Tiene color de Murillo la siesta triste

 

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El mal habita fuera. Esta premisa de la iconografía cristiana, que explica los canecillos de iglesias como la de Cervatos y cosas parecidas, no se cumple en una ermita del norte de la provincia. En ella, en lo que permanece del presbiterio, un coro circular de ángeles muy singulares, de amenazantes dentaduras y expresiones terribles, vigila al visitante. El suelo debe estar lleno de laudas aunque ahora no es posible verlas por la maleza, la incuria y el abandono, dueñas de estas ruinas.

Encuentro fuera lo que parecen ser preparativos de algún ritual oscuro y sucio: una pira de leña preparada para arder y sobre ella algunas prendas de vestir que no deben llevar tiempo en el lugar pues carecen del aspecto que produce la intemperie. Rematando el montón unos huesecillos que, a simple vista, parecen de pollo. Mondos y lirondos, repulidos y todos juntos.

La lluvia anda entre el sí y el no pero nos deja trabajar. Vamos moviendo el trípode de postura en postura, aplastando con los pies los hierbajos, hasta que asoman unas vértebras que sólo pueden ser humanas. Los nichos están abiertos a golpes y tal vez hayan salido de ellos. Un árbol crece en lo que fue sacristía y amenaza con tirar al suelo parte del edificio. ¿Se desacralizaron cementerio y ermita?

Corren versiones contrapuestas acerca del porqué de estas figuras. Y la del Caballero Gato, que está fuera del presbiterio, con sus bigotes bien marcados y expresión felina y burlona. A saber.

No creo que se trate de representaciones del Mal, sin más. No cuadran esos personajes tremendos sobre un altar que estuvo consagrado. Pero se me escapa el sentido de todo esto, salvo la inquietud que provoca en esta tarde plomiza y húmeda, sólo animada por el olor a leña quemada que llega del pueblo y la sospecha de cuerpos escamosos que se arrastran más allá de nuestros pies.

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Leo en HOY un anuncio que me hace pensar en El chalet de las rosas. Un hombre supuestamente acomodado pide relaciones serias con mujeres, cuyo posible dinero afirma no necesitar. El asesino descrito por Ramón en la novela y el nitrógeno de los cuerpos dando esplendor a las rosas acuden a la memoria.

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Interesante paradoja: Von Roenne, jefe de la Inteligencia militar nazi e interlocutor directo con Hitler, odiaba de tal modo a éste y todo lo que representaba que, siendo un lince para detectar patrañas, dio por buenos los engaños y maniobras de distracción que los Aliados le endosaban, algunos realmente burdos.

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La mayor hazaña del Idealismo es uncir el Mal al carro del Bien.

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La culpa sólo existe de verdad en los libros y en las instancias judiciales. En el mundo real todos nos consideramos inocentes. O al menos justificados, que es la versión social de la inocencia.