El FIM de Trujillo, qué pena

 

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Montar un festival de música como el que acaba de terminar en Trujillo no es asunto fácil. Hacen falta ideas, dinero, colaboradores y mucha ilusión. Y más que nuestra ciudad –aunque hubo precedentes notables como Los Conciertos de Santa María y su continuación Música y Monumentos bastantes años atrás– no tiene tradición ni ha estado nunca en los calendarios musicales. Hay que felicitar, por tanto, a todos los que lo han hecho posible. Enhorabuena.

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Se han cometido algunos fallos, como no puede ser menos en un festival tan joven. El principal es la excesiva duración: demasiados días y una programación muy desparramada. La intención didáctica, digna de aplauso, no es en sí misma materia adecuada para un festival de esta naturaleza. Más de cuatro días es exagerar y han sido nada menos que diez. Una pasada en toda regla.

Pero, tras los agradecimientos y las reconvenciones, conviene analizar el sentido del festival. Mi amigo M. –extranjero y miembro del comité organizador de la Schubertiada– lo vio muy claro tras escuchar juntos el concierto de Música Ficta: «Esto es lo que tenéis que vender como propio. Más conciertos de Mozart, no; por ahí no vais a ningún lado ni podéis aportar interés». 

Tal como está concebido, este festival es errático y difícilmente alcanzará puerto. Puede ser interesante como lugar de encuentro anual entre los madrileños con finca en la zona y los nativos con ídem. Desde ese punto de vista cumple una función social que no es desdeñable, algo surgirá de ahí. Si el pretexto es la música clásica, tanto mejor. Pero podría ser cualquier otra cosa.

Se trataba de poner a Trujillo en el calendario musical, no tanto de socializar o dar uso a algún vetusto palacio cerrado. Y por ahí no vamos bien. Se nota el empeño de dotarlo de carácter –nuevo aplauso para los organizadores– pero las ideas prestadas no suelen interpretarse con acierto.

Al menos nos hemos quitado de encima aquellos conciertos de años anteriores, tremendamente midcult y que nos salían carísimos. Hemos mejorado, es innegable. Pero precisamente porque parece haber la voluntad de marcar un rumbo, cabe hacerse alguna pregunta.

¿Queremos homenajearnos cada año dándonos unos conciertos para encontrarnos unos y otros? Pues basta con seguir así: hacer programaciones que no exijan demasiado, meter entre medias algo «inmortal y popular al tiempo» y pensar que el público somos nosotros mismos. Así hasta que el presupuesto aguante o lleguen otros políticos con diferentes ideas.

No era eso, ni mucho menos. Se trataba de poner sobre la mesa una buena idea, una idea con futuro que pudieran asumir todos los partidos políticos presentes en la ciudad, y cerrar filas en torno a ella. En tal sentido fui convocado desde el Ayuntamiento muchos meses atrás y se montó un proyecto (La Música del Descubrimiento) que trataba de poner en valor nuestros mejores activos, de crear una marca fácilmente reconocible y con capacidad para estar en el calendario musical español.

Por desgracia, como en la letrilla flamenca, cayeron cuatro gotasse mojaron los papeles. De modo insólito, el proyecto encargado por la institución pública no fue merecedor de premio y sí lo fue otro con un enunciado similar pero con fondo muy diferente (Música y Palabra en España y América) presentado por una asociación privada. Interesante pero nada extraño sabiendo qué agentes pudieron tener papel en el asunto.

Los días que he asistido a los conciertos que, por una u otra razón, me han interesado, apenas he visto a nadie de fuera. Descontados los propietarios madrileños, ¿me equivoco mucho si digo que el 95 por ciento de los asistentes vivimos en Trujillo? Por supuesto que atraer a los melómanos de otros lugares no es tarea fácil y lleva su tiempo pero es que con estas mimbres mucho me temo que no vendrán. ¿Con qué objeto si se les ofrecen menús de los que están ahítos?

El asunto falla por la base: no parece que los organizadores, con más voluntad que conocimientos, estén a la altura de lo que un festival para nuestra ciudad requiere. Con aficiones sobrevenidas se puede aspirar a montar algo como lo que se estaba haciendo en años anteriores pero no un festival de calado y con futuro. El hecho de que hayan sentido la necesidad de contratar a un director da buena cuenta de sus limitaciones. Director que, dicho de paso, me parece que ha cumplido su trabajo con profesionalidad y rigor. Sin él no quiero ni pensar por dónde habría caminado esto.

Llegado a este punto -lo dejo ya- tengo que aclarar algo que me parece totalmente innecesario pero por si las moscas: mi desacuerdo con el planteamiento no está motivado por interés personal. Hace muchos años –con Los Conciertos de Santa María– quise intervenir de un modo activo en la vida cultural de la ciudad. Serio error por mi parte pues, aunque tocaron y cantaron para nosotros músicos que hoy son figuras internacionales, la intendencia, económica en este caso, no se portó y uno tuvo que dar la cara y ponerse colorado con amigos de muchos años. De nuevo la tentación cuando me llamaron para el proyecto que todavía no ha visto la luz. Bien está que no la vea, pero si lo hace, no contará conmigo.