Es habitual que el prologuista se extienda más allá de lo tolerable cuando el autor prologado está muerto.
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Admiro las sinfonías y a quienes saben escribirlas pero me gusta escuchar música de cámara.
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D’Ors no sabía nada de pintura y, al primar Categoría sobre Anécdota, terminó de firmar su autorretrato.
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Es un periodista brillante que trata de ser estupendo cada día, aunque esté sometido a la más común de las leyes: hacer algo bueno cada cien inanidades.
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No tenemos ecología para los seres humanos.
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Dos matojos, unas peñas y un cielo bonito despiertan mi interés en mayor medida que La Muerte de Sardanápalo.
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No sabía que Lezama hizo de cronista de La Habana a instancias de Baquero. La ciudad que describe no me resulta por completo familiar pero debe ser falta de estancia y miopía.