmontar el postizo para darle mayor prestancia a la parte visigoda. Un error de concepto pues el monumento lo es, también, a pesar de las cicatrices y desfiguraciones.

Las piedras de la torre, los sillares, dormían entre zarzas y matojos por los alrededores. Indagando llegamos a saber quién fue el que los desmontó materialmente y, aunque anciano, todavía estaba vivo. Se prestó a venir conmigo hasta aquella provincia para ver qué recuerdos le traían los sillares y si hubo algún orden en el desmontaje. No recordaba nada y las fotos de época no eran bastante para remontar con éxito. Pero sí recordó a uno de los canteros que participaron, vecino de un pueblo de Los Montes.

Hasta allí fui buscándolo y encontré a un anciano menudo, fibroso y con ganas de ayudar. Recordó haber marcado las piedras por su cara oculta con pintura de cantero y se ofreció a venir conmigo y supervisar la operación.

Aparecieron las marcas, el tiempo no las había borrado. Aburrido de andar por el suelo subió a la torre, a la punta del remonte y nos rompió las esquemas a todos los jóvenes (yo tenía entonces treinta y pocos años): cuando la grúa acercaba el sillar, saltaba sobre él y cabalgándolo, lo orientaba con unos cuantos golpes dados con los pies hasta asentarlo exactamente en su lugar. Trabajaba a ojo, tenía el nivel dentro de la cabeza. Los canteros jóvenes colocaban una piedra en lo que él ponía cinco. Qué tipo, nunca he vuelto a ver nada igual.

Dejé de verlo al terminar el trabajo y acudí a él para hacer una réplica de una fuente histórica. Era un hombre de otro tiempo, un perfecto caballero masón.

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Es tradición de los modernos que, tras la Escuela de la Bahía de Hudson, no hay nada hasta Eakins y Homer. Tal vez algún raro como Rydell y poco más. Eso es lo que conviene para llegar, inexorable y fatalmente, a Pollock, Rothko y De Kooning.

En otras palabras: sabiendo qué intereses tiene el que escribe la historia puedes saber con precisión el tipo de historia que va a escribir.

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Algunas veces se confunden manía y odio. Se puede tener bastante manía a una persona y no odiarla en absoluto. La manía es funcional, inmediata, mientras que el odio es una pasión baja y hace mucho más daño a quien lo alimenta que a quien lo recibe.

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La ilustración de esta entrada es una acuarela hecha por un pintor norteamericano que visitó el pueblo en algún momento de su vida. Como es bastante detallista pueden apreciarse los ligeros cambios posteriores.

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Adenda de las 17:25. Nueva llamada para decirme que la GC recuperó el cadáver y que el funeral se celebrará mañana.