A los veintitantos

 

BPM

 

No tengo que hacerme propósitos nuevos porque ya me los hice tres años atrás. Fue entonces cuando decidí superar unas cuantas manías acumuladas y pasar el resto de mi vida haciendo lo que me gusta y junto a la persona que más quiero.

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A los veintitantos yo quería ser un pintor muy importante. No se me daba mal y había oficio del que tirar pero algo debió romperse por dentro porque salí de estampida y no paré hasta instalarme en el campo, con mis pinturas y mis perros. Desde el punto de vista de los modernos aquello fue un suicidio artístico en toda regla. Una mequetrefa comentó en tertulia quién me había creído yo que era para largarme de ese modo. Era una forma de insultar, de sacar fuera la mala baba o la decepción que le causó mi escapada. En realidad, lo que quería decir es que no me creyese De Kooning yéndose a vivir y pintar a East Hampton, tema sobre el que yo había escrito unas líneas cuando todavía era moderno. Así que era un sarcasmo por su parte. Otro tontaina, éste más encantado de haberse conocido, diría unos años más tarde en uno de sus pesados diarios que Trujillo no es Deauville, también por si acaso me fuera a tomar por el de la magdalena en el té. Y en esta ocasión había doble pecado porque, lector de solapas en buena parte, nunca supo mientras le traté de amigo si el camino de los espinos blancos quedaba del lado de Deauville o del de Madroñera.

Años más tarde, cuando pasado el soponcio asumí mi verdadera estatura como pintor, pensé que -todo lo más- me conformaría con haber aprendido bien las lecciones de un Carlos de Haes. Y en ello estoy, pintando mucho y cada vez más deprisa. Todo lo que pretendo es que mis cuadros puedan estar dignamente al lado de los de Regoyos, Beruete, Lupiáñez o Morera. No menciono a propósito ni a Sorolla ni al propio Haes, que son palabras mayores.

Exponer o no exponer es un asunto irrelevante. No se pinta mejor o peor por enseñar los cuadros a la gente y, a partir de una edad, el mejor crítico de tu pintura eres tú mismo. Nadie conoce tan bien los aciertos y los fracasos, dónde hubieras podido hacerlo mejor o por qué no hay forma de continuar tal obra. La pintura es una cosa y el mercado del arte otra bien diferente. Mezclarlos es permitir que una parte de tus decisiones las tome el mercado. Y ello de una manera tan insidiosa que el interesado ni siquiera es consciente de que eso está ocurriendo: trata de vivir y va ajustando sus registros a los que el mercado impone.

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Los del Reina hacen trampas. Como no hay forma de que ese museo funcione, ni con Borja ni sin él, tienen que exponer a Dalí para aumentar las visitas y obtener al menos un éxito. Una humorada pues el pintor de Cadaqués no es precisamente santo de devoción de los modernos enragés. Propio de Paradox que un repulido figurativo, aunque surrealista, tenga que echar una mano a los conceptuales.

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Hacíamos tiempo para entrar al cine en un café que se encuentra cerca. En la mesa de al lado había un tipo que hacía algunos gestos y visajes que sólo observando con atención podían delatar que algo no andaba bien en aquella cabeza, tan leves eran.

Es conocida la manía que tengo de llevar siempre una cámara encima, colgada o en el bolsillo. Suelo dejarla sobre la mesa si estoy en un lugar de confianza y sé que no va a pasar nada desagradable con ella. De todos modos no le quito ojo y, a la menor, la cojo de la correa o -si es bolsillera- le pongo la mano encima. En el caso que comento la coloqué sin intención con el objetivo mirando al de los gestos y apagada porque ni el tipo ni la escena daban de sí. Pasados unos minutos el hombre se vino hacia nuestra mesa como toro de salida. Quería saber si le estaba grabando en vídeo. Le dije que no y que esa cámara lo era sólo de fotos, que no grababa vídeo ni sonido. Pero el tipo no se tranquilizó sino que siguió insistiendo una y otra vez hasta que le pregunté si tenía algún problema y entonces contestó: «Con los Estados Unidos espiando y grabando a todo el mundo ya no puede uno estar tranquilo«. Ch. y yo nos miramos sin saber si soltar la carcajada o si tal cosa le enfurecería más de lo que ya estaba. Continuó de pie, junto a nosotros, mirándonos y mirando la cámara, hasta que decidí que ya estaba bien y escondí el objeto que desencadenó tal locura.

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En un círculo con tres rayas vemos una cara por dos razones: nuestro cerebro siempre busca atajos para ahorrar energía y pensar en lo siguiente y porque lo primero que vimos, probablemente, fue el rostro de nuestra madre. Lo segundo es lo que opina algún psicólogo de la percepción visual, uno de esos que pierden muchísimo tiempo explicando cosas muy primarias y sabidas, que interpretan como si fuesen nuevas. Volver a inventar el arpón.

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Pintar un cuadro grande y bien planeado exige mucho tiempo y esfuerzo pero ambos términos se pueden dosificar. Sin embargo la concentración y agudeza que exige el pequeño apunte del natural ha de vivirse de un tirón. La luz es tan rápida cambiando, especialmente en los días y horas en los que gusta estar en el campo, que no da tiempo a pensar. Es como el tiro instintivo: no sirve de nada apuntar salvo para empeorar el resultado.

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No entiendo a las personas que están contra la guerra pero a favor del aborto. En ambos casos se objetualiza y cosifica la vida para poder destruirla. Pensar en términos dualistas, separando alma y materia, sólo muestra su vasta incultura.