Luz en el pecho

 

gato 040

 

Lo natural en un rey progresista sería terminar gritando ¡Viva la República!

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Se reúnen, con los dineros del Banco de Santander, galeristas, artistas y directores de instituciones del arte moderno. La tarandilla es la de siempre: hay que echar más dinero para que el negocio marche. Los galeristas, cosa insólita para los de mi generación, abren el pico para recibir subvenciones. Dicen que son parte sustancial de la cultura española (¿no deberíamos hacer un esfuerzo y tratar de definir esa socorrida figura?) y que sin ellos no hay festejo. Los galeristas de mi juventud sabían muy bien lo que eran: negocios privados que comerciaban con arte, con mayor o menor fortuna pero siempre jugándose su propio dinero, y como tal eran tratados aunque nunca pagaron un duro a Hacienda pues la mayoría figuraban bajo el epígrafe «venta de material de escritorio y papelería«. Se llevaban el cincuenta o el sesenta por ciento del precio de la obra -algunos más- y a correr. Ahora la guinda la ponen los directores de museos, que trabajan para ellos y no para nosotros: si no se les da dinero a los galeristas no tendremos los Picasso del futuro, sea esto lo que sea. Como si no fuera bastante con las compras que hacen las instituciones públicas, sus mejores clientes.

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Es un poco cabreante la manía que le ha entrado a la gente rica por trabajar cuando lo que deberían hacer, en buena lid, es gastar todo lo posible. Trabajan, eso sí, en actividades habitualmente reservadas a gente algo extravagante que decidía jugarse los cuartos por una idea, un artista o un libro. Hagan juego y dejen que su dinero corra, el resto lo hacen mucho mejor los de a pie.

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Lo más duro cuando se asiste a la agonía de un ser querido es saber que no podemos pedirle que nos consuele de su muerte.

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¿Cuánto llegaron a valer las notas privadas de Mario Conde y de Colón de Carvajal? ¿La ruina de Conde se debió al intento de controlar las cementeras o al hecho de poseer las anotaciones de Javier de la Rosa?

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Hace muchos años le oí decir a un pintor muy mediocre algo que es bien real: «Cuando eres muy joven y te estás formando piensas que un día podrás pintar cualquier cosa, desde una princesa en traje de gala hasta la cúpula de una iglesia«. Con los años el horizonte se estrecha y los humos bajan: ya no se rellenan espacios a la misma velocidad, las mezclas son más reflexivas y tomamos más tiempo en los prolegómenos; el preciosismo pasa a un lugar secundario y nos entra la prisa por acabar, olvidando lo que años atrás hubiéramos considerado imperfecciones o una terminación pobre. El pulso es más tembloroso y se prefieren los pinceles grandes, sugerir más que precisar. ¿Llegará un tiempo en el que -como concepto de pintura- acabes pintando a bultos y tropezones como el Tiziano viejo y cegato de su última Pietà? Todo emoción y un oficio que ya fue olvidado. Lo mismo en el último Rembrandt o la luz en el pecho de Argos en la extraña fábula velazqueña.

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En este tiempo ya es difícil salir a pintar al campo. Te quedas arrecido en unos minutos. Me admiran esos paisajistas rusos y norteamericanos del paisaje escénico, del wilderness, siempre pintando nieve. Blanco por todas partes, como si vivieran permanentemente dentro de una postal o una ilustración del primer Disney.

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Hace unos días me pareció que ayudaría colgando en cierto blog el procedimiento para encolar un lienzo a un tablero del material que sea. El dueño del blog ha debido pensar que le venía bien a título personal y se lo ha reservado para él. Cuántas veces, creyendo hacer un favor colectivo, alimentamos el acervo de un tipo concreto. Ejemplos tengo pero hoy no estoy en la onda precisa para contarlos.

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Adenda de última hora: Me entretuvo «El consejero», la película de Scott sobre guión del genialoide Cormac McCarthy (en realidad, habiéndole leído bastante, sólo una de sus obras me parece memorable: The Sunset Limited, que es una obra de teatro para dos actores). Interesante que todos los protagonistas masculinos hablan continuamente sobre cómo son las mujeres y sus preferencias, aunque será una mujer la que termine dejando claro cuál es el objeto de sus afanes.