Resbalar sobre agua negra

 

bvbn

 

El pintor Z llevaba una vida estupenda pero se alimentaba muy mal. Trajo de Norteamérica, junto a su título de Harvard, la costumbre de alimentarse con lo que hoy llamamos comida basura. En todos los años en los que tuve trato con él jamás le vi comer un plato de verdura o una fruta. Poblaban su despensa las latas de sopa Campbell, chocolates y chocolatinas, crackers y una batería completa de alimentos huecos.

Cuando salíamos a comer terminábamos en una hamburguesería, recién llegadas a España, o en uno de esos sitios donde sirven costillares del animal que sea envueltos en azúcar. Para beber, abundante coca-cola de la de 12 cucharadas de azúcar (jarabe de maíz) por botella. Como éramos un país atrasado y él había pasado muchos años en USA, estaba convencido de que el criterio de alimentación de aquel país era el adecuado.

En España no había opinión en aquel tiempo sobre alimentarse bien, más allá de la idea generalizada de que lo bueno es tomar mucha proteína animal. Grandes chuletones sangrantes y merluza de anzuelo eran el paradigma del bien comer porque eso era lo que comían los vascos, y ya se sabe. La sana dieta del Sur era tratada con mucho desprecio por aquello de que «esa gente sólo come aceitunas y pescadilla frita» (hay que entonarlo con mucho desprecio en la voz).

A Z la salud le mandó un aviso estando de viaje por el sudeste asiático. Un pequeño ictus cerebral del que se recuperó muy pronto y que no le dejó secuelas. Anduvo cosa de un año algo asustado pero después volvió a las andadas: mala alimentación, sobrepeso, hipertensión y carácter nervioso hacia dentro. El siguiente fue definitivo y sin avisar: estaba en Roma y murió en el taxi que le llevaba al hospital. El día anterior había estado viendo pintura, que era para lo que solía viajar.

Hoy su médico no le hubiese dejado llevar esa vida y puede que todavía estuviera vivo. Esta mañana me preguntaba si disfrutaría con el arte que muestran galerías e instituciones y la respuesta fue que no; tampoco le hubiera gustado ver añejo y con escaso público el museo que montó en una ciudad castellana. Ni los parques temáticos que anegan los lugares bellos. Y no era hombre de campo por más que fuera muy paisajista. Tampoco de pueblo: le gustaba salir por las tardes, con el trabajo hecho -pintaba muy rápido- a ver alguna exposición, escuchar un concierto o meterse en un cine. Por su carácter, no aguantaba más de unos minutos contemplando un paisaje. No era persona de melancolías.

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Se preguntaba el poeta, de modo muy retórico como es habitual en él, si en los tiempos sombríos se cantará también. Y la respuesta, no menos retórica, es que se cantará sobre los tiempos sombríos.

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Anoche andaba la luna resbalando sobre agua negra.

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No consigo olvidarte pero lo intento con todas mis fuerzas.

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Tener el síndrome de fuera de temporada. (Leído por ahí)

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Un actor español se marchó a Cuba para vivir barato. El intento, además de tópico es falso, pues aunque la moneda que usa la gente corriente apenas tiene valor y, teóricamente, con unos miles de euros podrías comprar media capital, sólo hay que visitar una bodega (como llaman allí a la tienda de ultramarinos) para darse cuenta de que con tal moneda no hay nada que comprar. Cambia de sitio y ve a un comercio donde se maneje el peso CUC, el de los turistas. Hay prácticamente de todo pero esa otra moneda, la de los turistas -digo- pero también la del PCC, equivale más o menos a un dólar norteamericano. No porque el mercado de divisas establezca esa paridad sino porque lo ordena el comandante. La pregunta, entonces, es dónde compra los víveres el actor: donde el pueblo llano o donde los del aparato.