Lugar del etcétera

 

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-¡Miguel, eres muy bonito! –decía mientras le acariciaba suavemente la cabeza y Miguelito, como si fuera gato agradecido, ronroneaba de placer. Era mi sueño y en él sentía mucha pena por el futuro de este hombre que vive una realidad que no podemos aceptar.

Es anciano pero sigue fuerte, seguramente a causa de las largas caminatas diarias hasta la sierra. La muerte le llegará en una carretera o en algún paraje deshabitado en el que sólo los buitres marcarán el cadáver. Pero, ay, pues aquí estamos habituados a verlos haciendo sus círculos y abatirse sobre un punto sin que le demos importancia. Nos espanta aunque los tibetanos troceen a hachazos los cadáveres y dejen que los buitres los coman, higiénico modo de desprenderse de las carroñas explicado como ascensión del espíritu del muerto al éter.

A un muerto debe traerle sin cuidado lo que opinemos los vivos de su modo de morir y del lugar en que lo hace. Lo difícil es el trance, el paso.

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Todo paisaje, cuando se va a pintar, tiene un problema previo: el primer plano. Se trata del lugar en el que –teóricamente– se ha situado el pintor y en el que también se sitúa el espectador. Es, pues, de una importancia capital y a lo largo de la Historia del Arte los paisajistas han tratado de solucionar el nudo.

Lo paradójico es que se trata del lugar del etcétera, del sitio en el que no debe ponerse nada que impida a la vista hacer su paseo por los diferentes planos del paisaje pintado: pueden ser unas zonas en sombra –con escaso detalle o sin él para que la mirada no se detenga– o unos tonos neutros de los que nazcan las líneas de fuga de la perspectiva, que es la que introduce las diagonales imprescindibles para conectar unos planos con otros.

No estoy hablando del paisaje hiperrealista sino del que pretende obedecer, al tiempo que preservar, la visión natural. El modo en el que realmente vemos las cosas.

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No me gustan los pintores pendientes del estilo, aquellos que separan su modo de ver y representar las cosas instintivamente de la manera en que las presentan. El estilo es el hombre y debería nacer desde dentro, desde el encuentro forzoso de la visión que del mundo tiene el pintor y su modo sensible de manejar el material pictórico.

No existe mayor destructor de artistas que el estilo como a priori. Pasada la inicial sorpresa y sus ventajas de mercado, corroe hasta el hueso.

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Nací entre las doce y la una de la madrugada. Tal vez por ello soy incapaz de dormir antes de esa hora.