Al acordeón

 

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Juan Pujol, Garbo en el mundo de los espías, tuvo que desaparecer tras la guerra por miedo a posibles represalias. Su jefe y él se pusieron de acuerdo para simular la muerte por malaria en un país africano. Se publicó la noticia en los diarios británicos y Pujol se procuró un retiro en un hermoso lugar de Venezuela.

Nunca habría salido de allí si quien ha escrito su biografía se hubiera tragado la historia de su muerte. Pero no lo hizo y terminó por encontrarle. Lo llevó de vuelta a Londres y se le recibió como un héroe. Después fueron a Normandía y, al ver tantas cruces en las tumbas de los soldados cayó de rodillas y, llorando, dijo: «Dios mío, no hice lo suficiente». Después aclaró al escritor que no sólo pretendió salvar el mayor número de vidas posible de los soldados aliados sino también de los alemanes. Y esa es la parte que más me gusta de su historia.

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Resulta indignante la campaña de odio contra la Madre Teresa de Calcuta. Los ateos militantes continúan empeñados en que poseía una fortuna oculta en Suiza. Dicen frases tan tremendas como «Era el mismo diablo» o «No amaba a los pobres sino la pobreza».

Resulta imposible aceptar que, quien murió más pobre que las ratas y sin nada que fuese suyo, disfrutase poseyendo dineros que no utilizaba. Salvo que quieran también hacernos creer que, de vez en cuando, se dejaba caer por Maxim’s y se regalaba con una comilona.

Sé de tres personas que la conocieron. Los tres coinciden en algo interesante o, cuando menos, curioso: al contacto con sus manos sintieron algo especial e indescriptible. Una de esas personas era creyente, las otras dos no aunque ahora lo son (una de ellas es monja en la orden de las Calcutas en la actualidad).

A. terminó su carrera y se fue en busca de la Madre Teresa dispuesto a ayudar. Se ofreció como técnico en lo que había estudiado pero la Madre Teresa le mostró unas camas revueltas y le dijo que cambiase las sábanas. Él insistió: «Madre, soy técnico en… y puedo ser muy útil para la Orden». «Muy bien, vaya haciendo las camas».

A. estuvo aquel verano haciendo camas, lavando enfermos y dando la mano a moribundos sin familia. Las monjas hacían un perolón de comida y, si sobraba, comían ellas y A. Volvió feliz pero como un sable. Ahora manda cada verano a sus hijos para ayudar.

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La Madre Teresa estuvo llena de dudas, llegaba a dudar de la existencia de Dios y nunca estuvo segura de por qué llevar una vida tan sacrificada. La correspondencia con su confesor es reveladora y, al mismo tiempo, patética y dolorosa. Dudaba pero hacía las cosas, se preguntaba por todo pero cuidaba a los más pobres entre los pobres. No podía salvar a nadie pero les procuraba el consuelo de no morir en la calle sino confortados por una mano amiga. ¿Cómo puede alguien que no esté lisiado del cerebro querer enlodarla con las miserias del dinero? Si pidió ayuda a los poderosos no fue para ella sino para extender la caridad a otros lugares. ¿Que antes que la caridad está la justicia? Ojalá pero, si no se puede cambiar el mundo, ayuda a los que tienes más cerca. En fin, corto aquí que soy creyente pero no predicador y esto se desliza a terrenos que no son los míos.

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Se ha constatado: un mono puede hacer una pintura abstracta si aceptamos por ello un conjunto de manchas y chafarrinones. Pero no se conoce todavía a ningún mono capaz de pintar su propia imagen, la de los demás o la de las cosas que lo rodean.

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Zóbel solía decir que el pintor no pinta lo que ve sino que ve lo que pinta. No sé si la frase es suya o si, ávido coleccionista de citas pues pensaba que otros ya habían dicho mejor muchas de las cosas que le bullían en la cabeza, la había tomado prestada. Da igual, el hecho es que resulta cierto. Toda pintura es un auto-retrato independientemente de lo que represente. Nos sentimos inclinados a ver el mundo tal y como lo sentimos al hacernos conscientes por primera vez de la realidad. Quedamos impregnados para siempre de aquellas sensaciones para las que no teníamos respuesta en ningún lenguaje que no fuese el sentimiento mismo.

Todo eso sucedía así, y sigue sucediendo, al margen del arte universitario. Es decir, del arte que no brota desde los más escondidos rincones del alma humana sino de un acto de voluntad. No es verdad lo que dijo aquel artista, hoy fallecido y Premio Nacional de Arte, de que para pintar una mano como Velázquez basta con pintarla muchas veces. O sea, como tocar un pasodoble al acordeón sin saber música.