Leves y azules

 

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La belleza es formal y exacta, el sexo un caos.

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Es cierto que lo real es como una enfermedad para los pintores. Lo dijo, parece, EG y es  exacto. Como en la enfermedad se pueden tener atisbos geniales y, al tiempo del sueño inconsciente que alumbra la inteligencia, un dolor que embarga cuerpo y alma, destructor y vivificador. No sé si Zurbarán pintaba de rodillas los cuadros religiosos, será leyenda, pero la fiebre no andaba lejos.

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Ya no me sorprende nada de la consideración en que tienen los norteamericanos a Sorolla: uno de sus estudiosos ha dicho por escrito que se trata del mejor pintor del período entre siglos, mejor –afirma– que Sargent y Zorn.

Ayer leía un par de cosas bonitas al respecto de este pintor. La primera es suya y dice que pinta muy rápido porque si tuviera que pintar despacio preferiría no hacerlo en absoluto ya que lo real es tan fugaz que sólo pintando como lo hace puede tratar de perseguirlo.

En la otra es el novelista Pérez de Ayala quien habla del retrato que Sorolla está pintando de su mujer: «Era una mañana serena, cálida y suave del mes de Junio. En el jardín del maestro posaba mi esposa y yo observaba desde un lado, todos bajo la sombra transparente de un árbol. Sorolla se levantó de la silla y fue hacia su estudio. Al llegar a las escaleras cayó al suelo pesadamente. Mi esposa y yo corrimos a ayudarle, creyendo que se trataba de un tropezón. Tratamos de incorporarlo pero vimos que no estaba en sí. El lado izquierdo de su cara se hallaba contraído en un gesto imposible, con una expresión como de niño que inspiraba dolor y ternura al tiempo. Comprendimos la amarga verdad: la fina y tensa cuerda se había roto. A pesar de la fatalidad que acababa de atraparle con mano de acero, Sorolla quiso seguir pintando. Tratamos de disuadirle en vano: se mostraba irritado y terco, como un niño al que acaban de arrebatarle algo precioso. La paleta colgaba de su mano izquierda mientras que la derecha sostenía apenas el pincel y no le obedecía. Colocó tres o cuatro pinceladas desesperadas, patéticas e inolvidables. «No puedo», murmuró con lágrimas en los ojos y pareció replegarse dentro de sí mismo, como si acabase de ser absorbido por el último residuo de su inteligencia. Súbitamente casi gritó: ¿Qué le importa al mundo un idiota más o menos?»

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Sobre los cantos rodados no crece el musgo pero pueden tener un brillo de gran belleza.

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Días leves, azules, previos al invierno. Con las abundantes lluvias caídas el campo parece equivocarse y las camelias del jardín ya tienen capullos formados, flores que no llegarán a abrirse pues el frío de las noches acabará con ellas antes de que podamos disfrutarlas.